Jorge Mejía, preludios que inspiran confidencias

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No fue una noche estrictamente clásica sino un clásico instantáneo y no sólo por el material musical sino también por la presentación novedosa que seguramente dará que hablar. Jorge Mejía, el compositor y pianista colombiano a estas alturas “nativo” de Miami, presentó un sueño hecho realidad  An Open Book: A Memoir in Music, trabajo que combina sus preludios para piano y orquesta con narraciones, un racconto existencial a manera de viñetas ilustradas con música y viceversa.

Tuvo la originalísima idea de interpretarlo rodeado por el público en el escenario del Knight Concert Hall del Adrienne Arsht Center. Todos salieron ganando. He aquí una pieza de cámara para narrador, piano y orquesta integrada por dos docenas de instrumentistas presentada en un ámbito que goza de excelente acústica y que al circunscribirlo al escenario logra la intimidad de la música de cámara. Mejía insiste en esta faceta con toda razón, la proximidad del público con los artistas crea una vivencia diferente, una experiencia que no sólo se añade a la artística,  la realza. No es lo mismo ver un cello a metros de distancia que sentirlo al lado o tener al pianista como en el living de la propia casa y así sucesivamente con cada instrumento.


Con la audiencia alrededor de los músicos, Mejía fue el pianista indicado para sus preludios y desinhibido narrador de su vida. Un trabajo riguroso y ecléctico que apunta a lo apacible, disfrutable, que no se enreda con el drama latente de toda existencia sino que rescata el aspecto mas lírico, una poética que emana de las palabras y se vierte en la música que pinta, comunica, cuenta, acentúa las sensaciones y vivencias de un muchacho criado y educado entre las dos Américas con el optimismo como guía.  

Con buen tino, Mejía escogió sólo una docena de los veinticinco preludios-capítulos que componen la obra. Así pudo detenerse sin prisa en cada uno, disfrutarlo y convencer a un público atento sin innecesarios langueurs, dejándolo con las ganas.

Musicalmente conllevan una clara raíz latinoamericana, aunque se adviertan ecos de jazz, del impresionismo y expresionismo, hay en su música imágenes casi cinematográficas con un sello cromático que no pueden no ser americanas tanto Copland y Villalobos como Chavez o Ginastera; hay sabana, pampas, desiertos, forestas y volcanes, vértigo y galopes. Es un periplo tranquilo pero intenso y en última instancia, reconfortante.

Sabe rodearse de músicos experimentados, y en esta ocasión contó con el apoyo del veterano maestro uruguayo José Serebrier, a cargo de arreglos y dirección orquestal, para redondear una velada diferente en el Knight Concert Hall y que además sugirió la posibilidad remota pero no imposible de convertirlo de vez en cuando en un ámbito de cámara que no vendría nada mal para aprovechar más sus instalaciones.

Una presentación que mostró los avances de un hijo adoptivo local en camino hacia una evolución para seguir de cerca y que sin querer abrió una puerta de posibilidades insospechadas.

 

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