Benjamin Britten y su canto por la Paz
Perfecta culminación al año del centenario de Benjamin Britten esta edición particularmente significativa del Réquiem de Guerra, extraordinario canto a la paz del compositor británico que hoy llega como ideal tributo a Nelson Mandela. No se trata de otra reedición del registro referencial dirigido por el compositor en 1963 sino del estreno mundial en la catedral de Coventry el 30 de mayo de 1962 que originado en un archivo radiofónico por primera vez queda a disposición del público gracias al sello, nunca mas acorde, “Testament”.
Es sabido que la magna ocasión adquirió connotaciones que fueron más allá del evento musical. Encargado para conmemorar el bombardeo de la catedral de Coventry en 1940 por la Luftwaffe que mató a 568 personas y dejó en ruinas una joya del gótico inglés, el pacifismo a ultranza de Britten se plasmó en esta obra también monumental en su espíritu de reconciliación para ser cantada en su estreno por solistas de Inglaterra, Alemania y Rusia. Sobre versos del desafortunado Wilfred Owen, el poeta soldado muerto una semana antes del fin de la Primera Guerra Mundial con sólo 25 años, intercalados con textos latinos de la Misa de Difuntos, Britten ideó su manifiesto antibélico estructurándolo en tres planos como los círculos de la Divina Comedia. Así diferenció el nivel puramente sinfónico con soprano y coro, otro con orquesta de cámara donde participan el tenor y el barítono y un tercero con un coro de niños que simboliza el reino celestial.
Para el estreno mundial que se llevaría a cabo en la reconstruída catedral, Britten quiso reunir las tres voces que inspiraron su obra: el tenor inglés Peter Pears, el barítono alemán Dietrich Fischer Dieskau y la soprano rusa Galina Vishnevskaya. No sólo amigos entrañables sino voces que respectivamente encarnaron la esencia del canto británico, ruso y alemán.
Pero en otro capricho de la Guerra Fría imperante (el muro de Berlín y la crisis de los misiles en su punto más álgido), a Vishnevskaya no se le permitió salir de la Unión Soviética y a último momento fue reemplazada por la notable soprano inglesa Heather Harper.
Obra que Shostakovich consideraba la máxima del siglo XX, es un alegato que cataliza la rabia contenida de Britten con un Lacrymosa sólo comparable al de Mozart y que en la plañidera frase de la soprano evocar el lamento de un pájaro herido. Harper es una solista de altísimo nivel, más musical que la temperamental Vishnevskaya quien aportó luego una lectura si en exceso fervorosa, de todos modos definitiva. Por su parte, con distinción proverbial, Pears literalmente encarna a su compañero Britten cuando hacia el final dice al barítono “Amigo, yo soy el enemigo al que mataste”. No obstante, es la intervención de Fischer Dieskau la que deja sin palabras en el crucial Libera Me. El gran barítono berlinés cuenta en su autobiografía “El estreno fue una ocasión de tal atmósfera e intensidad que al finalizar estaba deshecho, no sabía donde esconder mi cara. El recuerdo de tantos amigos aniquilados y de tantos sufrimientos padecidos obnubilaron mi mente”. De hecho, luego del solo Pears debió ayudarlo a regresar a su asiento.
Desde ya las versiones posteriores no sólo están muchísimo mejor grabadas, algunas incluso superan los resultados artísticos de ésta que se impone ante todo como documento histórico e ideal acompañante de la versión comercial que Britten grabó para DECCA (1963). En otro momento decisivo, Karel Ancerl lo grabó poco antes de que los tanques rusos entraran en Praga. En 1968, Carlo Maria Giulini y Britten codirigieron otra lectura referencial en el Festival de Edimburgo con los mismos solistas que no fue grabada – la única toma disponible pertenece al año siguiente con otros intérpretes.
Vale destacar otros registros importantes como los de Simon Rattle, Kurt Masur, John E. Gardiner, la excelente versión de Richard Hickox y los más recientes de Mariss Jansons y Antonio Pappano, otro capolavoro que logra ubicarse a la par del original en parte gracias al trío de solistas integrado por Anna Netrebko, Ian Bostridge y Thomas Hampson.
Resuenan las palabras de Owen “En mi poesía, está la piedad. Un poeta sólo puede alertar”. Y es ese manto de reconciliación y piedad por el que clama este Réquiem de Guerra que impone a sus intérpretes la única tarea posible, la de alertar para que no se repita. Un nunca más que si en vista de la condición humana es imposible de conseguir, es deber fundamental de todo artista y una reflexión que se impone al final de otro año turbulento.
* BRITTEN, WAR REQUIEM, TESTAMENT, SBT 149