Pelléas & Melisánde, sublime cita de silencios

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En medio del tsunami Wagner y a la espera del aluvión Verdi, llega el apropiado rescate con Pelléas et Mélisande. Un oasis… o casi, porque desde el vamos es obvio que se sale de las brasas para caer en el fuego; un fuego frío, blanco y cegador complemento del azul incandescente que baña la puesta de Robert Wilson de 1997 en su reposición parisina del 2012 donde se origina este DVD.

Los familiarizados con el ya clásico trabajo del director texano saben que con mayor o menor fortuna su poderosa estética se repite adaptándose a diferentes títulos. En este caso, su interpretación de MaeterlinckDebussy es paradigmática. Marca la exitosa reunión de tres poetas del silencio, tres que saben que de eso se trata la única ópera que se atrevió a lidiar con el fantasma de Tristan, su antítesis y a la vez complemento y evolución. Cuando del otro lado del Rhin llegó la respuesta a la pregunta suscitada con el agotamiento del wagnerismo, con un anillo perdido en vez de robado, con otra traición tan dolorosa e inevitable y con otra muerte igualmente calma pero tan distinta del Liebestod.  

Para esta marea musical que imperceptiblemente se adueña de escenario, orquesta, intérpretes y público, la visión de Wilson resulta ideal. Sus tenues olas de luz replican las olas sonoras de Debussy, imponiéndose por su sola presencia, sugiriendo siempre entrelíneas provenir desde y hacia otra dimensión. Sencilla, severa, transparente y majestuosa. En esa tela que pinta Wilson, los personajes son títeres presos de una red invisible, como en la red de Indra de la cosmogonía india donde cada movimiento de uno, por pequeño que sea, reverbera hasta afectar a todos los demás. En ese paisaje místico sin Dios, estas marionetas del destino navegan dóciles por un encaje invisible hacia lo inexorable. En su abstracción, Wilson rescata magistralmente lo oriental del simbolismo y de la Belle Epoque para plasmar una experiencia que va más allá de la música y sus silencios. Tal como debe ser.

Los personajes se mueven en cámara lenta, se cruzan sin tocarse, se desean, se miran; nunca un Pelleas se hizo tanto eco del inicial “Ne me touchez paz, ne me touchez pas!”.  El único roce es la música.

Hechiza la distante Mélisande de Elena Tsallagova. Voz y presencia etérea, misteriosa, inasible y algo helada, que no necesita luchar con el fantasma de célebres encarnaciones de la criatura de Maeterlinck. El notable Stéphane Degout es el Pélleas de su generación (ya lo demostró en las representaciones vienesas junto a   Natalie Dessay, a quien Tsallagova podría recordar) invistiéndolo de intensidad, lirismo y convicción inusuales. Vincent Le Texier los acompaña con su Goulaud, amenazador y desolado, así como el Arkel de Franz Josef Selig. La Genevieve de Anne Sofie von Otter prueba que no hay segundos papeles para la que fuera luminosa Mélisande con Bernard Haitink.

Desde el foso orquestal, el formidable Philippe Jordan y la orquesta de la Ópera de Paris hacen gala de su perfecta complementación con el escenario. 

Una cita de silencios con sabor a incertidumbre, a porvenir abismal donde el ominoso eclipse que preside la escena sugiere un fin de civilización sólo apaciguado por la melancólica exquisitez de Debussy.

Quienes consideran a Wilson un gusto adquirido o son alérgicos a su estilo reiterativo hallarán una opción mejor en la versión de Peter Stein y Pierre Boulez – clásico insuperable en DVD – aunque, nada perderían con probar por una vez a este Wilson en conjunción con Debussy y Maeterlinck. No sería nada raro que quedaran atrapados en su red.

* DEBUSSY; PELLEAS ET MELISANDE, JORDAN, NAÏVE DR 2159