Santa Callas

 

Ninguna otra cantante lírica del siglo XX despertó tanta polémica en vida, en carrera e incluso después. En la década del cincuenta y buena parte del sesenta, admiración y odio iban de la mano, sus fanáticos y detractores rivalizaban como hinchas de fútbol, unos le tiraban rosas y claveles, otros apios y zanahorias. La diosa (miope) agradecía por igual. La barra de los “Callistas” – que luego se ocupó de juzgar, aprobar o boicotear las que osaron cantar “sus” roles – se enfretaba a quienes detestaban sus “tres voces”, sus ahuecamientos vocales y otras yerbas. Pero, cuando María Callas “sola, perduta, abbandonata” murió con apenas 53 años se instaló un tácito manto de piedad; amor y odio que se parecen tanto se unieron pactando silencioso respeto. Nacía Santa Callas, mito, leyenda o los dos, apoyada en los buenos dividendos que aún rinde y en la certeza de que se estaba frente a un caso que trascendía la música, un “fenómeno estético” en la definición de Franco Zeffirelli, que tan bien la dirigió en Norma, Traviata y Tosca y tan mal la retrató en su fallida Callas Forever.

Desde su muerte en 1977, cada década provee un tsunami Callas, una ola que revive su legado, que aviva la polémica, que demuestra su vigencia, recluta nuevos admiradores y dicho sea de paso, asegura el mito. Callas lo merece. Volver a escucharla es como comer un buen bife jugoso después de años de vegetarianismo. Primero fueron los libros de fotos y las biografías – recuérdense entre otras las de Arianna Stasinopoulos hoy Huffington, de su confidente Nadia Stancioff, de su ex Giovanni Battista Meneghini, de su envidiosa  hermana Jackie y del ilustre crítico John Ardoin – luego llegaron documentales y piezas teatrales como la de Tony Palmer y Masterclass de Terrence McNally sin olvidar las ediciones completas remasterizadas y vueltas a limpiar por EMI, la compañia donde grabó todo aquello que no fuera “pirata”. Mientras Marina Abramovic amenaza con su ópera Las siete muertes de Maria Callas – espanta sólo leer el consabido “statement” – con estreno en la ópera muniquesa en 2020 y un esperpéntico engendro la pasea como holograma acompañada por orquesta en vivo en la peor tradición de número vivo circense, arriba a los cines Callas: en sus propias palabras, un documento firmado por el talentoso fotógrafo y ferviente joven admirador Tom Wolf. Callas estampita, Callas Elvis da para todo, y ni protestar puede. Pobre.

Mas que Callas por Callas, la película es Callas por Volf, que paciente recopiló montañas de material para su armado, que aunque afirme que hay mucho material inédito lo cierto es que la mayoría son refritos a diferencia que los presenta inmaculadamente colorizados. Mientras el blanco y negro ayuda a distanciar y entronizar el personaje en la rara comarca de la memoria, el color obtiene una curiosa sensación de proximidad como nunca antes se tuvo. Debe decirse que los pocos hallazgos e inéditos aportan nueva luz sobre la diva, en primer lugar el reportaje con David Frost de 1970, recuperado artesanalmente y que abre el film con una Callas vencida tratando de “humanizarse” ante el público y luego dos videos caseros, uno que registra momentos de la filmación de Medea con Pasolini – largometraje de inmenso valor testimonial donde el cineasta no pudo, o no se animó, con Callas y Callas no pudo, o no se animó, con su heroína sin música – y otro en sus últimos días, de paseo en Palm Beach que Callas seguramente jamás pensó iba a inmortalizarla como María, como la mujer que tanto quiso ser y demostrar. De entrecasa, posando, caminando, acariciando su caniche, haciendo morisquetas, con el fondo de La mamma morta, Volf plasma una escena inolvidable, conmovedora, con su voz de cello herido, aquella «llaga entregando fuerzas vitales», la inconfundible voz de Callas, la que hizo de sus defectos sus virtudes.

