Prodigiosa Maria Joao Pires, una «Grande Dame» finalmente en Miami

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Dicen que la tercera es la vencida y así fue en el caso de la legendaria pianista portuguesa Maria Joao Pires que había cancelado su debut miamense hacía muchos años y también el pasado 2022, en cambio este 2023 resultó mas afortunado con su recital en la sala Gusman de la Frost School of Music de la Universidad de Miami. No lejos de los ochenta, y cumpliendo 75 de aniversario escénico, quien quizás podría integrar un triunvirato imaginario de las Grandes Dames del piano de su generación – Martha Argerich y Mitsuko Uchida obviamente las otras dos- aunque «técnicamente retirada» se mantiene no sólo activa sino en una dorada madurez consubstanciada con un arte tan envidiablemente decantado como esencial.

Hay raras ocasiones, como ésta, en las que el cronista queda sin palabras, no vale la pena reseñar sino que sólo queda el deber de escribir para testimoniar un acontecimiento memorable; cuando todo sobra y todo falta, cuando el impacto del hecho artístico va mas allá de todo y además conlleva una satisfacción tan reconfortante como indescriptible.

Literalmente, Pires pareció habitar el alma de cada compositor elegido: Schubert, Debussy y Beethoven porque mas allá de la técnica soberana, del color exacto en cada uno, se tuvo una interpretacion límpida y directa, de inteligencia y emoción combinadas en un balance que dio por resultado la magia única de una artista total abocada al placer de recrear gigantes, al servicio de la música.

Desde la primera nota, Schubert emergió inmaculado con una soltura y profundidad refrescantes, la Sonata 13 D 664 fue un paseo por sus comarcas, la interior, lunar y la exterior, soleada; en la Suite Bergamasque de Debussy, Pires concitó el mejor Monet y hasta el trillado Claro de luna sonó como si fuera la primera vez, mágico, nocturnal, envolvente, una pequeña gran hazaña; la reciedumbre de Beethoven en la monumental Sonata 32 dejó ver una elocuencia y lirismo mas allá de la forma, no hubo dolor sino belleza, y en este sentido, el recital íntegro fue la confirmación de que la belleza es el reflejo de la verdad.

Dueña de un sonido redondo, personalísimo, liberado, de rara sutileza y calidez, reflejo de su serena intensidad, esta genuina rara-avis dio testimonio del “cada nota tiene derecho a vivir”, en su caso no sólo cada nota tuvo algo que decir, también cada silencio. Sin el mas mínimo amaneramiento, con la espectacularidad que regala la introspección mas absoluta, Pires fue mas allá de la emoción alcanzando inusitada trascendencia con pasmosa naturalidad. 

Frente a la notable joven generación de pianistas actuales capaces de un despliegue técnico sobrehumano pero a menudo con barniz impersonal, Pires fue un ejemplo a imitar, marcó un contraste ejemplar, su actuación toda fue un manifesto de cómo la música debe ser tocada y presentada, sin pompas, añadiduras, excentricidades porque se basta por si sola. Asimismo, estableció un diálogo sin palabras con la audiencia, una complicidad inmediata invitándolos a escuchar mas que sólo oír, transportándolos hacia su lugar, uno de encuentros y afinidades, de paz. Y en ese encuentro no hubo nada que no fuera música. El resultado fue una audiencia absorta, que se dejó llevar sin interrupciones ni desbordes, también otro detalle a notar.

Prueba de que ir hacia adentro no viene nada mal y de que hay mucho que aprender -y aprehender – de ese manantial interior, Pires remató su noche con el Adagio de la Sonata Patética beethoveniana, un bis suculento que no dejó lugar a mas por más que se hubiese querido.

Por un recital sencillamente perfecto que reafirma la convicción y simiente de que una velada musical sea una experiencia que marque un antes y un después; por su honestidad y entrega a manos llenas, vaya el agradecimiento a Maria Joao Pires con el ferviente deseo de un pronto regreso. Brava!

Fotos: Jiana Peng, Courtesy of the University of Miami, Frost School of Music

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