Los adioses del Emerson, con perfume de fin de un mundo…

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Punto final para el célebre Cuarteto Emerson, Infinite voyage es un disco esencial, facetado como una piedra preciosa de rara perfección y a la postre, soberbia despedida. Para este adiós, los Emerson cuentan con una cómplice, la intrépida Barbara Hannigan, enlazados en una aventura que no deja de ser exploración, probando que después de casi medio siglo, siguen explorando, de ahí su frescura y juventud perenne. Plantea un final abierto, la búsqueda continúa mas allá de los hallazgos cimentados en una trayectoria ejemplar. Es una gloriosa pero agridulce despedida con perfume a fin de mundo.

Hannigan funciona como traviesa, sagaz “instigadora” e hilo conductor del álbum, es el eterno femenino guiando a través de las tinieblas, en este caso, las del principio del siglo XX, a través de la catástrofe, de implosiones y explosiones, es única luz que emerge entre las texturas apretadas, las aristas crípticas y los mensajes laberinticos de cada obra, obras íntimamente relacionadas con la vida personal de cada compositor representado y que las cuerdas tan mansas como rebeladas, espejo de la voz de la canadiense, plasman con urgencia y entrega abrasadoras. 

Así cada una de las obras asoma como descubrimientos y si no, revelaciones, al reencontrarse con los intérpretes empeñados en enfatizar diferencias y en última instancia, como fresco pictórico unificador que expresa un momento histórico de adioses a un mundo que se alejaba y al avizoramiento de un abismo aterrador. Suena demasiado vigente, demasiado actual.

Última cronológicamente (1919) pero primera en el programa para sentar la tesitura imperante, es Melancholie de un Paul Hindemith temprano que llega en la voz de Hannigan, como tributo a Reinbert de Leeuw que se la hizo conocer. Cuatro poemas de Christian Morgenstern (1871-1914) que Hindemith musicalizó dedicándoselos a su amigo Karl Köhler caído en el frente en 1918. Mas cerca de la Segunda Escuela de Viena que del Hindemith que vendría, Melancholie podría y debería ser mas representada en la sala de conciertos. Esta lectura es un llamado de atención a programarla, aunque el canto modélico, preciso y elegante de Hannigan será difícil de superar.

Nueve años antes Alban Berg, obvio pichón de Schönberg, entregaba una de sus obras mas bellas, el Cuarteto para cuerdas Opus 3. Es una reflexión ambivalente, como una pintura de Magritte de frente y espaldas, imbuída de un lirismo doliente y melancólico que mira tristanesco y que los Emerson plasman a la perfección; en cada nota, cada silencio y pausa regalan una totalidad apabullante.

Como dulce bálsamo, engañoso al fin, tercera en el programa es la Chanson perpetuelle, última obra de Chausson terminada en enero de 1899, el compositor moriría meses después en un accidente de bicicleta a los 44 años. El poema de Charles Cros es un Liebestod no lejos del Absence de Las noches de estío berliozianas, una elegía nocturnal de inspiración prerrafaelista que ha sido interpretada por mezzos y sopranos, desde Janet Baker y Jessye Norman a Frederica von Stade y Natalie Dessay pasando por Victoria de los Angeles, Anne Sofie von Otter y Veronique Gens, es un bocado tentador para toda cantante y Hannigan aplica un bienvenido distanciamiento que le otorga un matiz diferente. A su lado, el notable pianista Bertrand Chamayau, es piedra fundamental del éxito de la versión.

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Concluye este adiós el Segundo cuarteto para cuerdas de Arnold Schönberg, obra divisoria de aguas del compositor (para Webern “con armonías nunca antes  escuchadas”) incluye como curiosidad textos en los dos últimos movimientos, dos del poeta maldito Stefan George (1868-1932) convirtiéndolo en un un cuarteto para cinco donde la voz es el instrumento vector. Nacido en una turbulenta crisis personal – su mujer Mathilde, hermana de Alexander von Zemlinsky, lo había abandonado por su amigo Richard Gerstl que acabaría ahorcándose meses después a los 25 años, cuando ella regresó con Schönberg – es una montaña rusa de alto voltaje, cada movimiento es reflejo de un estado de vida y un escalón mas hacia la atonalidad. Admirado por Kandinsky que se sintió representado a punto de escribirle, es una obra de vastedad asfixiante con acentos nostálgicos bien satíricos donde se permite bocetar el vienés O du lieber Augustin con el segundo violín. 

En el tercer movimiento, Letanía, y en especial el cuarto, Extasis, la voz humana explora sus límites mientras navega en una atmósfera ausente de gravedad, como de otro planeta, levitando entre sombras y un aire cada vez mas enrarecido. En esa transfiguración de corte, otra vez, tristanesca, se ilustra la frase de George “Me disuelvo en espirales de sonido” finalizando con otra aún mas enigmática “Floto en un mar de espléndidos cristales, eco atronador de sagrada voz”. Si Margaret Price y Evelyn Lear legaron versiones antológicas del cuarteto estrenado por la famosa Marie Gutheil-Schoder, creadora de Erwartung, el espléndido trabajo de Hannigan está a la altura de sus mejores contribuciones. Junto a los Emerson entrega una versión extraordinaria.

Inmejorable inicio para novatos en la música del siglo XX y para todos, este magnífico adiós del Emerson es un clásico instantáneo. Ya se los está extrañando.

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  • INFINITE VOYAGE, EMERSON STRING QUARTET, ALPHA CLASSICS, ALPHA 1000 CD

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