NWS: lo «Nuevo»si bueno, 2 veces bueno
Un ansiado retorno y un inesperado debut que resultó “de campanillas” engalanaron la noche de la New World Symphony el último fin de semana. Definitivamente, el regreso de Christian Tetzlaff y la aparición de la directora Gemma New fue la mejor “Novedad” – la asociación es inevitable – del concierto en el que reemplazó al programado Michael Tilson Thomas, en reposo por orden médica.
Asimismo, en la aventura participó Chad Goodman, talentoso becario de dirección orquestal de la NWS, que abrió la velada con la obertura de la Song of Hiawatha de Samuel Coleridge Taylor (1875-1912). Basada en la épica de Henry Wadsworth marcó un comienzo amable, un bálsamo melodioso y agradable previo al plato fuerte, y difícil, de la noche, el Concierto para violín de Alban Berg.
La NWS puede sentirse afortunada en contar otra vez con la presencia de Christian Tetzlaff, el eximio violinista hamburgués que la visita a menudo. Uno de los máximos ejecutantes actuales, con excepción del concierto de Mendelssohn, Tetzlaff tocó con la academia orquestal americana obras de grandes B, léase Bach, Bartok, Brahms y ahora Berg (de hecho, sólo faltarían Beethoven y Britten). La feroz composición a la “memoria de un ángel” (Manon, la fallecida hija de Alma Mahler y Walter Gropius) quizás sea el único concierto de la escuela dodecafónica plenamente instalado en el repertorio internacional, siendo además, la última obra completada por Berg.
No es exagerado afirmar que hoy por hoy Tetzlaff, literalmente, se ha adueñado de la obra y conste que en este campo minado de notables sus principales competidores son colosos como Anne Sophie Mutter, Gil Shaham, Frank Peter Zimmermann, Thomas Zehetmair a los que habría que añadir las grabaciones de Henryk Szering, Gidon Kremer, Josef Suk, Isaac Stern y Perlman, entre otros.
Tetzlaff posee el violín dotándolo de un calor helado de intensidad insoportable y a la vez, imbuído de un romanticismo tardío que actúa como alivio inmediato, con la lejana pero evocación de un desvaído vals vienés. Su fuerte conexión con el rigor de Bach se evidencia en esta obra que se entrelaza en tácitas conexiones con el grande de Eisenach; así su trabajo emerge espontáneo, vital, vibrante amén de estar sazonado con la técnica mas acabada. Magistral por donde se la mire, no hubo un resquicio de luz para esta lectura de este viaje en plena noche, que recordó al negro sobre negro de Mark Rothko. Decir que la orquesta – tan importante como el solista en esta obra de contrastes extremos – estuvo a su altura es el mejor halago a los becarios y a la brillante dirección de la joven neozelandesa para esta música que crece con el tiempo y en cada espectador.
Tampoco es fácil medirse con la Eroica beethoveniana para un impensado debut del que New salió triunfante. No por trillada menos relevante, la referencial sinfonía de Beethoven marca un antes y un después en su carrera y por ende, en la música de Occidente. Gemma New trajo una brisa refrescante, un enfoque moderno, audaz que conquistó sin vuelta de hoja. Clasicismo a ultranza, con ataques certeros y limpios y una transparencia que permeó la sinfonía con bríos de inusual volatilidad. Notable labor de bronces y vientos coronaron una lectura memorable para un concierto memorable. Que ambos, tanto violinista como directora, regresen pronto.

New y Goodman