Guillermo Tell le apunta a la Gran Manzana

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Bryan Hymel y Marina Rebeka en Guillermo Tell – foto cortesía Met

En los tiempos que corren, se requieren agallas para inaugurar una temporada con dos óperas de casi cinco horas de duración respectivamente. El Metropolitan neoyorquino se atrevió con Tristan e Isolda seguida por Guillermo Tell, obras maestras de Wagner y Rossini en dos flamantes puestas en escena acogidas con no poca polémica, especialmente la primera. Separadas por tres décadas de composición fueron niñas mimadas de sus autores; el cisne de Pesaro la consideró su mejor creación, aquella donde depositó toda su experiencia plasmando una Grand-Opera cuyo estreno parisino en 1829, conjugó la pirotecnia vocal italiana y el declamatorio estilo francés con una historia de Friedrich Schiller sobre el patriota suizo, una historia de opresión y consecuente liberación, ingredientes fundamentales del género.

Guillermo Tell llegó al Met en 1884 en alemán siendo asiduamente representada en italiano hasta 1931 con estrellas como Francesco Tamagno, Rosa Ponselle, Elisabeth Rethberg, Lauri Volpi y Martinelli. En el 2016, después de un hiato de ochenta y cinco años, regresa en su versión original en francés y en toda su extensión, no poca, a través de cuatro actos. A sus 37 años, Rossini se retira así del ruedo lírico con una sucesión de inspiradas arias y ensambles corales pese a que en busca de ese lustre que le dará un barniz mas serio peca de cierta grandilocuencia que lo incomoda. Es una ópera espléndida con falencias inocultables amén de su extensión desmesurada. Ese vacío también se aprecia en la puesta de Pierre Audi que exhibe la misma falla, hay demasiado aunque en su apariencia sea abstracta. En la carencia de individualidad de sus personajes y un tratamiento ascético, genérico reflejado en una escenografía y vestuario mas acorde para Moisés en Egipto, Nabucco o I Lombardi, la puesta impresiona en su espectacularidad sin llegar a conmover. Nadie echa de menos los paisanos suizos, los picos nevados y el elemento kitschy que podría indigestar al minuto, por el contrario, los grandes espacios que permiten circular al coro y las proyecciones y luces son bienvenidas aunque la nave suspendida como una suerte de Arca de Damocles y los ciervos colgados patas arriba sugieren indecisiones o cripticismos que van más allá de la comprensión del espectador común.

En el renglón musical está la columna vertebral del éxito de la versión capitaneada por Fabio Luisi. Gracias a una orquesta inmaculada y un coro dirigido por Donald Palumbo que acusó un rendimiento excepcional desde el principio al glorioso tableaux final. Para la ocasión, el Met reunió un equipo de cantantes literalmente soñado comenzando por el gran barítono canadiense Gerad Finley en el rol titular – soberbio en el aria Sois immobile previo al célebre episodio de la manzana – secundado por Janai Bruggai, joven valiosa soprano, como su ¨hijo¨Jemmy y la siempre eficaz Maria Zifchak como su esposa. El cruel Gesler de John Relyea se sacó chispas con el bajo Marco Spotti, un punto por debajo se situó Kwangchul Youn como el anciano Melchtal.

La princesa austríaca Mathilde fue la excelente Marina Rebeka, cuyo rendimiento mejoró con el avance de la noche después de un bello Sombre foret inicial que reclamó la urgencia e intención del estilo francés de una Crespin o en todo caso, Caballé. Si los tenores Sean Panikkar y el debutante Michele Angelini cumplieron gallardamente con sus breves asignaciones, aparte de la nobleza interpretativa y vocal de Finley, la noche fue de Bryan Hymel a cargo del extenuante papel de Arnold cuya tesitura es, no cabe otra expresión, imposible. Como el Eneas berlioziano (otro as del cantante americano) juega con la flexibilidad del tenor lírico rossiniano y el heroísmo de un Verdi o Berlioz. Hymel supo equilibrar ambos aspectos añadiendo la necesaria cuota de lirismo. Su aria Asile héréditaire del último acto y su implacable sucesión de agudos, valió la espera y la ovación.

En resumidas cuentas, una producción importante de una obra fundamental del catálogo rossiniano que no podía tardar en regresar al Met; espléndidamente servida en lo vocal y con un impresionante tratamiento escénico que mas allá de sus méritos, no termina de satisfacer.

Guillaume Tell

Guillaume Tell – fotos cortesía Met

 

Guillaume Tell

Guillaume Tell