Anne Sofie von Otter, en «su»viaje de invierno

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Quizás, o seguramente, Schubert jamás imaginó que siglos después su Viaje de invierno florecería con tantas ramificaciones, incitando, inspirando, provocando tanto mas que un recital del maravilloso ciclo de canciones que un Dietrich Fischer Dieskau grabó mas de nueve veces sin terminar de sentirse satisfecho. Ese mismo ciclo que motivó a Ian Bostridge a escribir Anatomia de una obsesión, amén de una versión fílmica, y que no hace mucho llevó a visualizarlo al artista sudafricano William Kentridge, es un viaje críptico e insondable, vale la pena repetir, es un genuino Everest de canto y expresión.

Ese Viaje de invierno“épica paria a la que se llega como extranjero y como extranjero se parte, como el Odiseo de Homero” para André Tubeuf – llega en fascinante deconstrucción al escenario de Basilea donde hace cuatro décadas debutaba una promisoria joven mezzosoprano sueca. Nada mas y nada menos que Anne Sofie von Otter quien regresa a la ciudad de sus comienzos con esta inquietante propuesta a cargo de Christian Loy. No se está frente al Der Winterreise sino Eine Winterreise, un producto único inspirado por Schubert y sus circunstancias, significativo para von Otter como una suerte de meditación que es fin de partida, un ciclo que cierra con decantación absoluta y que despierta tantas lecturas como interpretaciones.

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Enfundada en un sobretodo gris, la cantante encarna a Schubert revisitando un vetusto salón de baile vienés, hoy cerrado, con las sillas sobre las mesas á la Pina Bausch de Cafe Müller, allí entre paredes de madera oscura revivirá su vida, desfilarán personas y situaciones. En este ámbito creado por Herbert Murauer, con luz cruda y cenital de Roland Edrich, la única puerta al fondo muestra un desolado vestíbulo y mas tarde un desnudo tilo invernal. Así von Otter será el alma del compositor, no dejará nunca la escena durante hora y media para intensamente sumergirse en un universo bucólico, descarnado, opresivo con imprescindibles rayos de luz, asomos de lírica ternura y un simpático guiño final. No serán las veinticuatro canciones del ciclo, sino sólo seis espléndidamente escogidas a las que suman Lieder del Schwanengesang, Die Schöne Müllerin y otras intercaladas con movimientos de sonatas, una fantasia, dos galopps a cargo del fenomenal Kristian Bezuidenhout en Hammelflügeln, aportando un romanticismo enrarecido, seco, rotundo, doliente. Ese sonido original del instrumento combina perfectamente con la expresividad y voz de Anne Sofie von Otter, a los 66 años en ideal estado para este Schubert sutil, hiriente, frágil, fervoroso, reflexivo e intenso. No ha sido Schubert uno de los compositores mas frecuentados de esta eximia Liederista, hasta ahora mas cercana a Schumann, Grieg, Sibelius, Strauss, Korngold, Berg entre otros, por eso esta aproximación en el dorado otoño de su carrera llega como regalo de la experiencia, revelador tanto para esta artista ejemplarmente inquieta, curiosa, perfeccionista, como para el espectador. Pocas cantantes se animaron a abordar el ciclo para voz masculina y esta deconstrucción a su medida la revaloriza por dos en esta aventura y exploración personalísima.

Los personajes que habitan ese espacio son visiones, sombras, conjeturas, suposiciones:  otro joven Schubert en un memorable Der Doppelgänger del Schwanengesang,  su íntimo amigo Schober (el bailarin Kristian Alm), una cortesana (Matilda Gustavsson) quizas la muerte o la enfermedad, el violínista Claudio Rado (en una espectral Fantasia en Do mayor) y encarnando a Viola – la canción mas larga y central del espectáculo en una lectura magistral – Giulia Tornarelli.

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Asi los Lieder desfilan esculpidos en filigranas, cantándoselos a si misma, con intimidad pudorosa, sea Frühlingstraum, Einsamkeit, Die Post, Der Lindenbaum o Auf dem Flusse y Die Taubenpost, un estremecedor Die Nebensonnen, mas todavía Des Baches Wiegenlied esa terrible, tierna canción de cuna suicida de La bella molinera que cierra el espectáculo en vez del formal Der Leiermann que von Otter nos priva pero que suplanta con creces en una vuelta de tuerca impensada mientras uno a uno los personajes van partiendo hacia el invierno, hacia esa nada. Ese viraje continúa con un texto de despedida, el epilogo y  despedida del poeta Müller alertando con humor “Cada uno llegue a su conclusión, no tengo mas que solo desearles buen descanso, apagamos nuestros soles y estrellas, se encontraran en casa, en la oscuridad”. Anne Sofie von Otter mira al público, y con la inveterada picardía de su legendaria Mariandel (Der Rosenkavalier) sonríe mientras apaga la luz. Sentida ofrenda y sabia distancia a la vez que merece un sentido «Chapeau!»

*EINE WINTERREISE, SCHUBERT-LOY, VON OTTER, BEZUIDENHOUT, DVD NAXOS 2.110751