Gloriosos Troyanos del Siglo XXI

Casualidad o coincidencia, como corolario a este año tempestuoso que reflejó el  Arma virumque cano – “Canto de armas y de hombres” – incitando a Berlioz a componer su obra mas ambiciosa que jamás vió escenificada, llega el flamante registro integral de Les Troyens por John Nelson, quien después de convivir con la ópera casi medio siglo merece darse el gusto de su vida. Acercándose al elusivo rótulo de definitivo, es un trabajo tan épico como el título, que evoca épocas mejores para la industria discográfica, cuyos ecos quizá arrasen como grabación del año 2017. 

Elefante blanco de la ópera, mejor dicho “Caballo de Troya”, mamotreto temido e imposible de escenificar, presenta obstáculos de todo tipo y, casualmente, tenor. Nelson recoge el manto dejado por aquel impagable berlioziano, Sir Colin Davis, y arremete con un trabajo donde su larga experiencia emerge como esencial e invalorable. Logra fundir las vertientes que coinciden en la épica berlioziana, desde y hacia el clasicismo y romanticismo dotándola de una naturalidad estilística que deslumbra y por momentos conmueve, rigurosa, sin amaneramientos, monolítica y poética a la vez. Así desfilan fanfarrias y arpas, cumbres y valles, civilizados y bárbaros, marineros y deidades, héroes y esclavos donde coros y solistas despliegan fervorosos este fresco monumental que conjuga cuatro enigmáticas civilizaciones. El experimentado Nelson navega las aguas entre Troya y Cartago como el mejor capitán, sacándole el mayor provecho a sus dieciocho solistas, ciento treinta instrumentistas, incluídas seis arpas, de la orquesta de Estrasburgo que sin ser la Sinfónica de Londres sabe combinar la precisión alemana con el espíritu francés, y los ciento cincuenta coreutas de tres coros combinados. Por si esto fuera poco, Nelson cuenta con los solistas que considera ideales. Lo que podría ser un exceso de abundancia resulta una mezcla óptima bajo su firme liderazgo.

Imposible no mencionar la versión pionera, abreviada, de Sir Thomas Beecham que en 1947 dio el puntapié al derrotero por establecerla en el repertorio internacional, algo que ha sucedido muy de a poco en vista de las dificultades que conlleva. Tampoco al paladín Rafael Kubelik y Scherchen aunque los laureles se los lleva Sir Colin Davis con su primera integral en 1969 y la igualmente paradigmática treinta años después con LSO. A la grabación de Charles Dutoit con sus montrealenses se suman tres afortunadas filmaciones: Levine en el centenario metropolitano, Pappano en Covent Garden y la excepcional históricamente informada de Gardiner en Paris, menos felices pero valiosas son las de Salzburg y la Fura en Valencia. Dentro de este panorama, donde puede verse que cada década ostenta su Troyens respectivo, Nelson se equipara y en instancias las supera, con una lectura que desmiente las cuatro horas de música que pasan sin sentirse. Toda una hazaña.

La altísima tesitura, literalmente heroica, de Eneas provocó la estampida de grandes tenores temiendo al “beso de la muerte”. Para Domingo marcó un breve compromiso, Kaufmann desistió, notables wagnerianos como Vickers, Lakes y Heppner lograron plasmarlo asi como otros tan diferentes entre sí como Gedda, DelMonaco, Svanholm, Chauvet, Villars, Merritt y Kunde. Actualmente sólo Bryan Hymel rivaliza con su joven compatriota Michael Spyres, la acertada elección de Nelson, que se aleja de las “heroicidades” de un Vickers para entregar una clase de canto francés, elegante, viril y flexible, con un envidiable, luminoso registro agudo donde se halla comodísimo. En un papel arduo y hasta desagradecido, Spyres traza un espléndido Eneas. Igualmente deleitan los tenores Stanislas de Barbeyrac y Cyrille Dubois, como Iopas y Hylas en sus respectivos O blonde Cérès y Vallon sonore. Vale mencionar los idiomáticos Stéphane Degout (Chorebe), Nicolas Courjal (Narbal), Hanna Hipp (Anna) y Marianne Crebassa (Ascanio).

Las dos heroínas, en ocasiones por una misma cantante, son palabras mayores y pilares absolutos de las dos partes que componen la epopeya, El sitio de Troya y Los troyanos en Cartago. Callas se las perdió y otras como Jessye Norman, Shirley Verrett o incluso Janet Baker y Anne Sofie von Otter no las grabaron cuando debieron, como si no hubiesen sido tenidas en cuenta a la hora de la integral, afortunadamente Régine Crespin se salió con la suya y grabó ambas en una extractada. Otras como Ludwig, Horne, Resnik, Bumbry, Simionato, Graham y las lloradas Tatiana Troyanos y Lorraine Hunt-Lieberson dejaron su impronta en escena. En una decisión que revela su enfoque y propuesta, Nelson recurre a una contralto y a una mezzo lirica fogueadas en la música temprana, barroco y clasicismo. Ambas están al límite de sus recursos pero Nelson obtiene el resultado que desea. La Cassandre de Marie-Nicole Lemieux posee la fiereza e impacto necesarios, amén de un incipiente vibrato y alguna nota ácida, brinda una dignísima princesa troyana acosada por sus visiones. Por su parte, la Didon de Joyce DiDonato es la gran estrella de la versión. Su canto es de una inteligencia, meticulosidad, exquisitez, compromiso, honestidad y vulnerabilidad sin par hoy dia. La norteamericana habilmente compensa alguna rigidez en la emisión con una entrega total y un grandeur clásico indiscutible que agradece sus previas excursiones en repertorios afines. En el último acto – y en el maravilloso Nuit d’ivresse donde se saca chispas con Spyres – hace suya la velada coronándola con un estupendo Adieu fiere cité.

Un esfuerzo tan monumental como la ópera bien recompensado en estos tiempos difíciles, la edición digital en cuatro compactos trae un jugoso DVD extra de 85 minutos con escenas y arias de la representación/grabación en la Sala Erasmo de Estrasburgo. Imperdible, y un producto que refleja la noble dedicación de toda una vida por parte de Nelson quien sale triunfal con éste, «sus Troyens» del siglo XXI.

*BERLIOZ, LES TROYENS, NELSON, ERATO 0190295762209, 4CD+1DVD