Los niños cantores de un solo día

Mozart auf dem Schoss der Maria Theresia - Mozart on Maria Theresa's Lap /Col.Print - Mozart, Johann Chrysostomus Wolfgang Got

Mozart y la emperatriz Maria Teresa

Ni rabieta ni diatriba de harto purista anticuado, sólo simple ejercicio del buen gusto, del sentido común – “La mesura, la mesura!” clamó una anciana diva en una película sobre cantantes líricos- y básicamente, del respeto a grandes y niños.

Creíamos habernos librado del azote pero no, reaparece reformateado, multiplicado ad infinitum…. Y otra vez, desde algún confín del planeta avanza, imparable, el enésimo video protagonizado por infante-abordando-aria-de-ópera, viralizándose, propagándose, enquistándose, sacando provecho de ignorancia y sensiblería y que con el apoyo incondicional de almas emocionadas invade todo correo electrónico a fin de “deleitar” con otro testimonio de la supremacía del espíritu humano.

La endémica reincidencia de otra supuesta “octava maravilla” vocal seguramente debe estar enraizada en la fascinación ejercida por criaturas circenses como la mujer barbuda, el hombre elefante, magos, payasos y monitos amaestrados. Las explicaciones están a la orden del día; ninguna basta para acabar con este síndrome de patética decadencia que sobrevivirá y se perpetuará mientras haya alguien que en su desconocimiento (o provecho) avale a la víctima de turno.

Siempre hubo y habrá prodigios, tampoco han sido tantos y estos, son niños con condiciones, que es otra cosa. El niño Mozart – real prodigio si los hubo – sonsacado de aquí para allá, hasta en la falda de la emperatriz Maria Teresa, debió haber bastado para redimirlos a todos de los mercaderes del templo encarnados en padres posesivos, agentes insaciables y parafernalia mediática acompañante con jugosos dividendos como meta.

Sin entrar en el campo popular – Julie Andrews o Judy Garland – circunscribiéndose al canto lírico, hubo excepciones que confirman la regla (Beverly Sills o Maria Callas, bajo el seudónimo de Nina Foresti, cantando de niñas en radio) pero en general los grandes cantantes líricos debutaron con la madurez suficiente para soportar tanto rigores vocales como las tremendas demandas de la profesión; sin ir muy lejos, Alfredo Kraus debutó casi a los treinta y Birgit Nilsson a los veintisiete. Según Dolora Zajick, mezzo que a los 61 años mantiene intactas sus portentosas facultades vocales, “El acto de cantar es esencialmente simple pero descubrir esa simplicidad es un proceso complicado que lleva toda una vida”.

La duración de una carrera no deja de estar rodeada por un cierto aire de misterio, es como la acústica de un teatro. Por más recaudos y medidas que se tomen existen imponderables, son parte de la magia, llámese simple suerte, buena o mala. La mayoría de estos niños cantores están condenados a desintegrarse como meteoros, a gozar de un minuto de fama tan dañino y perturbador como cualquier otro abuso penado por la ley; más allá de la inocente diversión argumentada por algunos involucrados en el tema, es un ataque a la sensibilidad y a las condiciones que tienen para desarrollar y madurar su talento. En lugar de cantar en un coro –  auténtico semillero formador de voces, creador de vínculos duraderos y otros múltiples beneficios – se los lanza tempranamente a la arena de un circo romano que los reemplazará en favor del próximo esperando entre bambalinas para enfrentarse a la leonada.

Son niños talentosos que cantan bien sin saber bien lo que cantan – muchos se limitan a imitar engendros como Sarah Brightman, la única referencia que han tenido- que mejor deberían cantar música compuesta para su edad, que no fuerce y perjudique, a veces irreparablemente, sus cuerdas vocales en formación o que se beneficiarían  aprendiendo un instrumento que complete su preparación musical. Después de todo, así se iniciaron notables como Fritz Wunderlich, Evelyn Lear y Lorraine Hunt-Lieberson. Imposible olvidar a Noël Coward y su Mrs. Worthington o el sabio consejo de Rachmaninoff a la madre del niño Horowitz “Señora, limítese a hacerlo culto”.

Y además, no tendrían que sufrir juicios y burlas de otros niños, la adulación y veleidades del público, las expectativas creadas por su entorno y las propias imposibles de cumplir o enfrentarse a un jurado de ignorantes micos gesticulantes, quienes deberían avergonzarse por promover estos híbridos que, en última instancia, entran en la categoría much ado about nothing.

Antes de reenviar el email con la carga viral capaz de atrofiar gusto y oído, hay que hacerse un tiempo para escuchar a un grande, recordar que las kiris, montserrats, renatas, renees, plácidos y lucianos no se hicieron en un día y tener piedad de estos pobrecitos cuyo legado ha sido arruinar para siempre el  O mio babbino caro de un Puccini que no hubiese dudado en arrojarlos al Arno.

Se trata de «piedad, respeto y amor» por el presente y futuro de inocentes, por respeto a nosotros mismos y de paso, por el  baqueteado»espíritu humano».