Inmenso Schubert: Bostridge, Adès, Emerson & Finckel

FRANZ SCHUBERT Winterreise, D. 911

Bostridge y Adès en Carnegie Hall – foto Jennifer Taylor

Dos obras fundamentales del romanticismo – y de la música toda – engalanaron una otoñal tarde neoyorquina separadas por la corta distancia entre Carnegie Hall y Alice Tully Hall. Dos colosos de Schubert compuestos en los tramos finales de una vida que no llegó a los 32 años. Dos lecturas soberanas por artistas de la misma estirpe y similares complicidades creativas,  canalizándose como mensajeros genuinos del compositor

Presenciar – tanto mas que ver y escuchar – a Ian Bostridge y Thomas Adès en Viaje de Invierno es remitirse inevitablemente a sus ilustres compatriotas Pears y Britten, es pensar en el mismo Schubert entonando por vez primera estas canciones para su círculo íntimo, diciendo “Son mis Lieder preferidos y terminarán siendolo para ustedes también”, es comprobar la lacerante intensidad del ciclo cantado en la cuerda original de tenor para la que fue compuesto, hecho antes probado por Peter Schreier (sin olvidar a Peter Anders, Jon Vickers y Jonas Kaufmann). Si la versión barítono es la norma (y como rara excepción alguna que otra mezzo intrépida), un tenor aporta una urgencia y autenticidad digna de experimentar, máxime cuando como en este caso se trata del más notable liederista británico en su categoría. La apuesta se duplica con Adès, el gran compositor inglés del día – que compuso el Caliban de su ópera La tempestad para Bostridge, detalle significativo de la consustanciación entre ambos – aportando un enfoque más de colega que de pianista, hay una sutil intervención, desafiante imaginación, un colorido único, un extraordinario «mano a mano» de compositor a compositor. 

Para Bostridge cada Winterreise es una travesía, como debe ser. A sus 51 años vive con el ciclo desde hace treinta y siete, haga la cuenta; es su compañero de viaje, de vida, marcó su espaldarazo internacional desde Wigmore Hall, lo grabó en varias oportunidades, lo cantó mas de un centenar de veces, hasta hizo una polémica película y escribió un libro imprescindible: Anatomía de una obsesión. Y de esa literal obsesión se trata, porque en esa implacable cabalgata emocional Bostridge va más allá del cantante: es un historiador, un erudito, un duelo consigo mismo, un actor que vive el personaje del viajero solitario como un periplo en el tiempo, es el paria eterno, el judío errante, hasta es Schubert corrigiéndolo febrilmente en su lecho de muerte. Así recrea veinticuatro instantáneas con cada una de las veinticuatro canciones. En este “Aleph”, críptico núcleo de la creatividad schubertiana, la estampa byronesca del tenor pinta al negro Rothko de la capilla de Houston, es el monje de Caspar D. Friedrich, es una repelente caricatura de Otto Dix o El Bosco, descansa santamente bajo El Tilo, contempla el fugaz Sueño de primavera, se retuerce como un Egon Schiele o reclama al público como Petrouchka de StravinskyBostridge no posee (ni pretende) la infinita dulce gama baritonal de Fischer Dieskau, el inglés es un mítico trovador de voz angelical que puede tornarse diabólica o sarcástica como si en vez de Müller fuese un texto de Beckett o Ionesco. Es un chef magistral que cambia una receta tradicional arriesgandose para luego volver al original. Su enfoque puede rechazarse, jamás deja indiferente. El silencio instalado después del Organillero, un enigma aún mayor que los tres soles de El parhelio, fue la mejor recompensa para ambos artistas y un conmovedor homenaje al coloso vienés.

FRANZ SCHUBERT Winterreise, D. 911

FRANZ SCHUBERT Winterreise, D. 911

 

Por su parte, la celebración las cuatro décadas del Cuarteto Emerson brindó no sólo un estreno de Mark-Anthony Turnage y un clásico Shostakovich, junto a Beethoven y Bartok uno de los fuertes del grupo, sino el esencial Quinteto en Do de Schubert con la participación de David Finckel, el cellista del grupo durante treinta y seis años, abocado a una carrera como solista además de codirigir la Chamber Music Society del Lincoln Center.

Si el Décimo de Shostakovich sirvió de vivaz inicio – a diferencia de los demás se inscribe como uno de los menos trágicos – para templar la tarde en el cálido recinto del Tully Hall, la premiere neoryorquina de Sudario de Turnage mostró el compromiso del ensamble con la música actual, de hecho fue encargada por el Emerson. Primer y último movimiento envuelven como un grave manto de recuerdos y agradecimiento a los tres interiores, una marcha alocada y dos breves intermezzos como volátiles scherzos.

La gran fiesta llegó con el Quinteto, es una obra especialmente amada por los Emerson que marcó la despedida de Finckel y ahora su reencuentro así como la laureada grabación con Rostropovich. En lugar del ruso, Finckel – su discípulo – fue la columna vertebral y comentario de la pieza. Compartir el juego de miradas cómplices y de inmenso disfrute fue el privilegio que selló la mas desoladora de las últimas geniales obras del austríaco. Un testamento al espíritu romántico – el célebre Adagio lastimando en la fogosidad inmaculada de los cinco, la danza final tan macabra como precisa así como el impecable primer movimiento liderado por Philip Setzer– y por sobre todas las cosas, en esta ocasión, un manifiesto al espíritu indomable de un grupo como ninguno que se ha transformado aunque en esencia siga siendo el mismo.

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Los Emerson y David Finckel celebran sus 40 en Tully Hall, CMS Lincoln Center – foto de Tristan Cook