Cuando la música NO MUERDE

Pablo Heras Casado

Son directores, tienen la misma edad, comparten las dos primeras letras del nombre y usan dos apellidos. Maestros inquietos y carismáticos, pioneros, marcan sendas, fundadores de conjuntos de música temprana, héroes locales con proyección internacional.  No se conocen, pero estas simpáticas coincidencias afloran inevitables a la hora de comentar los memorables conciertos que dirigieron casi simultáneamente el segundo fin de semana de enero en Miami.

Patrick (Dupré Quigley) + Seraphic Fire

Patrick festejó los diez años de Seraphic Fire, con una recopilación de éxitos que mostró como el grupo conserva la calidad intacta y evoluciona. La misma, profética, invocación inicial de hace una década abrió el programa: «Majestic God, our muse inspire, and fill us with seraphic fire» de William Billings. El Notre Pere de Durufle e Iste Confessor de Scarlatti confirmó que siguen haciendo música barroca como pocos. Le siguieron piezas encargadas, estrenadas o que han sido caballitos de batalla en estos diez años y que reflejan su versatilidad y espíritu.  En éste muestrario estilístico, con I Will Lift Mine Eyes de Jake Runestad se apreció la raíz del coral americano y con Dominus Vobiscum del haitiano Sydney Guillaume su contraparte caribeña, dos mundos bien representados que fueron balanceados por el contagioso, simple fervor devocional del Padre Nuestro de Alvaro Bermúdez. El arduo contrapunto de Hymnodic Delays de Ingraham Marshall, original para música electrónica, transcripto para coro a capella por Suzanne Hatcher  (soprano de SF) fue eficazmente vertido sin faltarle la justa dosis de humor. Asimismo, la exquisita versión de la Misa Criolla de Ariel Ramírez justificó lo que en principio parecía una anti climática elección. En excelente castellano, SF estampó un sello atemporal que la revalorizó y al mismo tiempo, la retrotrajo a su sabor popular y al momento de su estreno (1964). Dos conocidos números del portorriqueño Rafael Hernández – Cachita y El cumbanchero – funcionaron como propinas y final de fiesta de cumpleaños.

Patrick Dupré Quigley

Pablo (Heras Casado) + New World Symphony

Pablo trajo a la New World Symphony un concierto magistralmente programado (ver «lo que no se entiende en papel, funciona en la sala») con cuatro intricadas piezas compuestas entre 1977 y 2009, nada fáciles para orquesta y la audiencia, que sacudida al comienzo terminó rendida. Los atributos más evidentes del español fueron entrega, precisión, claridad, comodidad con el lenguaje  sumado a una rara calidez que proyectó en la sala hasta alumbrar el críptico mensaje de las obras. Podría decirse que el joven granadino ha logrado ponerle «el cascabel al gato» a la música contemporánea.

La pieza más ardua inició el programa, Palimpsests I and II de George Benjamin (1960). El director enfatizó la diferenciación de planos sonoros con pinceladas translúcidas que dejaron percibir las diferentes capas del palimpsesto en cuestión como también, las brutales aristas rítmicas capaces de hacer naufragar la lectura ante el menor desajuste.

Con Lonely Child del malogrado Claude Vivier (1948-1983), cautivó la soprano Barbara Hannigan, también a cargo de una explicación previa que acrecentó el interés del público. Asesinado en Paris a los 34 años, este «enfant-terrible» huérfano y descastado, desnuda su esencia en una canción de cuna que navega por fantásticos universos personales con textos en francés, inglés y vocablos inventados, más reveladores que aquellos. El resultado trascendió la emoción para internarse en el interior de cada uno donde quedó reverberando esta «larga canción de soledad».  Al filo de la navaja expresiva, la espléndida intérprete canadiense abordó idealmente el trabajo de su compatriota. Sin imponer, desde una piadosa introspección casi mística y aplicando un beneficioso distanciamiento que permitió a la audiencia sacar sus conclusiones. Sólo una intérprete de sus kilates podría haberlo resuelto con tal diafanidad y  limpidez.  El director creó el necesario marco, denso y transparente a la vez, que fue creciendo hasta llegar al clímax sonoro para desvanecerse exquisitamente hacia el final.

Barbara Hannigan

Regresó Hannigan transformada en «otra» cantante, para encarnar al letal Gepopo de  Mysteries of the Macabre, suite para soprano y orquesta extractada de la «anti-ópera» Le Grand Macabre del y por el propio György Ligeti (1923-2006). En su introducción, la cantante alertó sobre lo que venía pero la realidad superó lo imaginado. Enfundada en cuero negro, peluca y tacos altos, esta feroz dominatrix demostró su monolítica técnica vocal y medios expresivos, vertió la paranoia y desenfreno del mortífero jefe de la policía secreta del reino de Brueghelland con aplomo y naturalidad prodigiosas. En su enloquecida invasión del escenario (que incluyó sacar del podio al director de un empujón), esta suerte de esquizoide combinación de Casandra, Lulu y Reina de la Noche ejecutó los desaforados staccatos con precisión de bisturí y el humor imperativo a la farsa macabra del húngaro. En todo momento, se evidenció la afinidad entre ambos que entregaron del principio al fin un «clásico instantáneo» del que no se libró ni el saludo.

Para el final, Pablo había dejado lo que en un programa convencional pudo haber sido el principio: EXPO del finés Magnus Lindberg(1958), una deliberada exposición de las posibilidades de una orquesta, con yuxtaposiciones tímbricas que en su modernidad y carácter festivo dejan traslucir connotaciones románticas. Después de la avalancha sonora de las tres primeras piezas, su urgencia llegó como un bálsamo, como una brisa de Ravel o Debussy. Fue otra eficaz estocada que asestó el director para serenar los ánimos y, aunque lejos de serlo, colocar una nota mas tradicional a una noche de arrolladora intensidad y calidad superlativa. Pablo Heras Casado, Barbara Hennigan y la NWS se hicieron acreedores al primer gol del 2012 musical, de hecho garantizaron que «la música no muerde»☼

Sebastian Spreng©