La emancipación del aplauso o «Prohibido prohibir»
El cómo, cuando y donde aplaudir en un concierto de música «clásica» es tema de ardorosas polémicas que han hecho correr rios de tinta por no decir sangre; todos esgrimen razones y con justa razón pero, cuál es la percepción de sus destinatarios músicos, en este caso, los mas jóvenes.
En la serie Inside the Music, trece talentosos integrantes de la New World Symphony abordaron el asunto con una propuesta fresca, amena y reconfortante no exenta de la debida ironía que llevó por buen título La emancipación del aplauso. Capitaneados por la chelista Rosanna Butterfield, responsable de la idea, programación y conducción, un grupo de instrumentistas protagonizó un viaje por la historia del aplauso, uno que dió la pauta antes del comienzo formal del concierto con los ejecutantes tocando en escena, dispuestos a tirar por la borda toda norma establecida y alertando que estaba terminantemente prohibido mandar callar a otros miembros de la audiencia.
Desde el escenario se instó a no convertirse en policías tan estrictos como absurdos persiguiendo toses, percances y metidas de pata de los demás. Nadie está exento. Bajo la consigna de Beethoven “Los artistas no quieren silencio, sino aplauso”, el cuarteto de cuerdas atacó un divertimento y luego el adagio del disonante del mozartiano más la broma del abuelo Haydn, pelucas blancas incluídas. Desde el palacio al salón del siglo XIX, de la Viena imperial a la burguesa llegó el capricho sentimental de Fritz Kreisler con Dima Dimitrova y Aya Yamamoto y la gentileza de Mendelssohn con una canción sin palabras en chelo por una exquisita Butterfield.
Vale destacar que la chelista aportó una investigación minuciosa plena de jugoso anecdotario y la historia de como las convenciones acuñadas durante el período romántico (por ejemplo, no aplaudir entre movimientos de una sinfonía o concierto a fin de apreciar la composición en su totalidad) literalmente sepultaron aquella inocencia clásica de Mozart y compañía (aunque no se rindió el aplauso después de un aria de ópera o solo de ballet). Es decir, de cómo lo serio devino demasiado serio, el amable salón en rígido museo y consecuencias.
Toda severidad acabó cuando Butterfield arremetió con el célebre 4.33. John Cage aún provoca desconcierto cuando no estupor, prueba cabal de que no es fácil escuchar el silencio, menos estando acompañados. En función de aplaudidores se sumaron impecables Nicholas Platoff y Michael McCarthy para el duo de Steve Reich Clapping Music. De postre, una muestra del aplauso distendido tradicional del jazz, con Billie’s Bounce de Charlie Parker por Michel Linville, Kelton Koch y David Connor.
Antes de la breve sesión de preguntas y respuestas, la conductora concluyó citando a Alex Ross “A menudo nos preguntamos si la música clásica se ha vuelto demasiado seria. Me pregunto si es suficientemente seria. Sueño con una sala de concierto mas vital, impredecible, salvaje como sus compositores e intérpretes. Un lugar donde nuestras expectativas se hagan trizas”.
La única regla es nada mas – y nada menos – escuchar atentamente, conectarse con la música y sus intérpretes en la sala de concierto, un ámbito cada día mas único para reunirse a compartir y apreciar un arte tan insustituible como incomparable. Años atrás, una famosa exposición de arte exhibía a su entrada “La pintura no muerde”; la música tampoco y el aplauso, menos. Así lo vive, profesa y contagia esta fervorosa generación de músicos más jóvenes merecedores del mas respetuoso aplauso.