Seraphic Fire, refugiados de un bosque interior
En la acústica dorada de Santa Sofía abrió su temporada la agrupación Seraphic Fire dirigida por Patrick Dupré Quigley, creador del notable ensamble miamense. Y lo hizo con una de sus especialidades, la música de Claudio Monteverdi. Los tres elementos – compositor, intérprete y ámbito – se fusionaron perfectamente para una velada de indudable jerarquía. Unos setenta minutos de la colección Selva Moral y Espiritual – última creación del compositor, dicho sea de paso para la basílica de San Marco veneciana, que resume su legado creativo – posibilitó a ocho miembros del grupo demostrar el nivel de excelencia sostenido a través de quince temporadas recién cumplidas.
Como preludio a esta decimosexta que comienza, interpretaron en calidad de estreno mundial Columna de Drew Baker encargada al joven compositor residente en Chicago gracias a una beca de Knight Foundation que para los quince de Seraphic Fire dio lugar a varias comisiones a través del año. La intención de Baker fue sentar el tono para la velada monteverdiana. En ese aspecto, Columna logró su objetivo, acompañados por dos violines, cello, tiorba y órgano, los cantantes trazaron un sereno tapiz que evocó la atmósfera del pasado veneciano replicando estructuras de la música temprana.
La inmensa colección abarca la obra de una vida creativa que muestra la evolución del cremonés y en definitiva del principio de toda la música erudita de occidente, saliendo del canto gregoriano a la polifonía del stile antico y el florecimiento de la melodía simple o intrincada, el aspecto litúrgico y la ópera – recuérdese que el Ulises y la Poppea están a un paso – se ven representadas en estas viñetas de belleza atemporal que sirvieron de vehículo espléndido a las voces seráficas.
Cada integrante tuvo su momento de lucimiento, destacándose la labor del contratenor Douglas Dodson capaz de lidiar con la endiablada tesitura y adornos vocales resueltos con pasmosa agilidad, ambas sopranos – Meredith Ruduski y Margot Rood – emergieron límpidas y exactas, exquisitas en el duo Isti confessor enmarcadas por la tersura de la mezzo Amanda Crider, así como los tenores Patrick Muehleise y Steven Stoph, dos ya tradicionales baluartes del equipo aportando la claridad de su registro, y los bajos Steven Eddy y James Bass, otro «esencial» del grupo.
Reflexión y sentimiento unidos por una austeridad soberbia. Las luces y sombras de este metafórico bosque, auténtico refugio del alma y los cantantes, fueron delineadas por el Kyrie y el Salve Regina, diferentes y mas graves que el resto por responder a otro capítulo monteverdiano. Experimentadísimo en estas lides, Quigley se movió como pez en el agua para plasmar la combinación exacta entre ambos renglones, con ese teatro que inexorable se adivina y va tomando protagonismo.
No vale la pena detenerse en cada número plasmado con dedicación y entusiasmo de orfebres por los cantantes, en el final Dixit Dominus se completó esta entrega luminosa, dejando una perceptible, necesaria sensación de paz que invadió el recinto. Desde La Serenisima, el inmortal Monteverdi sigue enseñando el sendero hacia una paz que pareciera cada día mas elusiva, cada día mas lejana. Y en el ámbito local, Seraphic Fire cumple como luz constante de esa vela que sigue dando batalla contra, literalmente, viento y marea. Para reflexionar y seguirlos.