Maduro Benjamin, titán al piano

(c) Andrej Grilc-09014

Sucede muy de vez en cuando, desafortunadamente cada vez menos pero, cuando pasa debe festejarse y dejar testimonio como se pueda. Sucede cuando en el transcurso de un recital, se piensa en quienes pudieron estar para compartir tal experiencia, cuando dan ganas de detener el tiempo, llamarlos y soñar con recomenzar. Sucede cuando como en este caso un recital de piano pasa a ser una experiencia trascendente inútil de describir y más aún criticar. Sucede cuando un artista aniquila la capacidad del crítico en vista de su carisma y seriedad, dos atributos que no siempre van unidos y que deja desorientado al escriba por mas avezado que sea. En última instancia, no poder decir nada, es un alivio.

Sucede cuando un “rara avis” se sienta al piano y entrega generosidad, integridad, personalidad, seriedad y talento, literalmente, a manos llenas.  Fue el caso de Benjamin Grosvenor para Friends of Chamber Music en Coral Gables el último jueves. Grosvenor no es novedad en Miami gracias a la entidad que lo trae desde comienzos de su carrera internacional, desde el 2011 y si la cuenta no falla esta es su sexta o séptima aparición. Sus abonados lo han visto crecer y madurar, ha sido un prodigio desde el comienzo pero ya no es un benjamin; a los 29 años comanda una batería de recursos impresionante. Recuerda a aquel crítico que sobre un recital del joven Kissin en Carnegie Hall anotó “Por suerte se equivocó en una nota, es humano”. Algunos detectaron una nota destemplada – el Bösendorfer y la acústica seca no ayudaron – en La valse con el que concluyó su recital; no para quien escribe que permanecía azorado e hipnotizado ante el despliegue del pianista británico, agigantando el sonido o llevándolo a pianissimi apenas perceptibles no obstante, bien proyectados en el auditorio. Un sonido extraordinario, apasionado y absolutamente personal, sin amaneramientos, recio, claro, único.

Grosvenor regaló, no cabe otra expresión, dos lecturas colosales de Preludio, coral y fuga de César Franck y de la Sonata en si menor de Liszt. Dos piezas tan monumentales como arduas en las que se lo vió como pez en el agua. La segunda parte resultó casi innecesaria gracias a los dos primeros platos fuertes que colmaro al mas exigente. Llegaron como postres suculentos: Iberia de Albéniz, su capacidad cromática y telúrica sorprende, y Juegos de Agua y La valse de Ravel, otro pequeño tour de force. Como bises, la Danza de la moza donosa de Ginastera, tan delicioso como el segundo, la Danza de los gnomos de Liszt.

Asi el cronista se permite copiarse sin el menor atisbo de culpa y reproducir lo escrito aquella primera vez porque aplica nuevamente: Quizás sea Grosvenor el mayor pianista de su generación; tampoco importa demasiado etiquetarlo, lo que importa es su vuelo poético, su paleta cromática y aventuradas opciones en el tratamiento del repertorio tradicional sustentado por una técnica monumental que le permite abordar con pasmosa naturalidad y sencillez lo que se le antoje. En síntesis, un artista genuino con el que puede discreparse y donde lo esencial  reside en abrirse a su enfoque, escuchar lo que tiene para decir y asimilarlo porque hay poquísimos de su calibre. Un pianista tan riguroso que cuando se le pregunta cuales son sus «placeres culposos» contesta «el no permitirme ninguno».

foto credito Andrei Grilc

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