Elisabeth & Mozart, lo que se da no se aprende

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Con Elisabeth Grümmer (1911-1986) no hay equivocación posible. Cada vez que sale a la luz alguno de los contados registros pasa a ser materia obligatoria para los amantes del buen canto. Se reconfirma estar frente a una cantante absolutamente única, dueña de una imbatible combinación de expresividad, delicadeza, fuerza, ternura, lirismo y pureza vocal a las que suplía con una textura esmaltada, vibrato y timbre inmediatamente reconocible; bendición extra que otorga la madre naturaleza a ciertos elegidos.

Sin embargo, Grümmer era “solamente” una soprano lírica, alejada del temperamental Olimpo de las Prima-Donnas, aquellas que según  Leontyne Price  “Tienen la nota de los 10,000 dólares”. En las imperdibles notas del disco firmadas por Thomas Voigt, el crítico alemán la define como una combinación de «amable calidez y ardorosa pasión» y menciona a su colega Jürgen Kesling que la resumió como “El reflejo de un alma hermosa”. Ambos están en lo cierto, una cualidad excepcional trasciende en su canto que se hace descarnado y espiritual, luminoso y exquisito pero al mismo tiempo potente y candoroso.

Como un manantial, el arte de Grümmer emergía naturalmente para ubicarse en las antípodas de su rival Schwarzkopf, la “otra” extraordinaria Elisabeth alemana cuyo marido, el productor Walter Legge, se ocupó de relegarla discográficamente en el repertorio Mozart y Richard Strauss (entonces literal propiedad de su esposa) después de haber grabado un recordado Hansel y Gretel con Karajan, mentor inicial de Grümmer en Aquisgrán.

Si Grümmer logró dejar grabadas, algunas tardíamente, sus eximias heroínas del Wagner más lírico  (Elisabeth, Elsa y Eva) además de Agata (Der Freischütz) y una justamente legendaria Donna Anna de igual calibre que su solo del Réquiem Alemán de Brahms con Kempe y Bach con Furtwängler; sólo llegaron al disco sus grabaciones en vivo como Octavian y la Mariscala (con la que se retiró en 1972), de Madeleine, de las Cuatro Últimas Canciones, Schubert Lieder y otras que mereció haber grabado en estudio para la posteridad.

El valor de la presente edición radica en estar dedicada a sus formidables interpretaciones mozartianas a través de siete Lieder con Hans Altmann al piano grabados en 1956 más radiantes encarnaciones de Fiordiligi, Pamina, Donna Anna y la Condesa Almaviva bajo Kurt Eichhorn y Horst Stein con la Orquesta de la Radio de Munich en 1962. Pese a que casi todas las arias están traducidas al alemán, Grümmer no suena en absoluto teutona sino que pareciera atrapar el sol mediterráneo, toda una hazaña cuando se trata del epítome de la soprano romántica alemana.

En las dos arias de Fígaro, las tres de Cosí y un sublime Ach, ich fühl’s se entiende el motivo del posible recelo de «Elisabeth I«; la espontaneidad, sencillez y falta de artificio de su contrincante desarman al espectador, condición nata e intransferible que se aprecia en la frescura e inmaculada musicalidad con que vierte el material, virtud que hubiese hecho muy feliz a Mozart, máximo representante de esa «escuela».

Después de perder a su marido y todas sus posesiones en los bombardeos de Duisburg, Grümmer se instaló en el Berlín de posguerra convirtiéndose en baluarte  y preciosa posesión de la ópera berlinesa. Fue una música entre músicos, el mayor halago al que puede aspirar todo artista: ser admirado y querido por sus pares. Voigt concluye su texto tan acertadamente que merece citárselo “En ella se aprecia el modelo del objetivo supremo de  la técnica vocal: permitir al cuerpo transformar aquello que la mente y el alma desean expresar en sonido”.

* MOZART, ELISABETH GRÜMMER, BR KLASSIK 900308