El ilustre Sir Neville Marriner lidera la New World Symphony

Isabelle van Keulen - foto: Marco Borggreve

 

 

Un auténtico caballero sube al podio del Knight Concert Hall de Miami a dirigir una orquesta de veinteañeros, pronto cumplirá 87 años y es nada más y nada menos que Sir Neville Marriner, gloria de la dirección orquestal británica y recordado fundador de la Academy of St. Martin in the Fields.

Con una vitalidad y gallardía que desmiente su edad, ataca la Obertura Carnaval de Dvořák. El resultado es efervescente, vertiginoso, con la oleada justa de lirismo en el tema pastoral pese a mínimos desajustes de los metales que durante la velada mostrarán alguna que otra insolencia propia de la juventud.

Si el programa es trillado, el Concierto para violín de Mendelssohn depara una agradable sorpresa: por una vez no se está frente a la válida interpretación tradicional de una obra bellísima que por excesivamente programada termina por saturar.  La responsable es Isabelle van Keulen que armada de un Guarneri de 1734 propicia una lectura diferente.

Conocida principalmente por sus incursiones en el repertorio contemporáneo, la distinguida violinista holandesa aporta un enfoque provocador, de refinada exaltación poética y un ejercicio constante de la noble melodía  mendelssohniana  – espléndida en la canción sin palabras del Andante – pero también favorece un sonido más enjuto al que suma un vibrato reducido. Cálido y cristalino a la vez, no posee la opulencia sonora de un Perlman o Zukerman a la que la audiencia está habituada, sino una perspectiva fresca que en el último movimiento se ahoga cuando la orquesta la sobrepasa. Pero, van Keulen reacciona y corona su entrega con rotunda prestancia.

La arrolladora sonoridad de la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky vuelve a poner a prueba la eficiencia de los bronces y el vigor de las cuerdas. En el primer movimiento, ocurre un desconcertante desajuste entre podio y orquesta que Marriner logra remontar sin esfuerzo; a partir de allí su control se hace más evidente.  En su evocación del más genuino ballet, la canzona del Andantino permite lucimiento a oboe, fagot, clarinete y flautas que cumplen impecables.

Más brillante y grandilocuente que trágica, más detallada que ominosa y colosal, ésta Cuarta reconforta con un pizzicato del Scherzo de primerísimo nivel y enfervoriza en su turbulenta conclusión. El veterano director vuelve a confirmar las bondades ganadas con la experiencia; es una lección ciertamente inolvidable para la «academia orquestal americana» ☼

Sebastian Spreng©