Hvorostovsky, adiós al tigre estepario

 

En el día de Santa Cecilia, patrona de la música, mientras intento reseñar el flamante Rigoletto por Dmitri Hvorostovsky llega la noticia de su fallecimiento. Por unos días, el bufón de Verdi quedará a un lado. No es el momento para tratar de ser imparcial, se hace difícil, tonto, desagradecido. En triste coincidencia, el domingo pasado tuvo lugar un homenaje a una veteranísima (e increíblemente frágil) Judy Drucker, responsable por tantas visitas de su amado “Dima” a Miami, ido en plenitud como asi se fueron tempranamente Claudia Muzio, Jussi Bjorling, Leonard Warren, Conchita Supervia y el gran Caruso.

Gracias al infalible olfato de la entonces indómita “impresario”, el barítono siberiano aterrizó en el sur de la Florida en 1991, fresco de aquella legendaria consagración en Cardiff donde le arrebató el cetro al chico del pueblo, el inmenso Bryn Terfel. Llegó para inaugurar la vigésimo quinta temporada de la desaparecida Asociación de Conciertos. En el vetusto Miami Dade County Auditorium, el altivo “Elvis Presley de la ópera” convenció con una voz y figura que lo llevarían muy lejos. Para fortuna nuestra, y otra vez con Judy, “Dima” regresó en 1995 y 1996 trayendo de la mano dos compatriotas que empezaban sendas carreras internacionales, primero fue la mezzo Olga Borodina, al año siguiente la soprano Maria Guleghina. Tan eslavas, tan feroces, tan aguerridas, tal vozarrones que en instancias lograban eclipsar la elegancia nata del siberiano que no le importaba dejar brillar a sus tempestuosas colegas.

Esa calma fue su marca de fábrica, serenidad aplicada a una voz de noble terciopelo, lejos del estridente filo eslavo típico de los cantantes de su tierra, una columna sonora tersa y monolítica, ideal para los romances de Tchaicovsky y Rachmaninoff, para las canciones de Glinka, Borodin, Rubinstein y Sviridov, de quien fue su paladín. Esa distante pulcritud lo llevó a elegir con inusual cuidado los personajes operísticos que abordaría. Con Hvorostovsky no hubo polémicas, ni pasos en falso, ni excesos, se le reprochó ser un tanto complaciente y no arriesgarse en su enfoque a la antigua. “Dima” no pretendía ser lo que no era, ni salirse del molde, cuidaba su voz ante todo, una que no estaba hecha para exigencias wagnerianas ni arrebatos veristas ni modernidades; su Rossini y Mozart cumplían como en Handel, pero en Verdi crecía y se acercaba al sonido noble de ilustres antecesores que en discos habían poblado su niñez y adolescencia: Warren, Tibett, Bastianini, Gobbi y Taddei, sus ídolos. Si Hvorostovsky logró plasmar un notable Boccanegra, Riccardo, Rodrigo, Germont, de Luna y Rigoletto, su última grabación en la ópera que como Marullo lo vio debutar en su ciudad natal a los tempranos veinte; «nadie le pisará el poncho» como el Onegin y Yeletsky de su generación, personajes que llevaba casi tres décadas cantando sin perder un ápice de calidad vocal. Y no olvidar el Príncipe Andrei en Guerra y Paz de Prokofiev.

Aquel joven elegido a los 26 años entre los “50 mas bellos del mundo” por la revista People, regresó a Miami en el 2009, otra vez con Judy Drucker en compañía de la Florida Grand Opera para un recital con orquesta secundado por Ekaterina Surina en el flamante Knight auditorium del Arsht Center. Era otro “Dima”, sin un dejo de arrogancia, provisto de una simpatía arrolladora y una seguridad escénica que demostraba una carrera bien asentada y una vida disfrutada al máximo. Atrás habían quedado problemas con alcohol, divorcio, desajustes, desavenencias, se había encontrado a sí mismo y lo compartía.

Junto a Florence, su mujer, y Judy Drucker, 2006

En marzo del 2013 volvió por última vez para ayudar a su amiga cuya organización se hundía sin remedio. Cantó un soberbio recital en el New Center de Miami Beach, se lo vio en forma, atlético, simpático, accesible, con su irresistible sonrisa le había causado mucha gracia que en mi artículo lo describiera como “el tigre siberiano”. No cabía otro adjetivo. Lo era. Un año después se le diagnosticaba el tumor cerebral que acabaría con su vida. No obstante, como buen tigre siguió cantando hasta marzo de este año, exhibiendo asombrosa calidad tonal y presencia, lo recuerdo como deslumbrante Riccardo en la Opera de Viena, apenas había signos de declinación física. Como que la enfermedad retrocedía, desaparecía al plantarse en escena, tanto que secretamente confiábamos que lograría vencerla. No fue así y en este día de la música, Santa Cecilia se queda sin uno de sus mejores soldados. Como uno de los últimos de su especie en extinción, ha partido a otras estepas, el tigre hoy entra en la leyenda y su clásico bis a capella «Adiós felicidad, mi vida, debemos separarnos, nunca mas te veré» resuena mas que nunca. 

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Dmitri Aleksandrovich Hvorostovsky

Дми́трий Алекса́ндрович Хворосто́вский

Krasnoyark, 16 de octubre de 1962 – Londres, 22 de noviembre de 2017

En la Staasoper de Viena – Riccardo en Un ballo in maschera, abril 2016