Lenny, no tan al desnudo

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A grandes rasgos, quienes vean la película Maestro podrían dividirse en audiencia general y aficionados expectantes, felices con que uno de los dioses del Olimpo musical contemporáneo sea material a tener en cuenta por Hollywood & aledaños, algo que hoy por hoy ya es mucho pedir. Para la primera resultará un relato interesante si bien algo confuso en sus idas y venidas sobre un famoso músico y su conflictuada intimidad, su mujer y sus amantes varones, siguiendo la corrección política actual de confirmar y blanquear cuanta duda haya del personaje que sea. El segundo grupo se dividirá en quienes fascinados, adoren el film por el simple hecho de reverdecer sus laureles al mostrar al inmenso Lenny en todo su esplendor, en agonía y gloria, y porque es una historia digna de llevar al cine. Otro sector del segundo grupo, los eternos disconformes en el que me incluyo, lo hallará como una  pieza cinematográfica preciosista en exceso cuyo Talón de Aquiles sea una tediosa superficialidad que Lenny, quizás, no merecía.

Si su ambigüedad sexual marcó su existencia (y por ende su obra), ésta debía constituirse en el eje del film pero Bernstein era mucho más, era un hombre de su tiempo, un «americano» que se atrevió contra convenciones y reglas de un país de tremendos y constantes claroscuros para convertirse en un ciudadano del mundo, un demócrata a ultranza, un personaje multifacético y jugado a todo nivel; desde su controvertido apoyo a las Panteras Negras (imperdonable que se haya obviado el jugoso «Radical Chic») a su esencial paso por Israel y por Viena, como judío enfrentando a una hostil filarmónica que terminó amándolo, hasta llegar a figurar en listas negras de la administración Nixon. Claro que en épocas como ésta, develar su temperamento sexual resulta mas atractivo y a la vez mas prudente. Tanto más fácil meterse con el genio en la cama, por suerte plasmado con buen tino, que pintar la conducta valiente y provocadora de un personaje tan influyente y controvertido como hoy jamás podría existir en el homogeneizado mundo de la música clásica.

Lenny hacía gala de un humor ácido, irónico y Maestro carece de chispa, de aquel humor tajante que el guión pide a gritos. Asimismo faltan figuras fundamentales en su vida, colosos musicales que  lo cincelaron, Copland es apenas mencionado y, entre otros, Mitropoulos brilla por su ausencia. Y si algo falta, es su legado, su música, de la que sólo aparecen flashes; faltan obras claves como Trouble in Tahiti,  ópera quasi autobiográfica y Mass, es sólo un momento pintado como el triunfo que no fue. Demasiada música dejada de lado que pudo ser hilo conductor y reflejo de su avasallante personalidad y eso es una verdadera pena. No basta el Bernstein siempre triunfal, se echa de menos el castigado por la crítica como director y el que quiso por sobre todo ser valorado como compositor puesto que su música en el género que sea es excelente con momentos sublimes. Desde ya, hay suficiente Mahler, lo merece por su labor pionera, tampoco falta el Adagietto de la Quinta que hoy por hoy parecería ser lo único que compuso al menos «para el cine», que diría el precursor Visconti…En resumidas cuentas, el torbellino de su vida emerge sanitizado, a diferencia de aquel delirio absoluto de Ken Russell sobre Tchaicovsky que pese a todas sus inexactitudes lograba captar la esencia de una música literalmente arrancada de sus dualidades. 

Notable el trabajo de Bradley Cooper, una composición minuciosa no exenta de desaciertos. Con momentos francamente extraordinarios, mucho mas logrado en la vejez que juventud; la voz impresiona en su parecido pero ni los ojos ni la mirada, tremendamente tierna o irresistiblemente seductora, se acercan al original; y si merece alabarse su dedicación al navegar los vericuetos de la dirección orquestal, en la escena de la Resurreccion de Mahler la caricatura bordea el grotesco. Basta mirar el original para comprobar como la gestualidad del director nacía de su interior y no era una coreografía vacía. De aquí se desprende que quizás el mayor defecto del film resida en que Cooper lo haya dirigido, un director habría detectado y corregido estos desvaríos. En cambio, es Carey Mulligan como Felicia, quien se lleva las palmas (y quizá el Oscar), es un trabajo milimétrico, exquisito, de silencios y miradas magistrales. Por eso la mejor y mas significativa escena del film es la discusión en el apartamento neoyorquino mientras por las ventanas pasa el circo, léase, el desfile de Thanksgiving. También por eso, es en las estupendas escenas familiares (y en la de la muerte de Felicia) donde Maestro remonta ganando en calidez y calidad incontestable.

Llevar al cine ídolos musicales de nuestro tiempo no es tarea fácil, nunca lo ha sido ni para expertos ni para bienintencionados amateurs, máxime cuando se tienen suficientes documentos del original. Sucedió con Callas (y  está a punto de volver a suceder) y ahora en cierta medida con Bernstein. El desafío era arduo y mas allá de virtudes y defectos, Maestro merece verse, es un vasto pero inacabado retrato de un personaje quizás irretratable y Maestro contribuye a su  vigencia.

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