De dos en dos, Fort Lauderdale & Miami Beach
Dos noches de música grande, la germánica y la rusa, dos distinguidos directores y dos violinistas de excepción en un duelo virtual en dos ciudades floridanas: Fort Lauderdale y Miami Beach.
Y pensar tantos viajaban hasta Fort Lauderdale para los conciertos de la Florida Philharmonic, un lujo que hoy sería imposible, debido al tránsito y a la extinción de la entidad aunque siga viva en el recuerdo. No se arrepintieron quienes el jueves pasado quienes se arriesgaron hasta el Broward Center of Performing Arts. En primer término por el regreso del director inglés James Judd, otrora regente de la FPO. En segunda instancia para conocer a la Boca Raton Symphonia, una orquesta de cámara donde pueden identificarse a varios miembros de la Florida Philharmonic. Y además por el debut de un violinista checo que despunta con meteórica carrera: Jan Mracek.
En la íntima sala Amaturo se disfrutó de una simpática propuesta que dió especial lustre a la velada. La orquesta ensayando mientras el público se acomodaba; director y músicos conversaban con los asistentes desacartonadamente. Y aunque fue música alemana de las dos B y del vienés Schubert, diríase que el eje Viena-Praga impregnó la representación con inconfundible sello centroeuropeo.
Judd abordó la Obertura Egmont con el espíritu y obvia experiencia, la pieza surgió vehemente, fresca con encomiable labor de las cuerdas. Le siguió la Cuarta Sinfonía de Schubert, Trágica, obra de adolescencia hoy poco frecuentada que el compositor nunca llegó a escuchar. Judd brindó una lectura de honestidad y lirismo sin vuelta de hoja, donde dejó asomar la melodía intrínseca del liederista por excelencia y la admiración por ese coloso aterrador llamado Beethoven. En esta etapa de su carrera, se aprecia al director británico disfrutando de hacer música con sus músicos mas que nunca, dueño de tempi flexibles y orgánicos, sin ocultar el fervor que lo caracterizó en su larga gestión al frente de la desaparecida orquesta.
La segunda parte trajo a Jan Mracek a cargo del Concierto para violín de Brahms, uno de los mas arduos del repertorio. Mracek impuso un enfoque singular, poético y relajado. Enmarcado por una orquesta a la que Judd exigió fuertes contrastes, el solista brindó una desenvoltura y seguridad pasmosas, dotando a la página de una pátina tradicional raramente escuchada en estas costas, color que se impuso como un bálsamo frente a la pléyade de violinistas tecnicamente tan perfectos que evaden la humanidad brahmsiana. Como bis el Recitativo y Scherzo Caprichoso de Fritz Kreisler teniendo a la audiencia en la mano. Es de esperar por su pronto regreso así como el de un director al que no debe permitírsele ausentarse de nuestros escenarios. La ganancia sería doble.
Por su parte, la New World Symphony dedicó su fin de semana a la música eslava con la participación del formidable James Ehnes, asiduo visitante de Miami en calidad de solista o con su cuarteto de cuerdas, bajo la batuta de otro canadiense ilustre, Peter Oundjian, afortunada e igualmente habitual huésped de la ciudad. Ambos entregaron un programa ruso con una New World Symphony de actuación destacadísima. Después de la obertura de Ruslan y Ludmilla de Glinka que el flamante director asociado Dean Whiteside lideró con solvencia, Ehnes fue el hombre de acero que atacó el Primer concierto para violín de Shostakovich con una ferocidad digna del gran David Oistrakh al que está dedicado.
El desempeño de Ehnes no empalideció frente al recuerdo del legendario violinista ruso, y no cabe mejor elogio. Si Brahms dedicó el suyo a Joachim, Shostakovich tuvo un equiparable artista en Oistrakh. A sesenta y un años de su estreno en una de las eras mas oscuras de la historia del siglo XX, la inmediata postguerra y el régimen stalinista – Oistrakh lo estrenó después de la muerte del dictador – la obra permanece como desafío absoluto para intérprete. En cuatro movimientos que requieren al solista reflejar un carácter diferente para cada uno, el inicial nocturno de tristeza inabarcable, el scherzo diabólico, el intenso passacaglia central a la composición y el vertiginoso burlesco final. En cada instancia Ehnes y su Stradivarius deslumbraron, ni hablar de la cadenza, secundados por una orquesta atenta que fue adquiriendo aplomo y brillo a medida que transcurrió la función.
El ensamble desplegó sus conocidas virtudes en la Segunda Sinfonia de Rachmaninoff, compositor que a diferencia de Shostakovich optó por el exilio con el advenimiento de la revolución. Compuesta una década antes, ya mudado a Dresde con su familia, la estrenó en San Petersburgo cerrando una etapa mas feliz después del fracaso de la Primera. No obstante, cada movimiento emana su incertidumbre por el futuro, no estaba equivocado.
Las contradicciones y arrepentimientos del exilio aparecen mas aún en el Adagio del tercer movimiento, enfatizados por una orquesta en gran forma gracias al lirismo arrebatador propinado por Oundjian. La influencia de Tchaicovsky, tan presente en las cuerdas iniciales, y de la música rusa toda construyen un canto nostálgico a la patria que en el último movimiento parece ver la luz en una evocación al coro ortodoxo que se resuelve en triunfal conclusión.