Esa-Pekka Salonen, un mago en la NWS

Esa-Pekka Salonen - foto Clive Barda

Quienes lo vieron en Miami en marzo de 1999 no lo olvidan. Entonces, Esa-Pekka Salonen se presentaba al frente de «su» orquesta, la Filarmónica de Los Angeles, en el Dade County Auditorium como parte de la serie regenteada por Judy Drucker. En aquella década, el constante desfile de orquestas y directores de primerísima línea compensaba las múltiples falencias del vetusto hall.  Si con modernos recintos pero menos visitas ilustres, la situación se ha revertido, Salonen regresó a Miami a dirigir, paradojalmente, el mismo Stravinsky de hace trece años, en el nuevo hall de – y con – la New World Symphony.

A los 54 años, el director y compositor finés – estrella de la música designada a portar la antorcha olímpica en las próximas Olimpíadas en Londres – conserva su estampa juvenil y magnetismo. Magnetismo que se constató desde su entrada a escena para una de las veladas más electrizantes de la temporada. Fue una noche «a favor», incluso la extraordinaria – aunque en instancias, indomable – acústica del teatro pareció colaborar; quizás debido a las similitudes y familiaridad del director con el otro hall diseñado por Gehry en Los Angeles y que desde el vamos conoce como nadie.

Más allá del resultado artístico, el espectro dinámico que logró desplegar fue sorprendente; los sublimes pianisimos impactaron al igual que los nunca ensordecedores fortissimos, hasta crear una imagen sonora sólida, de absoluta redondez.

En el Preludio a la siesta de un fauno, Salonen concitó una respuesta límpida y tersa de la orquesta, con asombrosa diferenciación de planos sonoros. Su visión etérea, por momentos clínica, no careció de la fogosidad y sensualidad requeridas sino que por el contrario, jugó con equilibrios delicadísimos que balanceó magistralmente.

La novedad del programa fue Nyxobra que le pertenece. Compuesta en 2011 al ganar el Premio Grawemeyer, en un solo movimiento de unos veinte minutos, fue nombrada en honor a la deidad griega de la noche nacida del mismísimo caos y madre del destino, muerte, sueño, vejez, discordia.. entre otras calamidades y complicaciones. Brillante ejercicio contrapuntístico entre dos ideas primordiales, luz y oscuridad, que se entrelazan, disputan y desafían continuamente pero jamás se unen, se inicia con una fanfarria de trompas que sientan el tono general. Clarinetes, oboes, arpa, celesta, gongs, cuerdas también registran participaciones fundamentales, especialmente los primeros. Pieza ominosa, de transparentes negros sobre negros, Nyx dejó mirar con sonidos a través del prisma de la creación y preparó a la audiencia para una versión completa de El pájaro de fuego que insinuó vínculos y combinaciones con las primeras dos.

Al igual que con la obra de Debussy, Salonen obtuvo una lectura tan fresca que la pieza centenaria pareció cobrar el vigor de un estreno, extrayendo de la «academia orquestal americana» una vasta gama de posibilidades hasta llevarla al nivel de sus venerables hermanas mayores. Lejos de la rutina, con toques cromáticos inéditos y poderosa riqueza de imágenes, plasmó un banquete sonoro que navegó entre contrastes extremos y donde triunfó el espíritu ruso de Stravinsky. En el sigiloso murmullo de las cuerdas, la gravedad de los metales y la explosión final, no estuvo exenta la evocación lejana de la herencia mussorskiana y también, de su compatriota Sibelius.

La cerrada ovación final de un público que suele hacerlo con demasiada frecuencia, estuvo plenamente justificada. Otro «gol» para Finlandia, semillero de directores excepcionales, que la semana pasada en la misma sala tuvo al notable Osmo Vänskä.  Y otro «gol» para la NWS que salió doblemente beneficiada. Como a propósito de las vísperas de Pascua, el mago Salonen sacó del sombrero tres conejos geniales: Chapeau!☼