«Pur ti riveggo», Aida por Callas

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No porque todo tiempo pasado fue mejor ni porque todo se haya dicho sobre Callas; pero después de evaluar varias de las actuales exponentes de la Aïda de Verdi, conviene recordar la suya, un papel importante aunque no particularmente asociado con su carrera como fueron Norma, Tosca, Violetta, Medea, Amina, Bolena aunque cantó mas de treinta representaciones entre 1948 y 1953. Primero en Turin, luego en el Colón de Buenos Aires (una sola función), la Scala (su debut no oficial en 1950), Roma, Napoles, Brescia, las justamente célebres funciones mexicanas de 1950 y 1951, Covent Garden y finalmente Verona, las dos últimas en 1953, regresando a grabarlo en los estudios de EMI en 1955 cuando con su flamante esbeltez había pasado de patito feo a cisne.

Tenía apenas veinticinco años cuando cantó su primera Aïda completa en el escenario turinés ( Ritorna vincitor y O patria mia habían sido arias de audiciones anteriores incluso para la Scala en 1947) y treinta y dos para la grabación que a la postre sirvió como testimonio de su paso por el papel. Aquel intenso, ocupadísimo, febril 1955 fue el año de Medea, Fiorilla, Maddalena, Amina y Violetta (las dos bajo Visconti), Lucia en Berlin con Karajan, Elvira, Butterfly y Leonora en Chicago y los registros integrales para EMI de Rigoletto, Butterfly, Norma y ésta Aída, que ya relegada sonaba a despedida. Asi fue. 

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Si a primera vista no está entre sus mejores grabaciones, otra vez Callas tiene algo diferente que aportar. Bajo el buen Serafin la acompañan el virtuoso Radamés de Richard Tucker,  menos impulsivo que sus acostumbrados Di Stefano, Del Monaco o Corelli, la imperiosa Fedora Barbieri que no iguala a Simionato, Stignani o la gran Oralia Dominguez, sólo el rey Amonasro, fiero y soberano de Tito Gobbi se saca chispas con María. Padre e hija componen una escena magistral haciéndola el núcleo de la ópera, (en México con Taddei también hace un encuentro memorable). En el registro, la soprano exhibe algunas notas demasiado expuestas, forzadas, crudas, ahuecadas, sin la limpidez de otras, pero es su inmersión total en el personaje lo que obliga a revalorizarla mostrando la profundidad y sufrimiento de la esclava como ninguna otra. Evidentemente la grabación llegó algo tardía en términos vocales, pero su larga experiencia en el papel le otorga bueno dividendos. Cada intervención muestra superlativa consustanciación con el personaje, no hay frase inerte, sin la intención exacta, algunas acariciadas con intimidad sobrecogedora en una ópera que es show de shows, donde el rol titular es ingrato y una representación entera puede naufragar en la temida sola nota del O patria mia para terminar siendo aplastada por la formidable escena final de la mezzo. En palabras de una otra diva “toda la noche esforzándome para que al final llegue la mezzo y con cuatro gritos se lleve todos mis laureles!”. 

De las cuatro tomas en vivo que sobreviven, pese al  precario sonido registran la electricidad teatral que elude la limpieza del estudio de grabación. Ni Roma, ni Londres (con el venerable Barbirolli en el podio) igualan las funciones mexicanas donde la musicalmente escrupulosa Callas se tira una “cana al aire” después de la que cabe preguntarse por qué Verdi no coronó la escena triunfal con ese tan monumental como imposible Mi bemol. Asi se da el lujo de literalmente reescribir a Verdi estampando un sello único con el consiguiente delirio del público.

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Debe recordarse que antes y después de Callas hubo Aidas fenomenales, incluso tradicionalmente mejores, como Rosa Ponselle, Eva Turner y Elisabeth Rethberg que se sumaron a la legión de italianas que hicieron suyo el papel: Tebaldi, Caniglia, Cerquetti, Tucci, Chiara así como Zeani, Gencer y Milanov, en su momento considerada insuperable. Mas cercanas, la acerada Nilsson, Rysanek, Marton, Varady, Dimitrova, G. Jones, Millo, Margaret Price, Vishnevskaya, Caballé (magnífica en el esencial registro de Muti) y mas líricas como Freni, Ricciarelli, Gallardo Domas que la abordaron con diversa suerte. No obstante, son las afroamericanas las que se llevarían las palmas, “mi piel es mi traje” proclamaba Leontyne Price, dueña de una voz tan iridiscente como ahumada, indiscutible Aida reinante de su generación junto a su pendant Martina Arroyo, capitalizando el trabajo pionero de Florence Cole Talbert, Gloria Davy, Lenore Lafayette, y abriendo la senda a Leona Mitchell, la joven Norman, Michele Crider y quienes las suceden, sin olvidar a Grace Bumbry y Shirley Verrett, dos feroces Amneris que también se atrevieron al protagónico con resultados discutibles. Debió Callas hacer el camino inverso y encarnar con Amneris?, pudo hacerlo y posiblemente hubiera cambiado el título de la ópera, razón tenía Tullio Serafin cuando afirmó “Logra que su voz sea la ideal para cada papel que aborda”.

En su temprano ocaso vocal, Maria regresó al estudio de grabación para el dúo del tercer acto Pur ti riveggo mia dolce Aida. En 1964 junto al imponente Corelli, y en 1973 junto a su Pippo Di Stéfano. Ya una sombra de lo que había sido, la musicalidad y compromiso en ambas grabaciones se yergue como un ejemplo para las Aídas del presente, en su mayoría en exceso calculadas,  coreografiadas, vocalmente reticentes, cuando no gritadas, como muñecas autómatas dentro de un engranaje; sin el fuego interno que aqueja al sometido y que debe evidenciar una princesa cautiva reducida a servidora de su rival. A ese fervor y urgencia debe regresarse cuanto antes, a ese Pur ti riveggo urgente e inigualable que sólo brinda la ópera a todo vapor.

*VERDI, AIDA, SERAFIN, CALLAS, BARBIERI, TUCKER, GOBBI, ZACCARIA, MODESTI, 1955, EMI

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