Cumpliría setenta Lorraine Hunt-Lieberson

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Lorraine Hunt Lieberson hubiese cumplido 70 años, en recuerdo su obituario de julio de 2006.
MELODIA INTERRUMPIDA
Especial/El Nuevo Herald

La desaparición de un gran artista duele. Más aún si es en absoluta plenitud. Crea un vacío insustituible. ¿Qué hubieran deparado Mozart, Schubert o Bellini de no haber muerto tan jóvenes?. La falta de personalidades entre los cantantes líricos actuales es epidemia pero la excepción a la regla era Lorraine Hunt Lieberson. Indefinible, inconfundible y ante todo, reveladora. Al igual que Callas, sabía iluminar las facetas ocultas de la música, desentrañarlas y ofrecerlas a la audiencia con exquisita simpleza. Si en la década de los noventa, gracias a memorables registros con Nicholas McGegan y William Christie, esa rara virtud le valió el título de la »Callas del barroco», donde cada adorno vocal hallaba plena justificación; hoy integra la triste nómina de cantantes desaparecidos demasiado pronto: Arleen Auger, Cathy Berberian, Lucia Popp, Tatiana Troyanos y muy especialmente Kathleen Ferrier. Como en 1953 con la contralto británica, su fallecimiento provoca profundo desconsuelo; como su voz, de una madera tan genuinamente humana, conmueve las fibras más íntimas.

Nacida en San Francisco en 1954 fue primero violista y soprano, pero luego como mezzosoprano conquistó un lugar único. Como Billie Holiday, nadie fue capaz de cantar »diciendo» como ella. Se había convertido en una cult-figure prestando al repertorio barroco o contemporáneo –los dos extremos del espectro– un instrumento de gran riqueza expresiva y lustre de extraordinaria incandescencia. Así las heroínas de Handel, fuesen Ariodante, Irene, Susanna, Sesto, Dejanira, Lucrezia o Xerxes, hallaron su molde. Le siguieron ilustres Mozart (Sesto, Idamante, Elvira), Phaedra (Britten), Jocasta (Stravinsky), Ottavia y Penélope (Monteverdi), Mahler, Brahms, Berg y el repertorio francés con Melisande, Medee, Carmen, Charlotte y Didon en el MET que esperanzado la habia convocado como Orfeo para el 2007.

Con su versatilidad y ductilidad personificó lo mejor del cantante moderno a la vez que mantenía viva la gran tradición vocal, de allí el entusiasmo de compositores como John Adams, John Harbison, Kaija Saariaho y su esposo, el compositor Peter Lieberson a quien conoció para su opera  Ashoka’s Dream. Los Lieberson formaron una extraordinaria dupla proyectándose internacionalmente desde el desierto de Nuevo México donde vivían. Su total abandono y prodigiosa inmersión musical confirmaba una generosidad artística insólita, hoy más necesaria que nunca.

Es la confirmación de una muerte anunciada. No alcanzó el silencio cómplice del mundo musical que secreta e inútilmente anhelaba una recuperación del cáncer que acabó por ganar la batalla. Este marzo debió cantar Mahler con la New World Symphony pero la temida cancelación se sumó a otras tantas de los últimos meses. No obstante, en cada esporádica aparición emergía como ave fénix. Favorita en Boston, sus radiantes Paloma del Bosque en las Gurre-Lieder (Schoenberg) y Canciones de Neruda de Lieberson, compuestas para ella como antes las Rilke Songs, parecíeron este mayo haber demorado el inexorable desenlace.

La cantante deja una importante, aunque nunca suficiente, cosecha discográfica. Tanto su sobrecogedor Urlicht (»Luz primal») en la Sinfonía Resurrección de Mahler bajo MTT como sus recientes dedicados a Bach y Handel, emergen tan paradigmáticos como proféticos. Nunca la cantata Ich habe genug ( »Tengo suficiente») fue vertida desde un lugar tan hondo ni el ¡Dormid ya, ojos cansados, caed en plácido reposo! Mundo, ya no moraré más aquí, pues no encuentro que pueda servir a mi alma tuvo tanto sentido. Tampoco las palabras de la Irene handeliana tuvieron más justificado éxtasis: Triumphant saviour, Lord of day, Thou art the life, the light, the way! A los 52 años Lorraine Hunt-Lieberson ha entrado en el panteón de las leyendas.