Astrid Varnay, Isolda adelantada y reconsiderada
Fue una Isolda incandescente que se anticipó a su tiempo. Para probarlo esta bienvenida edición en compactos de una curiosidad fascinante para el aficionado y en especial, wagneriano. Se trata del único registro completo de Astrid Varnay(1918-2006) como Isolda. Originado en Bayreuth en 1953, la cantante venía de alternar el papel con Martha Mödl en el festival anterior bajo Karajan, que nunca regresó al templo de la verde colina después de desavenencias con miembros del elenco, entre ellos la misma Varnay.
Varnay cantó el personaje 105 veces, la primera en 1947 junto a Melchior, y en Bayreuth en esas dos temporadas (1952 y 1953) pero nunca fue considerada la intérprete de referencia frente a la magistral Mödl o la incomparable Birgit Nilsson que llegaría a Bayreuth un año después y encarnaría el personaje desde 1957 hasta la década del setenta convirtiéndose en la sucesora de Kirsten Flagstad. Ambas nacieron en Suecia el mismo año de 1918, sopranos dramáticas y versátiles pero esencialmente wagnerianas, voces inmensas que no se doblegaban ante la masa orquestal, de hecho, la remontaban. Si Nilsson sería acero brillante, Varnay era metal candente.
Con 35 años de edad, 1953 fue un año ajetreado para Varnay en su absoluto cenit vocal, habia cantado su primera Mariscala – en el Met – además de Kundry, Salomé, Elektra (una grabación referencial con Richard Kraus), Leonora (Il trovatore), Venus y ese verano en Bayreuth abordaba Ortrud con Keilberth, las tres Brunildas del Anillo con Clemens Krauss (otro registro histórico) y esta Isolda bajo Eugen Jochum.
Su Isolda no se parece a ninguna, alejada de la mística Flagstad que literalmente la acunó, podría ser la antecesora directa de Waltraud Meier. En su momento, Mödl acaparaba el personaje, mientras ella era la Isolda emblema del nuevo Bayreuth de Wieland Wagner, Varnay era su equivalente como Brunilda. Hoy en cambio, Varnay vuelve a suscitar merecida atención, obliga a reconsiderar aquella voz inmensa, cortante, tan intuitiva como intelectual cuya fascinación es inevitable. Si su registro de escenas del personaje con Ferdinand Leitner en 1959 (junto a las Wesendonck Lieder) y la Narración en 1954 dirigida por su marido Hermann Weigert, es obligatorio para todo wagneriano, este integral revela una comprensión y desarrollo del personaje sencillamente asombroso.
Era el año de Elektra y Brunilda, y los ecos de ambas heroínas se sienten; Varnay las aprovecha y en sus pinceladas otorga una nueva dimensión a la princesa de Irlanda. La ira, el despecho, el desprecio emanan de cada frase del primer acto con una intensidad volcánica, ejemplo es el crescendo que culmina en el “…y entonces, lo miré a los ojos…” y el odio se vuelve infinito asombro y ternura en un pianisimo formidable que crece hasta la lacerante realización de lo que vendrá. Esa Isolda multifacética y dubitativa del primer acto se transforma en el segundo y en la Liebestod. Es de una modernidad que asusta. Es una clase de no sólo una gran cantante sino que como actriz remite indefectiblemente a la mejor tragedia griega.
A su lado el chileno Ramon Vinay es un Tristan oscuro, baritonal, magnífico y apasionado, fue su Tristan y Siegmund favorito y las dos voces se equiparan en el gran duo de amor. Mas clara e impersonal, Ira Malaniuk fue otro baluarte del nuevo Bayreuth y aqui es el perfecto marco como Brangania. No cabe duda que 1953 fue “el año del Anillo”, el colosal Kurwenal de Gustav Neidlinger suena demasiado parecido a su legendario Alberico y el rey Marke del inmenso Ludwig Weber es mas gigante y dragón que el viejo rey. Gerhard Stolze es el pastorcito y nada menos que Theo Adam el timonel. Es un torneo de gigantes.
Al mando de Eugen Jochum la orquesta desde el abismo místico del teatro de los festivales suena transparente y torrencial. La toma sonora es excelente considerando la época, sólo en los últimos tramos del tercer acto hay una apreciable disminución de calidad.
Cabe notar que la presentación es en exceso modesta y poco atrayente para el tesoro que encierra.
En definitiva, es un merecido homenaje a la artista de quien Wieland Wagner dijo algo como “Si tengo a Varnay no necesito escenografía”, la misma que parafraseando a la Mariscala de El Caballero de la Rosa, afirmaba “Es en el cómo donde reside la diferencia”. Su mejor retrato y definición: única.
*WAGNER, TRISTAN UND ISOLDE, JOCHUM ANDRCD 9059