Un Barba-Azul histórico para atesorar
El castillo de Barba Azul es una elusiva joya del género capaz de electrizar en sólo una hora de música insondable y vertiginosa y que llega en una versión histórica originada en el Festival de Lucerna bajo la batuta del gran Rafael Kubelík, un nombre que merece ser mucho mas recordado hoy y siempre. El sello Audite tuvo la magnífica idea de editar esta lectura de archivo para celebrar el centenario del director cumplido este 29 de junio. El exilado director y compositor checo se estableció en Lucerna en 1953 y fue figura señera en el festival entre 1948 y 1990. La grabación del concierto que data de 1962 testimonia sus celebradas virtudes, un ejemplar balance entre expresividad y fuerza interior, un enfoque distante y al mismo tiempo envolvente como bien dice el excelente texto acompañante que recuerda a la calidez y profunda humanidad de antecesores como Bruno Walter y Wilhelm Furtwängler. En sus manos, las cuerdas adquieren una incandescencia casi palpable, son oleadas sonoras que reflejan los estados de un océano y que parecerían conectar la única ópera de Bela Bartók con una visión tan sublimada como exacerbada del impresionismo debussyano.
En aquella oportunidad Kubelík reemplazaba al moribundo Ferenc Fricsay, referencial intérprete de la obra, para dar otra lección igualmente valiosa. Sus intérpretes fueron Dietrich Fischer-Dieskau e Irmgard Seefried y la ópera acorde a la costumbre de la época fue cantada en alemán lo que podría otorgar una mas accesible comprensión frente al hermético húngaro del original.
Como era de esperar, la dupla es magistral y en el caso de Seefried añade un toque extra de interés el hecho de que Judith sea interpretada por una soprano clara y aniñada. Una de las máximas mozartianas y straussianas de posguerra – y excepcional Liederista – poseía el sello de una naturalidad y frescura que eludió a su colega Elisabeth Schwarzkopf, con quien compartió el escenario en ocasiones hoy míticas, así como una emisión no siempre inmaculada y que la traiciona en el único do culminante ante la quinta puerta. Su Judith no se parece a ninguna otra, por eso no puede comparársela con las emblemáticas Christa Ludwig o Tatiana Troyanos, oscuras, apasionadas, provistas de un erotismo latente; la suya muestra una inocencia alejada de la angustia habitual, es una criatura signada por el miedo infantil y una mansa resignación, en todo caso, una prolongación de Hansel y Gretel que supo cantar memorablemente.
Ese corazón palpitante en la voz de Seefried contrasta con el cerebral duque Barba Azul de Fischer-Dieskau. En su absoluto esplendor vocal emana tanta autoridad como belleza de timbre. Lúgubre y enigmático, el célebre barítono berlinés es el perfecto aristócrata, de una profunda tristeza, de una desolación estremecedora y voz tan elegante como seductora. Dietrich Fischer Dieskau lo había grabado anteriormente con Fricsay y lo volverá a grabar con su mujer Julia Varady (dirigidos por Sawallisch y esta vez en húngaro) décadas después pero esta queda como prueba irrefutable de su señorío escénico, tan impactante sólo en lo vocal que es fácil imaginarlo en el escenario.
La combinación de ambos, fuego y hielo, cerebro y corazón es sencillamente ideal unida a la sabiduría de Kubelík que completa este triángulo musical para la historia, y además muy bien grabado para la época. Aquí no hay excesos sino una atmósfera asfixiante que en vez de estallar se apaga en un descenso mágico y espeluznante hacia las tinieblas para hundirse en el mar de lágrimas. Un merecido homenaje a su centenario y un esencial que lo ubica junto a los infaltables registros de Ferenc Fricsay, Pierre Boulez, Istvan Kertesz y el reciente de Ivan Fischer.
* BARTÓK, BLUEBEARD’S CASTLE, KUBELIK, SWISS FESTIVAL ORCHESTRA, AUDITE 95.626