Capuçon & Denève, el encanto francés
Dos eximios jóvenes representantes de la tradición francesa convocaron un concierto singular en la New World Symphony el fin de semana pasado aunque, ni Mendelssohn ni Prokofiev teóricamente apliquen, sólo Honegger, único galo en el programa del que poco se escucha en estas latitudes. Fue el modo, estilo y color lo que signó la velada con un innegable sabor francés, con un “charm” característico que hizo desear por el pronto retorno de ambos artistas.
El director Stéphane Denève reconfirmó la notable impresión de la temporada pasada junto a Jean Yves Thibaudet. En la raramente interpretada Sinfonía Litúrgica de Honegger, su breve explicación captó la atención del público preparándolo para enfrentarlo con esta composición monumental, cruda, pesimista y ardua que en su modernidad parece haber sido compuesta ayer. La violencia descriptiva de los horrores de la guerra (impresionante la diferenciación de planos sonoros obtenida por el director), los lacerantes acordes emanados de cada sección de la orquesta (con soberbia participación de los bronces), el comentario de flauta y clarinete y la contundencia de las cuerdas recordó que es un réquiem inmediato a la posguerra, un tácito réquiem sin voces dedicado a caídos y sobrevivientes que tampoco prescinde del guiño irónico aludiendo a la inmutabilidad de la condición humana.
El solaz absoluto llegó con el trillado Concierto para Violín de Mendelssohn cuando Renaud Capuçon logró la hazaña de hacerlo sonar como si fuese la primera vez. Se tuvo mucho más que la impecable lectura acostumbrada por el alto nivel de los solistas actuales; Capuçon fue más allá, voló alto no sólo como virtuoso sino como poeta, confiriéndole un lirismo de corte camarístico, un canto incesante que brotó luminoso y valga la imagen mendelssohniana: un lied sin palabras que aportó una fluidez y luminosidad expresiva poco común. Lejos de la espectacularidad rusa – y podría establecerse cierto paralelismo con las respectivas escuelas de ballet – la exquisitez y elegancia del intérprete tocando el Guarneri del Gesu que perteneciera a Isaac Stern, recordó a ilustres violinistas de la tradición franco-belga como Christian Ferras. Bienvenida sea entonces la voz clara y concisa de Renaud Capuçon, posee la originalidad y reciedumbre que necesita un campo pleno de virtuosos. Y por si esto fuera poco, la simbiótica combinación de director y violinista funcionó de maravillas dando a la orquesta – y audiencia – la posibilidad de experimentar un feliz Mendelssohn desde el otro lado del Rhin, casi una deliciosa brisa pastoral con un dejo a «desayuno en la hierba».
Si como fin del programa pareció extraño o anticlimático la suite de Cenicienta de Prokofiev, la selección armada por el director, bien diferente a las tres agrupadas por el compositor, sirvió de dulce pendant al Honegger, máxime cuando se piensa que, increíblemente, son contemporáneas. Hermana menor a la sombra de Romeo y Julieta, quizás la más notable partitura de ballet del siglo XX, es también cenicienta por derecho propio; la suite de Denève explora al máximo la percusión, la ternura de los personajes y los desvaídos valses a contramano característicos del compositor. La orquesta volvió a rendir con un color y sutileza dignos de mención. Dos intérpretes que al recorrer opciones y caminos poco transitados subieron a la NWS y su público al tren del inconfundible encanto francés☼