Manso y desafiante, el azul adiós de un titán



Sinfonía con voces para seis canciones sobre antiguos poemas chinos que funcionan como las seis líneas de un hexagrama del I Ching, revelándose a medida que se avanza, La canción de la tierra (1908) de Gustav Mahler irrumpe, se despliega, anida y crece en el interior de quien la encuentra e inevitablemente, adopta para siempre.

No sabría cómo agradecer al que me hizo descubrirla de la mano del severo Otto Klemperer, la abisal Christa Ludwig y el luminoso Fritz Wunderlich. Al principio enigma crípitco, esquivo – y que como A la búsqueda del tiempo perdido de Proust, se nos permite entender con el paso de los años- fue desvelándose con décadas de audiciones repetidas, gozosamente repetidas. Una obra que se abraza interiormente, que cala cada vez mas hondo a medida que la vida avanza hacia su final. Círculo perfecto trazado por este último Mahler, pura esencia, decantación, arco y puente inmaculado entre Oriente y Occidente habitando un planeta azul, como el eterno azul del final en la palabra Ewig (“Eternamente”) repitiéndose, reverberando ad infinitum.

Afortunada como pocas en grabaciones, podría nombrarse una docena de versiones colosales incluyendo la de Bruno Walter con la llorada Kathleen Ferrier (al igual que nuestra contemporánea Lorraine Hunt Lieberson), las tres de la versión con barítono, en lugar de la mezzo acostumbrada, con Dietrich Fischer Dieskau (Klecki, Krips y Bernstein), Reiner, Giulini, Bertini, Barbirolli, Klemperer, Tennstedt, Carlos Kleiber (su único Mahler) y Abbado. Como si la lista no estuviese completa llegan no una sino dos formidables flamantes registros agregándose casi simultáneamente al catálogo, ambas con el mismo tenor, ambas rozando la categoría de irremplazables.

Tanto Vladimir Jurowski como Ivan Fischer la dirigen ateniéndose al estricto parámetro de lograr una genuina sinfonía con voces, entretejiéndose, amalgamándose con las texturas orquestales, ambos plasman su visión cósmica desde dos perspectivas distintas que podrían sintetizarse como “desde el cielo” (Ivan Fischer) y “hacia el cielo” (Vladimir Jurowski). Tanto la Orquesta del Festival Budapest para el primero como la de la venerable Sinfónica de la Radio de Berlin para el último responden espléndidas, aunándose con las voces, rodeándolas, arropándolas hasta absorberlas, integrarlas.

En sus tres intervenciones – Canción báquica de la miseria terrenal, De la juventud, El borracho en primavera – el tenor americano Robert Dean Smith logra remontar sin esfuerzo la imposible tesitura, heroico, como rebosante de vida en temeraria conquista. El bruñido metal del instrumento se aprecia mejor con Jurowski, mientras que con Fischer aparece mas difuso, amén que los tempi rápidos del húngaro le otorgan un espíritu aún mas juguetón.

No obstante, indudablemente son las tres partes dedicadas a la voz grave, en esta oportunidad mezzosopranos, el alma de la composición, El solitario en otoño, De la belleza y La despedida, esta última una vasta canción de media hora que constituye supremo desafío para todo gran intérprete. La alemana Gerhild Romberger aporta un timbre oscuro y flexible que le permite navegar sin mayores problemas la velocidad del discurso de Fischer, impregnado de volatilidad poética, que sabia y afortunadamente amaina en frases como “siento una brisa frágil a través de los abetos”, donde hasta puede sentirse el viento ondular, apresado por el tiempo detenido. En intención, sutileza y ataques la contralto curiosamente recuerda a la angelical soprano Arleen Auger (1939-1993). Una lectura memorable, celestial acompañada por una orquesta amplia y transparente, en absoluto estado de gracia.

 

Dame Sarah Connolly



Por su lado, la británica Sarah Connolly realiza una lectura muy diferente a su antológica intervención con Yannick Nézet Seguin  hace ya casi una década. Aquella era “una antorcha que no se consume, que ilumina, que sin pesimismo trasciende hacia un lugar que sugiere replantearse la habitual visión agorera de la obra”, en cambio ésta, es un límpido clamor reteniendo ese centro grave, noble, ejemplar y equidistante, es una protagonista desafiante, visceral, preguntándose el por qué de la condición humana, aplicando un filo vocal experimentado y doliente que remite al Garcia Lorca de Bodas de Sangre y aquel cuchillito “que penetra fino / por las carnes asombradas, / y que se para en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito” para luego permitirse acariciar la frase “Los pájaros se acurrucan en sus ramas… el mundo duerme…” con abandono, dignidad y aceptación insondables. Asi, como poseída por una intensidad desgarradora, la formidable Dame Sarah entrega una de las mas estremecedoras y originales lecturas registradas de la despedida mahleriana.

La que Leonard Bernstein llamó “la mas grande sinfonía de Mahler” añade hoy dos versiones notables, una genuina oda terrenal desde el cielo y hacia el cielo, ambas con la certera evocación de un bellísimo planeta azul observado desde otro azul, tanto mas oscuro e impenetrable.

*MAHLER, DAS LIED VON DER ERDE, JUROWSKI, PENTATONE PTC 5186 760

*MAHLER, DAS LIED VON DER ERDE, FISCHER, CHANNEL CLASSICS CCS 40020