La ópera se muere o la quieren matar?
Cada terremoto propaga ondas sísmicas. Si un famoso se suicida, desencadena una ola de suicidios. Como las ovejas tirándose al vacío detrás de la primera; ese efecto dominó también aplica a cada orquesta y compañía de ópera que cierra sus puertas. En los últimos años, importantes compañías americanas colapsaron (o están a punto de) y algunas europeas atraviesan serias dificultades aunque cuenten con apoyo estatal. La última víctima es la Opera de San Diego, la próxima no se sabe pero en una macabra ruleta rusa las apuestas se permiten jugar con el destino de artistas, empleados y en definitiva del público, que observa atónito e incrédulo cada funeral.
Quienes proclaman, desde siempre, que la música clásica está muerta o que se muere en los próximos minutos, ahora apuntan sus cañones a la ópera y al género lírico. Y la verdad es que es mentira; hay que decirlo a viva voz, valga la paradoja. Mientras Jonas Kaufmann llena el Liceo barcelonés y agradece de rodillas la ovación después del Winterreise (pese a ser el tenor mediático del día debe aclararse que no se trata de La donna e mobile sino el mas sombrío ciclo de 24 canciones jamás escrito) se achaca el cierre de compañías a la aparente imposibilidad de sostener un género que está – dicen – dejando de interesar al público. Tampoco es cierto, la verdad es que florece donde se lo cultiva, nutre y administra como se debe.
Empezando por los avatares del calentamiento global y consecuencias, la humanidad enfrenta cambios decisivos. No es novedad, son años de brutal decantación y las artes tampoco escapan al cimbronazo. Mas allá de incertidumbres y zozobras, no está muerto quien pelea y la ópera volverá que dar examen y presentar batalla en su mejor tradición. La instaurada por Monteverdi, Verdi, Mozart, Puccini, Wagner o por maestros como Toscanini, Serafin, Abbado, Muti, Levine que basaron sus carreras en aquella máxima genial de Erich Kleiber que no por repetida pierde vigencia “La rutina y la improvisación son los peores enemigos del arte”.
Las compañías de ópera – como todo – también se mueren por rutina e improvisación, dos de varios venenos que agotan los recursos a todo nivel, patrocinadores y público incluídos. Como todo arte vivo, como toda relación, hay que mantenerla, renovarla, refrescarla; si no, se cansa, se seca, se muere. Es condición sine qua non aportarle creatividad, imaginación, ganas de trabajar, apoyarla, entenderla, quererla, revitalizarla, en síntesis, amarla. De otro modo es inevitable que muera carcomida por la mediocridad, desidia, ineficiencia e ignorancia. No se morirá por la música ni por los artistas verdaderos que la viven como su vida; y más de uno podrá contar que las suyas son vidas de ópera, cuando no, de opereta…
Es la falta de cimientos la que hace tambalear el edificio, empezando por la falta de educación musical en las escuelas y en los medios de difusión que hoy mas que nunca llevan la voz cantante y anestesiante, es decir, por no estar presente desde el vamos donde debe. El mismo Jonas Kaufmann afirma ser el producto de haber sido llevado a la ópera regularmente desde que tenía cinco años. Otra prueba que la regular exposición a la cultura desde niños es una cadena más de las tantas que sostienen la civilización – y la vida humana – en el planeta.
¿Sobrevivirá este género único, impráctico y maravilloso, extraña y fascinante conjunción de todas las artes?. Definitivamente. No se murió después de la Segunda Guerra Mundial, sino que reverdeció por ser destilación esencial del espíritu humano. Y hoy además de gozar de buena salud, crece en lugares impensados, se expande, se renueva y reverdece; en cambio, es en donde está establecido donde más debe luchar para sobrevivir a la rutina e ignorancia que busca condenarla. Es tarea de los artistas, de sus líderes, de sus funcionarios, de sus empleados, de los patrocinadores, del público, de los que quieren la música y hasta de quienes sospechan que podría aportarles una vivencia desconocida (la misma que formó a la mayoría del público de ayer y de hoy) salir a defenderla.
En un artículo de lectura obligatoria, Speight Jenkins – ilustre hombre de teatro, legendario director de la Opera de Seattle – concluye «[la opera] Depende de la amabilidad de los extraños». Como la pobre Blanche DuBois del Tranvía llamado Deseo, los necesita y confía en el sentido común de esos extraños que pueden hacer algo.
Todo decanta pero la ópera no se muere nada, tampoco lograrán matarla. Es tarea de todos que pueda seguir proclamando un rotundo y merecido Vinceró!.