Jonas Kaufmann, soberbios Wagner online
El tenor estrella Jonas Kaufmann es el anzuelo para dos veladas Wagner que lo tienen de protagonista junto a los mejores exponentes actuales en ese repertorio a los que se suman algunos debuts reveladores.
Desde el encierro, desde la cárcel virtual del 2020, desde la verdadera donde estaba Kirill Serebrennikov, el director de este explícito Parsifal desde la Ópera de Viena que causa escozor, que es alabado y vilipendidado al mismo tiempo. Brutal, parco, difícil de ver, el ruso no es el primero en desacralizarlo sin miramientos, su compatriota Tchernikov ya lo había hecho en la Staatsoper de Berlín en la puesta postnuclear bajo Barenboim.
Difiere con aquella en que la vienesa transcurre en la actualidad, en una suerte de gulag con alusiones obvias al encarcelamiento de Navalny (el de Serebrennikov acabó siendo domiciliario y desde el cual logró la proeza de dirigir su puesta en escena); por esta vez, el festival sagrado se convierte en un canto de protesta. Inmediatez y frontalidad que espanta y estremece como rasgos primordiales, como un Jean Genet. Si la simbología de la obra es tan indigestante como compleja aquí se resume a tatuajes religiosos que realiza el paciente Gurnemanz en los cuerpos de los presos y el submundo sórdido de las cárceles con fuertes tintes homoeróticos y sadomasoquistas incluidos. Ni el cisne se escapa de la mirada de Serebrennikov, es un prisionero albino que Parsifal desangra en las duchas con una hoja de afeitar. Tampoco Kundry es la clásica femme fatal sino una manipuladora periodista fotografiando, sobornando a los presos, reportando sus condiciones de vida para luego en el segundo acto ser la directora de una agencia de modelos (obviamente, las mujeres flores) propiedad del sádico Klingsor.
Un Parsifal al límite, seco, descarnado, cinematográficamente “a la rusa”. Si todo esto, y hay mucho mas, suena ridículo y fuera del contexto wagneriano, lo mas sorprendente es cómo funciona adaptándose a la música hasta amalgamarse en una representación a la que es imposible permanecer indiferente. Hasta el desdoblamiento del protagónico (el casto joven inocente encarnado por el actor Nikolay Sidorenko y el sabio veterano, Jonas Kaufmann, reflexionando, analizando, contemplando su pasado a la manera de otro Fausto), un recurso peligroso en escena a menudo estéril, paga buenos dividendos. Es una de las contadas deconstrucciones escénicas que logra efecto, confrontante, claustrofóbica y de una emoción que anida en el espectador.
Metamorfoseándose, filtrándose en la catacumba carcelaria, subrayando cada instante, comentando desde otro lugar, esquizoidea, desdoblada e independiente pero curiosamente unificada al mismo tiempo, la partitura ejerce su fascinación hipnótica. Hay momentos de intensidad dramática superlativa, con un Kaufmann magistral, no cabe duda de que es “el” Parsifal de nuestra era, intención y dicción perfectas, detallado, claro, doliente y lo que es más: actor y cantante al mismo nivel. La sorpresa es la notable primera Kundry de Elina Garanca; bellísima, ideal, vocalmente aterciopelada y cálida, con un “Ich…Lachte!” que electriza, creando un silencio abismal y a la que Serebrennikov le hace cantar “Durch Mitleid wissen, der reine Tor..” tomando el lugar de la voz celestial, desafiante desde un rincón de la cárcel. Asimismo, el Gurnemanz de Georg Zeppenfeld es enternecedor en su piedad, monolítico, vocalmente perfecto, sus largos parlamentos despachados con pasmosa naturalidad y un timbre soberano de bronce profundo. Equiparándosele, Ludovic Tezier como Amfortas así como Wolfgang Koch, un Klingsor repugnante y que nada tiene que envidiar a un Neidlinger, y al que Kundry elimina de un balazo. Stefan Cerny es un excelente Titurel y cada asignación menor está cubierta impecablemente. Párrafo final para la dirección musical de Philippe Jordan, flamante director de la Opera de Viena, en una labor espléndida, con una orquesta respondiéndole como a un amigo de toda la vida, con solos admirables y redondeando una noche difícil, desgarradora. Es el Parsifal de la desazón, ni siquiera la liberación final alcanza a curar la herida, y si en los demás triunfa el espíritu aquí prima la ausencia de futuro. Basta y sobra con la imagen última de Kaufmann inquisidor, solo en escena tapándose la cara con las manos.
De Viena a Munich para el primer acto de La Valquiria, hora y minutos de fenomenal ópera dentro de ópera, maravillosa condensación de la impronta wagneriana. En ópera completa o versión de concierto, el legado discográfico y fílmico es difícil de igualar. Desde la añosa referencial de Bruno Walter con Lotte Lehmann y Lauritz Melchior pasando por Knappertsbusch con Flagstad y Svanholm, Bernstein con Farrell y King, un Siegmund también presente en Solti junto a Crespin y Böhm junto a Rysanek al Anillo centenario con Hoffmann y Altmeyer bajo Boulez y recientemente el de Copenhaguen, sólo por citar algunos memorables. Asi llega una versión de campanillas con tres estrellas fundamentales del mundo wagneriano actual. Y la ocasión es casi histórica, la reapertura del Teatro Nacional muniqués después de año y medio sin audiencia en la sala, esta vez fueron 700, con una lectura incandescente para la posteridad.
La asimilación de Jonas Kaufmann como Siegmund, al igual que Parsifal, es simple y llanamente pasmosa, de una naturalidad que encarna el recitar cantando fundamental del género lírico. En excelente forma volvió a reconfirmar su estatus como Siegmund esencial de nuestra época. A su lado, la noruega Lisa Davidsen entregó una Sieglinde perfecta que combinó juventud, lirismo, y una voz que vuelve a semejar una mezcla ideal del metal de Nilsson con tintes de la bondadosa calidez de Flagstad; de hecho, fue una semana inolvidable para la joven estrella también debutante en la Scala junto a Riccardo Chailly. Al mismo nivel, maravilló el Hunding de Georg Zeppenfeld de una negrura vocal comparable al inolvidable Gottlob Frick. Los tres superlativos intérpretes enmarcados por una orquesta magnífica al mando de Adam Fischer mostraron el nivel altísimo de una velada que pese a no estar escenificada despertó cálida reacción de la audiencia. Ante las ovaciones, se ofrecieron tres bises acompañados al piano, una sorpresa broche de oro con tres piezas bien significativas para el momento actual: Kaufmann con Träume de las Wesendonck Lieder, Davidsen con Primavera de Grieg y Zeppenfeld con Wie schön ist doch die Musik de Die Schweigsame Frau de Richard Strauss.
Musicalmente excepcionales, tanto Parsifal -si bien controvertido- y un primer acto de Die Walküre para recordar con el deseo fervoroso y ya tangible por que la música en salas retorne a su cauce.
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