Una bella Aïda y una cuestión de peso
Aïda marca la apoteosis de la opéra, si no es la mejor necesita lo mejor para llegar a buen fin. Este show de shows posterior a Nabucco y antecesor de Turandot, combinación y destilación del Verdi maduro con elementos de Grand-Opera francesa y alguna influencia wagneriana deja al descubierto virtudes y defectos del estado del género lírico cada vez que, como en este caso, llega al estudio de grabación. Como en Don Carlo o Ballo, y aún más todavía, Verdi regala a cada cuerda un personaje magnífico lo que también se convierte en un muestrario implacable de los mejores exponentes vocales de cada generación.
Antonio Pappano es muy afortunado. Cuando se ha decretado la muerte de la ópera en estudio optándose por grabaciones o filmaciones en vivo, más espontáneas y sobre todo, menos costosas; es el único que continúa dirigiendo los grandes títulos del repertorio en ese ámbito privilegiado. Como muestra, el inglés grabó Tristan e Isolda (el promocionado último emprendimiento de EMI), Carmen, Madama Butterfly y Werther. Su loable intención es dejar testimoniado lo mas granado de esta década y lo consigue. A más de ochenta años de la primera grabación completa de Aïda, cada generación se lleva las palmas con una, a lo sumo dos, versiones. Sin dudas, la presente pasará a formar parte de la gran tradición de registros pese a que hoy la malcostumbrada audiencia pida por un producto perfecto, no sólo comparable a las mas ilustres sino que las supere. Y es pedir demasiado, para poder disfrutarlo a pleno hay que bajar las expectativas.
De las dos docenas de grabaciones comerciales existentes deben recordarse la pionera de Carlo Sabajno en 1928 (con Pertile, Giannini y la extraordinaria Irene Minghini Cattaneo) y las clásicas de Serafin con Caniglia, Stignani y Gigli después de la guerra, Perlea con Milanov, Bjorling, Barbieri, Warren, Christoff en los cincuenta (disputada con Karajan con Tebaldi, Simionato y Bergonzi y Callas, Tucker y el Amonasro de Gobbi bajo Serafin); en los sesenta, Leontyne Price se adueñará de la esclava testimoniándolo en dos memorables registros, el mejor con Solti y Vickers; y en los setenta, Riccardo Muti con el elenco mas parejo gracias al esplendor vocal de Caballé, Cossotto, Domingo, Capuccilli y Ghiaurov. Con excepción de Levine en los 90 con Millo, Zajick, Domingo y Ramey no hubo una versión que se le acercara. Ni Abbado ni Karajan (y luego Harnoncourt) experimentando con voces livianas (Ricciarelli, Freni, Carreras, Gallardo, etc) y orquestas opulentas lograron la tan deseada permanencia en un catálogo que exige por “the real thing”, algo que en mas de un sentido aplica al flamante registro de Pappano con una combinación inteligente y una receta no muy diferente a la de aquellos pero que en este 2015 rinde cosecha mas fructífera. Un elenco sin italianos en los protagónicos – dos alemanes, una rusa, un francés y un uruguayo – y una orquesta italiana que es uno de sus pilares innegables. Rica, sutil, espléndida y poderosa cuando es preciso, la Academia de Santa Cecilia se halla en su elemento con un regente que obviamente adora. Es un casamiento perfecto al que contribuye la amplia toma sonora.
Pappano tiene a bien enfatizar no sólo la pompa sino a plasmar minuciosa y exquisitamente los momentos mas íntimos; mas allá de su espectacularidad, Aïda es una ópera de relaciones e intrigas personales, conflictos profundamente humanos bien delineados por músico y libretista. El sólido elenco exhibe algunos de obvios candidatos actuales en cada cuerda cuyo único reparo es cierta falta de peso vocal, especialmente en graves y algún precario agudo.
No decepciona Jonas Kaufmann, traza un Radamés importante, aguerrido, tierno, con sus acostumbrados pianos que aplica cuando la oportunidad se presenta; de hecho, el diminuendo que corona Celeste Aida rivaliza con aquel de Franco Corelli en la grabación con Nilsson. Una buena adición a su galería de personajes y un rol en el que hoy parece no tener rivales. La excelsa Anja Harteros, su mejor pendant escénico, se ubica un punto debajo. En su primer Aïda, la soprano alemana brilla en los matices e introspección del personaje y ostenta momentos valiosisimos pero su instrumento se presta menos para la esclava etíope que para Elisabetta o Elsa. Mas experimentada que la pareja debutante, cómoda en el centro (menos en los extremos del registro), Ekaterina Sementchuk entrega una labor en la vena de sus predecesoras Obraztsova y Borodina sin llegar a emularlas. De muy buen nivel el Amonasro de Ludovic Tezier y desparejo el Ramfis de Erwin Schrott, bella voz en un rol que necesita de un bajo mas profundo. El mensajero de Paolo Fanale augura una promisoria carrera.
Abordar Aïda equivale a correr una carrera de fórmula uno, no hay misericordia en la arena verdiana y en esta cuadriga liderada por Pappano se advierte un comprensible exceso de cuidado para obtener un producto perfecto, un producto que ante todo necesita pasión y arrojo. Es entonces donde se echa de menos aquel encuentro de panteras entre Leontyne Price y Grace Bumbry o la línea de canto de las que no lo grabaron comercialmente como Martina Arroyo, Leyla Gencer, Anita Cerquetti o Anna Tomowa Sintow.
Esta nueva adición al catálogo merece un aplauso, quizás encienda el entusiasmo por continuar una carrera que implica un equiparable desfile de dimensiones faraónicas: Netrebko, Monastyrska o Stoyanova, Blythe, Alvarez, Hvorostovsky, Furlanetto sin ir mas lejos podrían afrontar el reto. Por ahora, esta Aïda romana (y es la quinta grabada en la ciudad) «es lo que hay» y no está nada mal. Recomendada.
* VERDI, AÏDA, PAPPANO,WARNER 25646 10663
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