Régine revalorada, «Crespinette» homenajeada

Más allá de Callas, mas allá de Tebaldi, Schwarzkopf, Sutherland, Nilsson, de los Angeles y Price… está Régine Crespin (1927-2007), única contemporánea francesa digna de ese augusto panteón. Voz incomparable y “animal escénico” dueño de un charme sin parangón. No por nada le decían «La leona». Absoluto rara-avis, francés hasta la médula. Sin querer añorar épocas amansadas por el recuerdo, vale decir que si hoy hay cantantes extraordinarias, técnicamente impecables e incluso superiores a muchas de las nombradas, aquellas se destacaron por un timbre inconfundible al que sumaban estilo y personalidad inimitables. Así como Rysanek, Vishnevskaya o Varnay, la soleada marsellesa desbordaba temperamento y encanto fundidos en una voz que combinaba sensualidad con grandeur, el Mediterráneo con el Rhin más un boulevardier toque parisino.

A diez años de su desaparición, Warner le rinde justo tributo editando en diez compactos gran parte de su legado discográfico. Una discografía escasa si se piensa que Crespin no grabó tanto como mereció, y que tuvo que esperar, léase desperdiciar, más de una década para su primer registro. El homenaje abarca desde 1958 a 1976, mostrándola en absoluta plenitud y posterior decadencia, cuando la década del setenta la encontró inmersa en una terrible crisis vocal y personal que la obligó a refugiarse en roles de carácter para mezzosoprano donde se transformó en “la Eleonora Duse de las escenas de muerte operísticas” hasta su retiro en 1989.

Una voz opulenta, envolvente e inmensa, tan inmensa que grabarla era literalmente un drama (los técnicos le decían “El cañon francés” y ella “mi pequeña pesadilla” al micrófono). El tiempo confirmó lo que Crespin sabía mejor que nadie, que era una “soprano falcon” – con agudos cortos y abisales graves de mezzo como su célebre antecesora Cornélie Falcon– no obstante, fue una memorable Tosca, Amelia, Leonora y Desdémona además del repertorio alemán de “joven dramática” aunque jamás se acercó a Isolda -perseguida por el fantasma de la insuperable Flagstad- pese a que el insistente Wieland Wagner la llamaba “Frau Isolde” al que respondía “No, Frau Crespin” en 1958 cuando cantaba su primera, sensacional Kundry en el Festival de Bayreuth bajo Knappertsbusch que aseveró «Es la mejor».  Apianaba como ninguna y resolvía los agudos en principio no fáciles y luego tirantes y ácidos; mas tarde la voz perdió ese lustre distintivo, lo que no le impidió convertirse en una Carmen diferente e impagables Priora y Dame de Pique.

La misteriosa Kundry de Bayreuth

La recopilación, tomada de los archivos EMI y algunos de DECCA, es un festival para “crespinianos” que inmediatamente resienten la ausencia de personajes capitales , como su grandiosa Mariscala (un pecado ya que hay registros de 1964 y 1969), Penélope e Ifigenia, el solo del Stabat Mater de Poulenc e incluso algún souvenir de Brünnhilde, Dulcinée del Quijote o sus tres valses de Oscar Straus, algún Satie, el Dites-lui y el Cher Monsieur, epítomes de la chispeante coquetería gala. El resto está todo o… casi.

Digna sucesora de Breval, Hoerner y su maestra Germaine Lubin, encarnó en la posguerra la ilustre línea de canto de Litvinne y la Viardot idolatrada por Berlioz. Infaltable, su justamente legendaria lectura de Les nuits d’eté – y Sheherazade de Ravel– conforman el pilar de la edición así como las Wesendonck Lieder y arias de Wagner, de una exquisitez y femineidad tan inusuales como espléndidas. Le siguen dos notables compactos de arias italianas donde resplandece como Desdemona, Elisabetta de Valois. que debió grabar completa, Santuzza y Amelia. Vehemente pero demasiado bella para Lady Macbeth, su cincelado Un bel dí vedremo sugiere la elegancia de una Butterfly que nunca cantó.

El repertorio francés es el otro fuerte del programa. Desfilan La reina de Saba, Maria Magdalena, la Brunehilde de Sigurd, Charlotte de Werther, las dos Marguerites (Gounod y Berlioz), Sapho y un introuvable, Divinite du Styx de Alceste. Luego, deslumbra como Casandra y Dido de Les troyens, fue pionera en conquistar ambos roles, tampoco queda atrás su Salomé de Herodiade de Massenet. La voz cansada evidencia  la distancia entre Madame Lidoine de las Carmelitas – que Poulenc compuso pensando en ella – y la Carmen, Perichole y Metella casi dos décadas después, aunque la Tosca en francés de 1960 testimonia su indiscutible dominio del personaje.

Sus Lieder, quizá demasiado afrancesados, no dejan de ser un gusto adquirido. Hace de las canciones de Maria Estuardo y del Liederkreis Op.39 de Schumann un asunto estrictamente personal, así como un Hugo Wolf que hubiera espantado a su sacerdotisa Schwarzkopf, incapaz de suscitar el erotismo latente que aplica generosa en un Verschwigene Liebe irresistible. En Faure, Poulenc y Debussy no tiene rivales, mas laborioso emerge Duparc grabado al comienzo de su declinación. El tributo concluye con dos anecdóticos introuvables de grabaciones privadas del archivo francés – La tantina de Burgos y Hector – y Dites le avec des fleurs, innecesario pasticcio de un film de los setenta. Son las típicas desprolijidades de las recopilaciones actuales como esa Mariscala en portada que olvidaron de testimoniar. Excelentes las notas informativas por tres capos en el asunto, cada uno en su idioma.

Su secreto estaba en el decir, en el fraseo, que es la intención detrás de la palabra (insuperable en el crescendo del ausente War es so schmählich de Die Walküre, en el simple pero fundamental Ist halb vorbei de la Mariscala o el suntuoso Adieu beau ciel d’Afrique, astres que j’admirais aux nuits d’ivresse et d’ extase infinie de la moribunda Didon),  en el timbre de oboe aterciopelado y la belleza de una voz que no aburre -pecado de tantas voces sólo bellas- y en una manera de cantar que no se parece a ninguna otra (nótese el rubato y énfasis en las letras “i” y “t”, siempre un hallazgo).

Clase y picardía, entrega y abandono capaz de iluminar un recitativo asi como el aria mas trillada, gobernada por su ingobernable instinto musical y teatral, “Crespinette” – como la llamó Poulenc y que ella adoptó como su  desenfadado «otro yo» – es como la rosa que lleva su nombre, la misma que encarnó al cantar Ci-git une rose que tous les rois vont jalouser… Esencial.

*REGINE CRESPIN, A TRIBUTE, WARNER 0190295886714 (10CDS)