Un Benjamín que juega con rojo, blanco y azul

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Decir que Benjamin Grosvenor es el benjamín entre los “genios” actuales del piano es – obviamente – una tentadora, inevitable redundancia. Armado de una juventud insolente y sabia, no puede esconder la asimilación profunda del conocimiento que lo distingue como genuino rara avis. Con apenas veinte años,  una carrera meteórica que empezó a los once y que el año pasado lo premió con dos Gramophone, es un caso excepcional. Aparentemente, es el primer pianista inglés en incorporarse al elenco de DECCA desde Clifford Curzon y Moura Lympany; y por esta vez la crítica británica no ha exagerado como suele hacerlo con sus connacionales. Virtuoso, fresco, exquisito, con la hondura de niño que recuerda en más de una instancia al joven Evgeny Kissin – hasta en el hecho de viajar acompañado por su familia – el elusivo intérprete representa una de las más esperanzadoras caras de la música clásica actual.

Su segundo disco (y primero en la categoría concierto) titulado Rhapsody in Blue lo corrobora, incluye el Segundo concierto en sol menor de Saint-Säens, el Concierto en Sol de Ravel y la obra que titula el compacto en su versión original para banda de jazz. Un imaginativo programa integrado por tres hitos de la literatura pianística curiosamente relacionados entre sí que también demuestran su versatilidad. Grosvenor explora el eslabón invisible que enlaza el rotundo galicismo de Saint-Säens con la influencia del jazz en Ravel quien lo compuso luego de su visita a Estados Unidos (y haber conocido a Gershwin) para concluir con la primera versión de la rapsodia orquestada por Ferde Gofré en 1924.

A manera de bises, Grosvenor engarza cada pieza mayor con tres breves solos íntimos, mágicos, que hilvanan aún más la idea y que de por sí solo, justifican el disco. La trascripción de Leopold Godowsky de El Cisne de El carnaval de los animales, un preludio que Ravel escribió en 1913 para los estudiantes del Conservatorio de París y la trascripción de Percy Grainger del Love Walked in de su amigo Gershwin vertidos memorablemente.

En la juventud de Grosvenor asoma el bienvenido toque de la gran tradición, hoy más necesario que nunca. Es innegable; lo delatan matices, elegancia, arrojo, precisión y elocuencia unida a una técnica fenomenal. Y entonces es inevitable mencionar a sus admirados Alfred Cortot, Ignaz Friedman, Benno Moiseiwitsch o Wilhelm Kempff. El caleidoscópico concierto de Saint-Saens –  aquel que según Zigmunt Stojowski “comienza como Bach y termina como Offenbach” – recibe una lectura apropiadamente monumental que hasta en las pausas respira elegancia y encanto a la par de las mejores versiones grabadas así como en el vertiginoso presto final. 

Lo mismo puede decirse de la personalísima lectura del Ravel donde conmueve en la simple incandescencia del cantabile del segundo movimiento; como un dandi pensativo entre el audaz desenfado urbano de los movimientos que lo enmarcan y que sortea con destreza sorprendente, apoyado por una orquesta que lo secunda vibrante o etérea.

La primera versión de la rapsodia para banda de jazz (estrenada por Gershwin y la orquesta de Paul Whiteman) es más íntima, vivaz y rítmicamente contrastante que la acostumbrada; Grosvenor aprovecha para camaleonizarse a cada instante. Con banjo incluído y un clarinete inicial que insolente y cabal serpentea hasta quitar el aliento, completa una lectura formidable que no desdeña un cierto nostálgico guiño británico. Y si esto suena contradictorio, basta con escucharla para advertir la alquimia entre director y pianista, como si ambos soñaran con el frenesí  de América al avistarla finalmente desde la cubierta de un barco imaginario.

Espléndida tarea de su compatriota, James Judd al frente de la Royal Liverpool Philharmonic; respondiéndole inmaculadamente a cada obra con el estilo justo; con el vigor, la sutileza o la espontaneidad respectivamente requeridas con una orquesta de alto nivel. Contribuye la clarísima toma sonora donde orquesta y solista se integran idealmente.

En esta era de talentos ascéticos y pulidos a niveles impensables, la irrupción de un intérprete con ideas y  sonido propio donde el rigor se une a la imaginación de la juventud debe saludarse como la confirmación de un hallazgo. Un disco que juega musicalmente con los tres colores de las dos banderas en manos de avezados «malabaristas» que invitan a disfrutar felices coincidencias

☀RHAPSODY IN BLUE, GROSVENOR, RLPO, JUDD, DECCA, 478 3527

«Last but not least», Benjamin Grosvenor actuará en recital en  Miami el 19 de febrero en el Gusman Hall de UM como parte de la serie de Friends of Chamber Music en un programa que incluye Bach, Beethoven, Scriabin, Chopin y Strauss. Información

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