La pasión que desenmascara la apatía

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Para su presentación en el ideal ámbito del PAMM, R.B. Schlather usó como metáfora La pasión de la niña de los fósforos de David Lang. La cantata, sometida a una radical disección minimalista tan críptica como feroz por parte del director, incitó a la reflexión.

El joven neoyorquino parte de la premisa que debió abrirse camino cuando la NYCO cerró sus puertas y que, confirmando que la necesidad es la madre de la creación, decidió emprender la fusión de la ópera con las artes visuales, sus pasiones, “instalándola” en museos y galerías de arte. Le sirvió para desnudar varios frentes. Por un lado emprendió una saludable nueva costumbre que revela un mal mayor, la falta de apoyo a las artes (el irrisorio incremento de 2 millones propuesto este año para el NEA es patético) y peor aún, la falta de una concientización generalizada. Por otro, el desamparo de los artistas y la indiferencia del público, esa perniciosa apatía general que genera no sólo algunos bienvenidos cambios y aperturas, sino también una posible hecatombe en las artes tal como las conocemos, una que podría obliterar una evolución tan vieja como la humanidad. No se trata de erigirse en Casandra, que a la postre razón tenía, sino de estar alertas frente a cuanto caballo de Troya aparece por ahí. Esa es la lúcida advertencia de R.B.Schlather.

El campo del arte (microcosmos del mundo entero) podría dividirse entre “los que hacen” –hacedores- y ¨los que miran” – observadores – una calificación demasiado básica pero útil. En ambos casilleros hay inflexibles, soberbios, irónicos, resignados, apáticos e indiferentes, estos últimos los peores. Esa apatía que empuña R.B. Schlather como daga refleja su devastación personal, la condena a paria, la indiferencia del mundo hacia quien lo necesita (la niña del cuento) como hacia las artes (los intérpretes). Va mucho mas allá de una concurrida performance, donde audiencia es espectadora sin querer ni proponérselo, señala ese lugar que tanto duele a los que hacen y a algunos que miran, conscientes de la ominosa realidad.

En el entorno local, the little girl match passion motiva una reflexión apremiante: evaluar la importancia del arte y la música en nuestras vidas, los habitantes de una pujante ciudad con grandes expectativas. Plantearse si los incorporamos a nuestra existencia, si es una costumbre, una constante o un mero pasatiempo del que podríamos prescindir o que damos por sentado porque es responsabilidad «de otros». Sería demasiado triste comprobar esa necesidad – aquella máxima de Nietzsche La vida sin arte sería un error – cuando hayan desaparecido. Vale recordar en la arrasada Berlin terminada la Segunda Guerra Mundial, los conciertos fueron absoluta prioridad entre las ruinas, la música era un alimento sin el que no se podía vivir, era ese otro pan que nutría el espíritu.

Afortunadamente, las artes visuales florecen en Miami – a no engañarse, también florecen porque es gran negocio en parte debido al movimiento inmobiliario y está bien que así sea – sea o no burbuja. En cambio, la apaleada música mal llamada culta, erudita o clásica, mas que negocio es un lujo que deviene lastre, se la relega sutilmente y hasta se menosprecia aquí y en otras partes (casi ni existe como categoría en varios medios, hasta es difícil encontrarla si no se es aficionado); parecería haber sido abandonada a su suerte, a morir lentamente. Sin ir mas lejos, Miami ya no tiene una radio clásica, ni una orquesta local acorde a la importancia de la ciudad, la ópera lucha denodadamente por subsistir y la actividad camarística no está nucleada para poder salir adelante; con la excepción del Miami City Ballet, varios frentes subsisten por milagro y el futuro es incierto por no decir, negro.

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Sin embargo, quizás por eso a esta música se la llame clásica, porque es una sobreviviente, porque la han tratado de matar, porque como al cine, al libro y ahora al periódico, profetizaron, anunciaron su deceso pero sobrevivieron. Sin ánimo de pontificar, lo que menos necesitamos, sino apelando a ese sentido común, paradójicamente el menos común de los sentidos, la música clásica es un lujo y una necesidad. Un lujo porque es mas cara que otras, aunque un rock show sea mucho mas.  Una necesidad porque al fin del camino es lo único que queda, porque sin Bach o Beethoven no existirían los demás, el resto son derivativos, reelaboraciones o como dicen ahora intervenciones.

No todo está perdido, hay quienes aún confían y apuestan por la evolución seria, por no bajar estándards obtenidos con sacrificio ni claudicar ante modas, banalizaciones y vandalismos; por incorporar lo esencial entre lo nuevo, apoyar lo decantado y lo experimental, en no desvestir a un santo para vestir otro porque hay lugar para todos y todos somos responsables, si no todos seremos víctimas.

El ascético matrimonio ópera-museo planteado por Schlather surge de la necesidad, la vendedora que muere de frío es él mismo y los integrantes de la comunidad artística. En este austero ejemplo de «menos es más» y en que no sea una gota de agua vertida en el mar está su desafío para combatir la indiferencia. Recuérdelo y recuerden los artistas, nunca dejen de repetir y recordar, cómo sea y cuándo sea, que La vida sin arte sería un error.

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fotos cortesía de Francisco Javier Moraga Escalona

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