La mágica conjura del jardín de William Christie

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William Christie – foto Jean Baptiste Millot

El último octubre, la súbita muerte de Kathy Gaubatz enlutó el comienzo de la temporada musical miamense. Afortunadamente, una instancia tanto más optimista marcó su conclusión con un sueño de la directora de la Bach Society hecho realidad, el debut del ilustre William Christie – uno de los «Papas» del barroco historicista – y ocho integrantes de Les Arts Florissants. El justamente célebre conjunto que creó en 1979 y que reside en París, hizo una escala en su gira americana entre Nueva York y la costa oeste para brindar un programa de airs de cour – canciones populares del siglo XVI-XVII que luego accedieron al salón aristocrático – compuesto por cantos al amor y a la bebida posibilitó una magnífica introducción al público local de un repertorio poco frecuentado en la ciudad y a compositores como Michel Lambert, los menos conocidos Honoré d’Ambruys y Joseph Chabanceau y los mas familiares Marc-Antoine Charpentier y Francois Couperin.

El sagaz hilado de estos “aires” del revelador Lambert (1610-1696) y sus contemporáneos dibujó una suerte de ópera semi-escenificada entre romances, bodas, decepciones y borrachos bajo la tutela de Christie al clavecín. La obra del compositor, maestro cantor y a la postre suegro de Jean Baptiste Lully fue el núcleo del espectáculo matizado con, entre otros, el Epitafio para un haragán de Couperin, los interludios para El matrimonio forzado de Charpentier y un“hit” instantáneo, El silencio de nuestros bosques del ignoto Honoré d’Ambruys. De hecho, un cautivante como ininterrumpido crescendo fue envolviendo mágica e imperceptiblemente a la audiencia hasta atraparla. Artífices de este espectáculo exquisito fue el ensamble inmaculado de sorprendente versatilidad donde cada cantante e instrumentista fue parte fundamental del tramado musical diseñado por Christie.

Al director franco-americano de hitos como Atys, Medee y Les Indes Galantes, de Alcina y Xerxes en París, Giulio Cesare y Theodora en Glyndebourne y The Enchanted Island en el Met – e imposible olvidar su paradigmático Messiah – el espléndido ensamble le respondió como un solo hombre pero vale mencionarlos uno por uno. En lo vocal, la limpidez de la soprano Emmanuelle de Negri y la mezzo Anna Reinhold, la ductilidad de Marc Mauillon y Reinoud van Mechelen (tenor y barítono) y la prestancia y sonoridad del bajo Lisandro Abadie. Los enmarcaron los violines de Florence Malgoire y Tami Troman, la estupenda viola da gamba de Myriam Rignol y el soberbio joven tiorbista Thomas Dunford. A ellos debe agradecérseles un literal encaje de voces – deslumbraron los momentos a capella– que tuvo acentos pastorales cuando no pasos de baile e inaudito humor como en el Beaux petits yeux d’escarlate de Charpentier. En el ideal ámbito acústico de la New World Center, el simple armado de Airs sérieux et à boire no sólo fue ejemplar sino revelador.

Dedicando el concierto a la memoria de Kathy Gaubatz y ofreciendo como bis el final de Les Arts Florissants, la ópera de Charpentier del que Christie tomó el nombre para su grupo, el director cerró una velada inolvidable al aficionado y capaz de iniciar al néofito en una disciplina donde dan cátedra desde hace más de tres décadas.

Valió la pena el cálido recuerdo a la pionera de la Bach Society – entidad que como tantas enfrenta un futuro muy incierto – por parte de Christie a quien cuando se le preguntó cual sería su epitafio, respondió “Aquí yace uno que jamás dañó a nadie y que hizo algo bueno por el mundo, o al menos dió a la gente solaz, esperanza o diversión”. Así de simple, así de contundente, todo eso y mucho más y en tantos sentidos también aplicable a Kathy Gaubatz. Por su memoria y por Miami, debe regresar pronto con Les Arts Florissants en pleno, hay mucho para gozar y aprender de este genuino jardinero y su jardín de música. Sería imperdonable que esta semilla no germinara.