Dresden, recital a medida y excepción a la regla

 

Permítaseme esta reseña como ejercicio de distanciamiento a compartir con la debida licencia y a título personal del recital originado a raíz de mi serie DRESDEN exhibida en el Lowe Museum of Art de Miami.

Hecha la salvedad del caso, el motivo que me impulsa a comentarlo supera mis pudores y reparos. Aunque lo sean, no es ni agradecimiento ni compromiso, sino la simple y llana obligación de testimoniar el notable desempeño de sus intérpretes y la creatividad certera de Illuminarts  que comandada por la versátil Amanda Crider viene proveyendo a Miami de un servicio tan único como necesario en estos tiempos interdisciplinarios: recitales camarísticos en espacios no convencionales uniendo arte visual con música. Una bienvenida rareza – y hazaña – en el ámbito local que merece todo apoyo posible.

 

 

Vale recordar que la programación temática en el terreno del Lied cobra absoluto protagonismo cuando en la posguerra colosos como Dietrich Fischer Dieskau o Elizabeth Schwarzkopf la utilizan como recurso salvador de este riquísimo género musical. Mas allá de los ciclos tradicionales, los Lieder reunidos bajo temas específicos, desde “las flores” a “la muerte” pasando por “encuentros” y “soledades” aportaron enfoques reveladores, tan trascendentes que han señalado constantes en tantas carreras de nuestros dias, tal el caso del americano Thomas Hampson o el alemán Matthias Görne por citar dos ejemplos soberanos.

Esta serie basada en la destrucción de la Florencia del Elba a fines de la Segunda Guerra Mundial, inspiró y sirvió de marco al recital  Dresden: Hymn to Humanity presentado por Illuminarts como corolario a la muestra en el mismo museo donde el año pasado tuvo lugar su emocionante The Dandy Lion Roars. En esta oportunidad, más que emoción fue literal catarsis interpretativa gracias a tres músicos de fuste que hilaron secuencias diseñadas como arco ilustrativo de la condición humana.

 

En este sentido el repertorio de canciones ofrece tanto que elegir se hace tarea de orfebre. Apenas una docena de canciones, timing ideal para un concierto de estas características, divididas en cuatro grupos – El hombre crea y construye, Destrucción, Secuela y reconstrucción, El ciclo se repite – bastaron para imponer esta reflexión sobre la capacidad destructora y regeneradora del hombre. Compositores de los países implicados en la contienda – Alemania, Estados Unidos, Reino Unido  y Rusia- aportaron aún mayor interés al emprendimiento. 

La contundencia sonora de Jonathan Beyer abrió y cerró el recital con la brutalidad de El tambor de Ned Rorem, el barítono supo viajar entre desolación y compasión pasando por indignación y estupor con Mañana en el corazón de Sibelius, un clásico del gran Tom Krause, I hear an army de Barber (y James Joyce) más el ruego fervoroso de Let Beauty Awake de Vaughan Williams, el evocador lirismo de Cuando ondea el trigo dorado de Rimsky Korsakov y la pasión del romance Torrentes primaverales de Rachmaninoff, celebrado bis del lamentado Hvorostovsky. Decir que Beyer estuvo a la altura de sus colegas mencionados es hacerle justicia en vista de su compromiso total. 

 

 

Justo pendant fue Jennifer Holloway, cantante americana que casualmente acaba de cantar Salome en la Semper Opera de Dresden y que en perfecto alemán supo disminuir su inmenso caudal hasta adaptarlo a la intimidad requerida. Aportó una voz rica, desafiante, consoladora y lacerante en cada situación; desde el sublime Im Abendrot schubertiano al rotundo, breve impacto de Über die Grenzen des All de Alban Berg y el exacto Kurt Weill sobre Walt Whitman Beat Beat Drums!. La emoción invadió al Urlicht, luz primera de la Resurrección de Mahler, a un Morgen straussiano sin almíbar sino como rayo de esperanza, un momento antes había sido escalofrío en la frase “en cada tumba sólo una palabra: fuimos” de Auf dem Kirchhofe de Brahms, para finalizar con el simple, desolador alegato sobre Vietnam – y todas las guerras – So pretty de Leonard Bernstein en tácito recuerdo a su centenario.

 

 

La versatilidad de Anna Fateeva como pianista acompañante quedó probada en interpretaciones que fueron más allá de meramente secundar, amén de haber merecido un piano mejor que experta supo trabajar minimizando falencias. Un foco seguidor enfatizó el drama con luces y sombras  y el atento subtitulado clarificó cada texto, dos inteligentes adiciones amén de la disposición del público que permitió a los cantantes desplazarse entre la audiencia otorgando mayor intimidad y cercanía.

No hubo necesidad del espeluznante Octavo cuarteto para cuerdas que Shostakovich compuso en Dresden bombardeada, ni de Metamorfosis del desconsolado Strauss sobre las ruinas de Munich, bastó con la voz humana, auténtica protagonista de un drama estremecedor.

En sintesis, un recital tan sustancioso como impecable que conlleva mi admiración y mi obvio agradecimiento implícito.

 

Información sobre Illuminarts

 

 

Jonathan Beyer, Anna Fateeva, Amanda Crider y Jennifer Holloway, responsables de Dresden: Hymn to Humanity en el Lowe Museum of Art, cortesía de Illuminarts