NWS & Seraphic Fire, Ucrania en espíritu

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Quiérase o no, este último fin de semana fue imposible mantener a Ucrania alejada del pensamiento, una presencia tácita que pareció manifestarse y emocionante, en la música tanto el sábado en la New World Symphony como el domingo en el concierto de Seraphic Fire, con dos afortunadas adiciones, sin pompa y doliente certeza invocando la realidad.

En la Academia Orquestal Americana de Miami Beach tuvieron lugar dos debuts de relevancia, el del cellista Zuill Bailey y del ascendente director Roderick Cox, ambos excelentes adiciones a la temporada en curso. El solista invitado fue eximio intérprete de un concierto en el repertorio internacional poco ejecutado y con el que valió la pena reencontrarse: el Segundo Concierto para Cello de Victor Herbert, compuesto en 1894 durante su época de cellista justo a tiempo para sus primeras operetas que le darían fama internacional. Con ecos de obvia inspiración de Saint Saens, Liszt y Dvorak – que decidió escribir uno para ese instrumento luego de escucharlo – es una pieza de fuste de este fructífero compositor que supo ser además solista, director y activista por los derechos de sus colegas. Con envidiable fluidez a través de los tres movimientos ininterrumpidos, Bailey entregó una lectura impecable, con el romanticismo exacto, carente de innecesario almíbar y plena del virtuosismo que requiere la obra del autor de Naughty Marietta y Sweethearts. Antes, Helix de Esa-Pekka Salonen planteó un desafío sonoro del que el debutante Cox salió airoso. Ardua e intrincada, no por breve menos difícil la composición del director finlandés, marcó el principio de una velada intensa plena de emociones diversas.

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La Cuarta Sinfonía de Tchaicovsky llegó con el brío y frescura necesarias para convertir una obra trillada en un plato poderoso capaz de encender la emoción. Afortunadamente, emoción jamás desbocada sino bajo el atento control del director que logró de la orquesta un rendimiento superlativo. Las fanfarrias del destino imaginadas por Tchaicovsky llegaron a buen puerto y el aún hoy sorprendente pizzicato ostinato del scherzo fue plasmado con lirismo y pasmosa seguridad. Asimismo, la exquisita melodía del oboe en el andantino y en el último movimiento la evocación a la canción folklórica El abedul en el campo dieron el toque nostálgico y cromático que redondeó una lectura transparente y vigorosa concluyendo con la rancia tradición imperial rusa a toda fanfarria.

En contraste, como emotivo e inesperado encore, Cox dirigió la bellísima Melodía del ucraniano Myroslav Skoryk en tributo a los tristes eventos de estas semanas. Apropiado y emocionante broche musical mientras en las pantallas flameaban banderas ucranianas.

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La tarde siguiente fue el turno de Seraphic Fire y su ya tradicional entrega anual dedicada sólo a voces masculinas bajo la dirección de James K. Bass, director asociado del grupo coral con sede en Miami. El concierto programado hace año y medio resultó ideal abanico representativo de la realidad actual al incorporar composiciones de diversas nacionalidades, tiempos y etnias, sólo faltaba el ingrediente ucraniano que llegó como significativo inicio del himno Bozhe Velyky, en arreglo del director, plegaria de paz que inundó el recinto con la solemnidad requerida, seguido sin interrupción por el clásico Brothers Sing Out del noruego Grieg abriendo un panorama de instancias mas optimistas.

A partir de allí desfilaron siete siglos de música coral sin obviar tres estrenos mundiales comisionados a alumnas compositoras de la Escuela de Música Frost de la Universidad de Miami: Again it is September de Sydney Doemel, A Fantasy de Melissa D’Albora y Viaje de Ilana Perez Velazquez sobre un poema de Alfonsina Storni. Tres breves mosaicos que demostraron la inquieta exploración de diferentes tendencias, desde el austero minimalismo de Doemel, a la armonía de avanzada en D’Albora y la riqueza del castellano difícil de domar en múltiples capas vocales donde brilló el contratenor Douglas Dodson.

Anteriormente, la segunda parte de Las lamentaciones de Jeremias de Thomas Tallis exhibieron la probada capacidad del conjunto en navegar la compleja filigrana polifónica, un pequeño tour-de-force que de por si solo valió la asistencia. En ese mismo empinado nivel ya habia conquistado a la audiencia la versión del himno Finlandia de Jean Sibelius que luego asistió fascinada al tres selecciones de la Divina Liturgia Armenia de Komitas Vardapet. Fascinada es la palabra justa, puesto que las disonancias y lejanas armonías contribuyeron a crear una atmósfera única que fue rubricada por La salvación ha sido creada del ruso Pavel Chesnokov (1877-1944), señalando uno de los momentos mas altos del concierto.

En un terreno mas convencional, dos Lieder nocturnas de Schubert recordaron las glorias del canto a capella de las tradicionales “Sociedad de Canto” de la época. Grab und Mond y Die Nacht trasuntaron la misteriosa dimensión del compositor y los poetas pintando la paz y algún terror oculto típicamente románticos. Menos frecuentadas, literalmente olvidadas, las Quatre petites prières de Saint Francois d’Assise de Francis Poulenc compuestas en los días mas negros de la Segunda Guerra Mundial fueron las otras joyitas de la tarde, imbuidas de un misticismo luminoso y directo que preanuncia los Dialogos de Carmelitas de una década después.

Esa necesitada paz fervientemente alimentada por Poulenc encontró en el último número del programa, dicho sea de paso su título, respiro y descanso final: el Ave María del alemán Franz Biebl (1906-2001). Indiscutible clásico coral, la espléndida lectura de la composición del bávaro por las voces seráficas sirvió de bálsamo reparador a una semana a la que la música supo brindar consuelo y esperanza.

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