Anne Sophie Mutter engalanó una NWS de kilates

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Anne Sophie Mutter – foto Anja Fres/DG

Camino a Carnegie Hall, la NWS cerró la temporada oficial en su sede de Miami Beach con el mismo programa que tocaría dos días después en en el célebre auditorio neoyorquino, la noche fue brillante antesala de la anécdota “practice practice practice” (Un turista pregunta a un neoyorquino «¿Cómo llego a Carnegie Hall?», éste le responde «Practicando, practicando, practicando») que pareció encarnarse en los jóvenes virtuosos. Tenían a su líder como guía – un entusiasta y fervoroso Michael Tilson Thomas – y una solista de lujo, la gran Anne Sophie Mutter.

El último concierto del año es una ocasión especial para la “Academia Orquestal Americana”, no sólo porque marca la despedida de varios integrantes después de tres o cuatro años de residencia sino porque al fin de la temporada están más afilados que nunca. Por lo tanto, escucharlos con su creador y una solista de tal calibre duplicó el placer, placer que fue constatado por una sala repleta y dos mil personas en el parque viendo el Wallcast, una nueva y sana tradición de la buena música en Miami.

Un programa ecléctico, importante y no menos arduo con una mitad germánica y la otra francesa que apuntó a escuelas diversas, el romanticismo, el expresionismo, impresionismo y lo moderno para demostrar la paleta estilística alcanzada por la orquesta al final del ciclo. El núcleo fue la actuación de Mutter que mostró hallarse en el cenit de su carrera, comprometida con su tiempo y con musicalidad y concentración ejemplares, dando cátedra a sus jóvenes colegas y al público, como había dado hace veinte años con la NWS. Cada momento de su presentación calculado con una precisión, estilo y gusto dignos de destacar. Mutter reconfirmó ser una referencia absoluta en lo que respecta al Concierto para violín de Berg. La multifacética partitura de Berg dedicada a la memoria de un ángel – Marion, la hija del arquitecto Walter Gropius y Alma Mahler – recorre el espectro mas amplio posible. Mutter reflejó cada instancia con el exacto color, desde una introspección inmensa, con una pátina de dolor lacerante firmemente controlada, evocando, recordando, como si abrazara a la criatura fallecida, tranformándolo en literal Kindertotenlieder.

En la segunda parte, Mutter avanzó medio siglo, cruzó fronteras, de Austria a Suiza, de Viena a Fribourg, para abordar el estreno americano de En reve del suizo-francés Norbert Moret, otro de los tantos conciertos encargados por la violinista a músicos de nuestro tiempo. Que por momentos Berg (1885-1935) aún suene mas “moderno” que Moret (1921-1998) es discutible, lo cierto es que esta partitura de ribetes místicos, angustiantes, recuerda a una pintura de Joan Miró con sus zonas de vivo color y espacios desérticos que claman por encontrar la línea que los conduzca al pigmento, a la explosión cromática. Del rojo al azul, el sueño plasmado en 1988 por Moret tiene en Mutter su paladín.

Comienzo y final de la velada con dos obras muy diferentes interpretadas con llamativa intensidad: tres números de Rosamunda de Schubert y La Mer de Debussy. Tilson Thomas trató la música incidental del vienés con un dramatismo beethoveniano, enfatizando los metales y cuerdas que no obstante adquirieron la necesaria sutileza en los momentos camarísticos, con un delicioso cantabile en el segundo. Mas tarde, algo semejante sucedió con el Debussy, que sonó tan provocativo como moderno, lejos del retrato atmosférico acostumbrado, cobró vivacidad y ferocidad inusitadas.

Como final y bis, una fogosa Farandole de L’Arlesienne de Bizet, marcó el fin de temporada no sin antes señalar el único camino que lleva a Carnegie Hall “practice, practice, practice”, máxima que la NWS se toma muy en serio.