Volf no indaga demasiado, se contenta con ilustrar bella y detalladamente para  presentar su Callas por Callas. No quiere testimonios pero, en vez del inefable encuentro televisivo con Luchino Visconti, su “hacedor” en escena que mas tarde no logró convencerla para filmar su proyectado A la búsqueda del tiempo perdido con la Mangano, prefiere un intrascendente fragmento de su maestra Elvira de Hidalgo ponderándola para congraciarse, la relación entre ambas había terminado. No podía faltar el escándalo de la Norma romana ni el del Met con Rudolf Bing ni su retorno triunfal al teatro donde fue echada, ni sus fans, ni las tribulaciones por el divorcio con Meneghini, el romance con Onassis y el aterrizaje de la viuda Jackie en la vida de su amado Aristo. Faltan referencias importantes, la rivalidad con la Tebaldi, su célebre cura dimagrante, la nefasta amistad con Elsa Maxell (que la introdujo en la alta sociedad y le presentó al naviero), el presunto aborto de un hijo del magnate, sus fallidos intentos por regresar al canto, testeando aguas con las Masterclasses en Juilliard, como directora en Las vísperas sicilianas y la artísticamente desastrosa tournée final y relación con el veterano tenor Giuseppe Di Stefano, antiguo compañero de éxitos.

Aunque imposible de resumir en un documental, Volf pudo acudir a las opiniones de los que pocos aún están, quien recuerde que Callas fue un prodigio musical y expresivo, una voz camaleónica que sin perder su individualidad se adaptaba a personajes diametralmente opuestos, una perfeccionista implacable, una colega responsable, obsesiva, no siempre fácil (en Italia la llamaban “La greca atroce” y las actrices agregaban “Por suerte, canta!”), falta Christa Ludwig, su antagónica Fiorenza Cosotto o la gran Berganza contando su experiencia en la Medea de Dallas, falta evaluar su legado tanto musical – Jon Vickers aseguraba que en la posguerra Callas y Wieland Wagner habían salvado el género lírico en sus respectivas áreas – la significativa revolución que trajo aparejada con la recuperación del belcanto y sus notables seguidoras que la tomaron muy en serio. Porque Callas fue cosa seria. Musicalmente tan seria como su hoy risueña rigidez tan «chapada a la antigua» o amaneramientos en reportajes y apariciones públicas que no muestran otra cosa que “el Patito feo” convertido a fuerza de voluntad y trabajo agotador en “La Divina”. Hasta ahí llegó, bajó los brazos y decidió vivir.

Artista fascinante y cantante-actriz irrepetible; más aún frente al micrófono, capaz de conjurar la imaginación del oyente hasta corporizarse, tal como hace un libro en vez de una película que todo lo muestra pero elude la esencia. Una mujer común que se decía común o pretendía hacer creer, se sabe que toda diva trabaja de sencilla hasta que le llega el momento de leona. Víctima o victimario, meteoro vocal, dueña de un instrumento multifacético que no supo – o no pudo quizás paralizada ante el terror de tener que superarse a si misma- reinventarlo como mezzo, prefirió insistir, refugiarse en un pasado irrecuperable en vez de intentar ser Carmen (que grabó), Dalila, Eboli, Dido, Casandra o una Amneris que hubiera cambiado el nombre de la ópera Aída por Amneris y reinventar a Verdi como se había atrevido en aquel insólito, legendario «agudo de México».

Más allá de panegíricos y hagiografías, conjeturas y suposiciones, Volf regresa a la trillada división entre “María” y “la Callas”, en la voz espléndida de Joyce DiDonato leyendo los textos y cartas, que desvelan a Callas, literal heroína de ópera traicionada, abandonada, mezcla rara de Medea y de Cio-Cio-San con ternura de Mimi, realeza de Bolena, picardía de Rosina, dignidad de Norma, un toque enloquecido de Lucia y otro temperamental de Tosca.

La visión de Callas por Volf no deja de ser un sentido tributo desde el siglo XXI que revitalizará al melómano y que convertirá nuevos fieles al culto, contribuyendo, continuando la -justificada o no- beatificación del personaje a la moda del día, ícono intocable, Frida Kahlo o Evita de la ópera que no está lejos de la del mundo que pintó el genial Federico Fellini en La nave va, de aquel cortejo colosal hacia Grecia con las cenizas de la máxima soprano de una era, Callas bajo el imposible nombre «Edmea Tetua», y su devoto enamorado mirando una y otra vez  filmaciones de su diva emblemática de una civilización mientras la nave – este mundo – se hunde lenta e inexorablemente.