Der Zwerg, cruel objeto del deseo
Admirado por Brahms, por sus alumnos Webern, Korngold y Berg, idolatrado por su también cuñado Arnold Schönberg (“Mi único maestro…no conozco ningún compositor después de Wagner, que estuviese en grado de satisfacer con mayor sustancia musical las exigencias del teatro. Sus ideas, formas, sonoridades y todos los rasgos de su música se derivan directamente de la acción, de la escena y de las voces de los cantantes con una naturalidad y una finura de calidad superlativas”.) sumándose el mismísimo Stravinsky que luego afirmaría “fue el mejor director de orquesta que escuché”, Alexander Zemlinsky fue sepultado por el olvido. Una merecida revancha llegó en el 2019, con El enano, ópera que lo refleja mejor que ninguna, cuando regresaría triunfal a Berlin desde donde proscrito por los nazis partió en 1933 hacia un primer exilio en Viena y luego del Anschluss al definitivo en América en 1938.
El enano es fiel espejo de su obra – rica, original, bellísima, decadente – y de si mismo; según Alma Schindler, su ambiciosa discípula que lo rechazó como amante para casarse con Gustav Mahler, era “esmirriado, minúsculo, de una fealdad repulsiva”. Esta adaptación libre del cuento El cumpleaños de la infanta de Oscar Wilde, traza un paralelismo con su existencia tan fiel como descarnada, quizás surgida del rechazo de la veleidosa alumna preocupada en coleccionar hombres célebres.
Vale aclarar que aunque Zemlinsky conoció el éxito con La sirenita, la Sinfonía lírica y El circulo de tiza, su segunda carrera en el Nuevo Mundo no prosperó minada por la depresión y mala salud que lo acabó en 1942. Portando el estigma de la “música degenerada”, Zemlinsky fue silenciado por el régimen nazi que no soportaba ni su éxito ni sus alusiones, metáforas y sarcasmo; historia que se repitió con, entre otros, Schreker y Korngold. Estrenada en 1922 en Colonia por Otto Klemperer, El enano pronto llegó a Viena, Praga y Berlin confirmando el prestigio bien ganado con Una tragedia florentina en 1917, otra ópera corta que a menudo se representa junto a esta. Recuérdese que la revalorización del compositor comenzó a fines del siglo XX con directores como James Conlon y Riccardo Chailly ocupados en desvelar la Entartete Musik (“música degenerada”) llevándola al estudio de grabación y a escena, un trabajo extraordinario.
Ni atonal ni serial, su música mantuvo el sello del opulento postromanticismo del 1900, alejado del trabajo de sus alumnos, de hecho en las antípodas. Cruel autorretrato, El enano parecería servirle como exorcismo de su fealdad. El rechazo como respuesta a la deformación física ocupa un capítulo importante en la lírica, desde el bufón Rigoletto al nibelungo Alberico burlado por las ondinas del Rhin, ni hablar del hombre elefante o de la canción Der Zwerg de Schubert. En su apropiación del cuento de Wilde (donde la infanta tiene doce no dieciocho años como en la ópera), Zemlinsky que quiso llamarla Tragödie des Menschen hässlich (tragedia de un hombre horrendo) plasma el espanto y crueldad hacia el diferente evidenciado en el episodio con Alma y cómo fue un antes y un después; es la infanta la misma, esta suerte de Salomé que juega con el enano haciéndole creer su interés amoroso. Si Tchaicovsky se reflejó en su Onegin, Zemlinsky lo hace patente en El enano, ópera en un solo acto como Salomé y Elektra y otras de la época (Cavalleria, Pagliacci), mas urgente, mas cercana al cine que a la desmesura wagneriana. El director Tobias Kratzer acude al cine mimando el Acompañamiento para una pelicula Op. 34 de Schoenberg que usa como perfecto preludio, en escena Alma y Alexander (Adelle Eslinger y Evgeny Nikoforov) en una clase de piano como ajustada antesala a la pequeña gran tragedia que se avecina.
En la puesta de Kratzer, el cumpleaños transcurre en la actualidad, los invitados se pasean con celulares en un aséptico salón blanco de fiestas. Asi el músico enano es presentado en medio de la celebración como regalo magnífico para Donna Clara; él nunca se ha visto y no capta las burlas de los presentes, cree que son muestras de simpatía. El enano se enamora de la infanta pero ella lo obliga a mirarse en un espejo. Espantado al tomar conciencia de su aspecto, trata de resistirse a una realidad que la infanta desalmada le confirma para así morir sabiendo que jamás será amado.
El triste cuentito de Wilde se simplifica, crece y se multiplica en tragedia con la opulenta música de Zemlinsky magníficamente plasmada por Donald Runnicles y su orquesta de la Deutsche Oper Berlin. El ilustre director escocés se mueve como pez en el agua en el universo de Zemlinsky, tensando las texturas o relajándolas aplicando un barniz exquisito. Lo acompaña un elenco perfecto encarnando cada personaje, sobresaliente la inimputable Donna Clara por Elena Tsallagova (una Salomé en ciernes) con una excelente Emily Magee como Ghita, la única compasiva de esa corte enloquecida, asi como Philipp Jekal como Don Estoban. Se llevan las palmas, el actor que encarna al enano, Mick Morris Mehnert y el espléndido tenor inglés que lo interpreta, David Butt Phillip, un nombre para recordar en una parte de feroz tesitura que recuerda los implacables Baco, Leukipos y Emperador straussianos. El momento cumbre de la ópera, cuando ambos se enfrentan como espejo, es un golpe de teatro estremecedor.
Si la revelación de su forma exterior lo destruye, la música trae otra revelación, una que pinta el incomparablemente rico universo interior de su compositor. Una obra confesional que impacta, duele y apunta a la reflexión, que potencia la narración de Wilde con música soberbia.
- ZEMLINSKY, DER ZWERG, RUNNICLES, NAXOS DVD 2110657