El camino del infierno está sembrado de buenas intenciones
«El camino del infierno está sembrado de buenas intenciones», reza un refrán que en mas de un aspecto podría aplicarse a la puesta de Don Giovanni con la que FGO abrió su temporada. Las óperas de Mozart, especialmente las tres pertenecientes a su extraordinaria colaboración con Lorenzo Da Ponte, pueden ser una experiencia trascendente o resultar evasivo entretenimiento. Esta trilogía es un arma de doble filo: la comedia aparente esconde un cinismo aterrador, un mensaje trágico con moraleja implícita. Diversión metamorfoseada en drama moral. En este Don Giovanni se tuvo a primera vista, una ágil y agradable versión con resultados parejos. De rancio corte tradicional pecó en exceso de convencional pese a algunos toques pretendidamente novedosos. Bajo la lupa, surgieron mas reparos.
Desaprovechando las posibilidades brindadas en plena era #MeToo, el trabajo de Mo Zhou no pareció apuntar a la hoy mas que nunca candente temática de la obra. La directora debutante la trató como una comedia de enredos proporcionándole un discurso fluido que aligeró su duración. Sirviendo a esa tesitura funcionó el marco escenográfico, agilizando la acción, austero y funcional con un efectista manejo de luces. En cambio, el vestuario chillón, circense fue tan incongruente como la ropa colgada que confundió Nápoles con Sevilla, ni hablar de los diablos del averno arrastrando al Don a su destino.
En el foso, la competente orquesta bajo Christopher Nolen sonó fuera de elemento a pesar de los tempi enérgicos y rápidos del director; en especial las cuerdas algo empastadas, con desajustes notorios en la obertura en la noche inaugural.
Sutilmente vertida famosa Serenata, el Don a cargo del talentoso Elliot Madore – que produjo buenísima impresión en Antes de que anochezca – resultó un típico ejemplo de “miscast”. Demasiado joven para abordarlo, mas allá de su caudal vocal que en instancias emergió crudo. Entre las damas, sobresalió la Donna Elvira de Elizabeth Caballero, cuya línea de canto mozartiana y claro instrumento brillaron por sobre las texturas un tanto opacas de sus correctos colegas.
Genio y figura, Mozart traza un tapiz filigranado en los ensembles para que cada voz emerja con intención y color diferente en transparente comunión, un eterno desafío tanto mas difícil de lo que parece donde debe primar elegancia y solidez de medios. Los soberbios finales moralistas de la trilogía DaPonte son evidencia irrefutable, tanto en Cosí como en Nozze y sobre todo en Don. En ésta última, al desaparecer «il dissoluto» predador sexual, sol oscuro alrededor del cual orbitan los personajes y con quien se han debatido entre amor y odio quedan desamparados, sufriendo una suerte de Síndrome de Estocolmo, viéndose obligados a resolver sus vidas, finalmente libres del tirano se asoman a un umbral desconocido, mas seguro pero menos excitante.
En esta ecuación reside la maravilla del sexteto último – Ah, dov’è il perfido…Questo è il fin di chi fa mal – en la presente versión omitido acorde a una supuesta tradición romántica, discutible opción de la directora que restó trascendencia y por sobre todo, eliminó el rotundo mensaje en uno de los mas notables remates mozartianos de la llamada “ópera de óperas”.
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