Parece que fue ayer, 10 años de Cleveland en Miami
Parece mentira que desde el escenario del Knight Concert Hall la Orquesta de Cleveland haya celebrado una década de presencia en Miami. Una de las Big-Five de la gran tradición americana (junto a Chicago, Boston, Filadelfia y Nueva York, cuya supremacía se ve amenazada por las de San Francisco y Los Angeles) presentó en enero sus dos conciertos de abono y una gala conmemorativa, los tres bajo la dirección de su titular Franz Welser-Most.
Decía Erich Leinsdorf que uno de los mayores secretos para el éxito de una orquesta se hallaba en su programación; si la aseveración del director es obvia no está mal recordarlo ya que este bien podría ser el Talón de Aquiles de las temporadas miamenses de los Clevelanders, donde obtienen buena recepción de un público local que comienza a mostrar cierta inquietud ante programas que no sólo difieren bastante de los que llevan a cabo en el magnífico Severance Hall de Cleveland sino que no terminan de afinar la puntería cuando de Miami se trata. Si en su descargo debe señalarse que la programación ha mejorado en comparación con las de años anteriores, aún no deja de haber baches importantes o cierta rutina que no satisface al cada vez mas informado y por lo tanto exigente público del sur de Florida. No es de extrañar que, cimentada en la mas sólida tradición europea, la Orquesta de Cleveland sea un baluarte de la cultura americana y por eso debe juzgársela desde los estandares mas altos y severos. Al fin de cuentas, es uno de los contados Rolls-Royce orquestales del planeta.
El primer concierto se integró con dos obras de Tchaicovsky y un Schumann de por medio mientras que el segundo repitió el esquema con dos Prokofiev y un Brahms como jamón del sandwich. La ecuación ruso-germánica siempre es tentadora pero en este caso el repertorio elegido para los segmentos orquestales no acusó la imaginación necesaria especialmente cuando la NWS se había adelantado iniciando su temporada con la misma Primera Sinfonía de Tchaicovsky.
La presencia del pianista noruego Leif Ove Andsnes en el Concierto en La menor de Schumann motivó un esperado reencuentro con el público miamense que temporadas atrás lo apreció con la New World Symphony. Uno de los mas notables del instrumento hoy día, Andsnes desplegó musicalidad y virtuosismo absolutos sumado a una profundidad que no desdeña la mas completa batería de recursos. Su actuación en una obra tan bella como frecuentada marcó uno de los hitos de la temporada en curso, con el elegante acompañamiento de la orquesta bajo las órdenes del director austríaco.
En ambas obras de Tchaicovsky brillaron las cuerdas con inusitada urgencia, una urgencia en instancias desbordada con la que Welser-Most permeó tanto la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta como la Primera Sinfonía, y que alternó con pasajes apenas audibles en la sala. Si en la sinfonía, los espléndidos solos de flauta, oboe, clarinete y primer violín más el trabajo de metales – de intensidad volcánica – plasmaron el paisaje invernal, fue en el Shakespeare inicial donde el resultado general fue mas satisfactorio.
Algo mas aventurado, el segundo concierto lucía mejor en papel que al concretarse, debido a la combinación de las dos composiciones de Prokofiev que resultó monótona. El temprano Divertimento basado en el ballet Trapeze transcurrió con una lectura eficaz que no terminó de destacar los valores de esta composición menor en la obra del músico. En cambio, la poco frecuentada Tercera Sinfonía que Prokofiev basó en parte en El ángel de fuego, de hecho casi una suite sinfónica de la ópera, motivó una respuesta mas vibrante de la orquesta. Ritmos y empastes en la complicada trama emergieron con claridad, amén de alguna morosidad que no dejó percibir la ironía y humor negro, sí en cambio la influencia de Stravinsky y de la crispación del expresionismo reinante. En la intensidad de la marcha final, Welser-Most desató un caudal de volumen ensordecedor llevando a buen puerto una obra que conlleva el peligro de convertirse en mero despliegue sonoro y por ende, superficial.
Despertaba interés el Doble Concierto para violín y cello, rareza y gloria del mas genial Brahms, y obra de la que la Orquesta de Cleveland realizó en 1969 un registro antológico bajo George Szell con Oistrakh y Rostropovich, un esencial a la hora de coleccionar. Con semejante orquesta, director y solistas, es difícil no hacer comparaciones máxime cuando se trata de la misma agrupación. Y si el tiempo ha pasado y aquella grabación es poco menos que insuperable, fascina comprobar que ese legado de Szell, ese sonido europeo, vigoroso y profundo aún constituye el sello y carta de presentación de la orquesta. En vez de los dos solistas estrellas de costumbre se tuvo a dos distinguidos miembros de la orquesta desempeñándose con alto nivel. No defraudó el venerable William Preucil mientras que Mark Kosower tuvo una actuación eximia con un cello de opulenta riqueza sonora. Mas que a una orquesta con dos solistas se apreció un gigantesco ensamble de cámara respondiendo con total consubstanciación hacia sus destacados pares. En ese sentido, no se pudo pedir nada mas “brahmsiano” razón por la cual el célebre Andante adquirió toda la nobleza que le corresponde por mérito propio.
En el albor de su segunda década en Miami, la Cleveland se enfrenta a una audiencia que parecería desafiarla al conferirle tácitamente el papel de hermana mayor capaz de guiarla y enseñarle lo mejor y menos trillado del gran repertorio en la tradición de un Szell y otros grandes directores europeos que cimentaron la ilustre tradición musical americana. Un legado a construir y mantener en esta joven metrópoli, una inmensa tarea y responsabilidad por cumplir.
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PD: en una novedad digna de imitar, antes de apagarse las luces de la sala, una sucesión de timbrazos alertó a la audiencia a apagar sus celulares; un recurso simpático, mucho mas efectivo que el largo pedido habitual y que no deja de recordar que no estamos tan lejos de los perros de Pavlov.