Elena Obraztsova, inextinguible llamarada rusa

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En estos días que enlutan al mundo se extinguió también otra voz, la de Elena Obraztsova, la mezzosoprano que estremecía como la madre patria en Alexander Nevsky. Paradójicamente, esa voz poderosa, solemne e insondable, absoluta encarnación de El campo de los muertos – “marcharé por los campos nevados, volaré sobre el campo de la muerte…” – en la cantata de Prokofiev pareció enmarcar la desolación de esta semana trágica.

Apenas meses atrás, con motivo de sus setenta y cinco años había sido objeto de un despampanante homenaje en el Bolshoi, digno de imitar. Una gala que reunió en el escenario a luminarias del canto ruso e internacional encabezada por Anna Netrebko, Maria Guleghina, Dmitri Hvorostovsky, Ekaterina Surina y la joven Julia Lezhneva – ganadora del concurso anual que lleva su nombre – y donde la homenajeada apareció en un cameo como la nostálgica condesa en La dama de pique de Tchaicovsky.

Por sobre todas las cosas, era una voz que impactaba, un acero refulgente de asombroso caudal que generaba interminables ovaciones como la que coronó su debut en el Met como Amneris en 1976. Como la hija del faraón, Azucena, Ulrica, Federica o Eboli sólo el metal de su contemporánea Fiorenza Cossotto podía comparársele cuando abordaban las villanas de Verdi. En repertorio italiano y francés, no era el canto de Obraztsova un dechado de sutilezas idiomáticas sino un virtual avasallamiento sonoro cimentado en una musicalidad irreprochable. En las décadas del setenta, ochenta e incluso noventa, sucedió a la gran Irina Arkhipova como la emisaria eslava capaz de ser Dalila, Leonora de La Favorita, Adalgisa, Giovanna Seymour, Principessa de Bouillon, Herodiade, Charlotte o una Carmen legendaria dirigida por Carlos Kleiber en Viena junto a Plácido Domingo, asimismo su Turiddu en la película Cavalleria Rusticana donde seguramente Zeffirelli no sólo la eligió por su voz, sino también por su parecido con la bellísima Alida Valli, estrella de Senso de Luchino Visconti.

Si el canto franco y generoso de Obraztsova podía tener detractores en italiano o francés, en repertorio ruso sentaba cátedra. Deslumbró a la Scala milanesa y al Colón porteño en la invocación de Marfa de Khovantschina. Ya en 1963, se había consagrado como la Princesa Marina de Boris Godunov en Moscú, seguidas por la doncella de Orleans, Paulina, Lyubasha, Konchakovna, Lyubava, Babulenka, y tres personajes de la Guerra y Paz de Prokofiev, una ópera que la acompañó desde el comienzo (como Maria) a plenitud (Condesa Helene Bezuchova) y ocaso, la Madame Akhrosimova que cantó en el Met secundando el debut de Netrebko en la temporada 2002.

Dueña de un vastísimo repertorio en recital, eran las canciones de Tchaicovsky, Glinka, Dargomyzhsky, Rimsky-Korsakov, Rachmaninoff, Prokofiev y Sviridov su segura carta ganadora. Y en un famoso recital en Tokyo salía airosa no sólo como mezzo sino también como soprano.

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Había nacido en la entonces Leningrado, sobrevivido el feroz asedio nazi y la guerra y lo que siguió. Como su eterna archi-rival Galina Vishnevskaya, diez años mayor y coterránea, era una sobreviviente. Una tigresa y una leona, artistas privilegiadas, mimados productos culturales de exportación, en las encarnizadas intrigas gestadas por el régimen, Obraztsova fue una de las firmantes de la carta que provocó el exilio a Occidente de la soprano y su marido Mstislav Rostropovich. Desde ya, la volcánica Vishnevskaya no perdía oportunidad de testimoniarlo o en todo caso, recordárselo, años después en Carnegie Hall, Obraztsova trató de hacer las paces pero fue echada a gritos del camarín.

Si para estas divas soviéticas hay un cielo, un paraíso (o un infierno), dondequiera que estén, es probable que Galina y Elena estén saldando cuentas a viva voz. En cambio, lo que dejan a la música es un precioso legado que representa a dos portadoras de la inextinguible llama que encarna la voz del alma rusa.

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Elena Vasiliyevna Obraztsova (Елена Васильевна Образцова)

7 de julio de 1937 – 12 de enero de 2015

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