La «veritá» de Donna Anna

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Está en la cima y lo disfruta, Anna Netrebko ha llegado a ser la soprano mas famosa del momento; además de sus extraordinarias condiciones naturales detrás de ella una gigantesca máquina publicitaria la entroniza. Es la actual favorita para abordar los caballitos de batalla de la ópera en un mundo donde tiene pocas competidoras de igual o mayor talento. El caso es que la coyuntura histórica la ayuda y en esta carrera que quema etapas sin pausa, la diva se enfrenta gallardamente a los desafíos. No es la primera, ni será la última; recuérdese a Fleming, Gheorghiu, Studer… recuerdan a Studer?.

Tampoco es la primera soprano lírica que por diversos motivos – uno de ellos, muy válido, aburrirse del repertorio – pasa a una tesitura mas dramática con los consiguientes riesgos, sin contar las polémicas, reparos y advertencias. De sus referenciales Natasha y Tatyana y las ingenuas Adina, Giulietta y Susanna via Violetta y Manon a Donnas feroces como Lady Macbeth, Gioconda y Turandot hay un largo trecho (acaba de cantar Elsa de Lohengrin y ha cancelado su anunciada Norma). Así Netrebko ahora arremete con un disco de arias del período verista aunque la referencia al estilo sea algo vaga, de hecho es casi un disco Puccini. En el estudio de grabación puede – y debe – darse el lujo de experimentar e intentar papeles que quizás nunca cante en escena. Tampoco es la primera ni será la última.

A los 44 años, la voz  ha crecido y ensanchado, posee una suntuosidad opulenta y este repertorio está mas acorde con su temperamento tan vivaz como volcánico. En verdad, su sinceridad e ímpetu es lo que mas tiene que ver con el verismo, el estilo italiano de principios de siglo que plasmó la vida de la gente común, la realidad de los campesinos y trabajadores, de aquellas modestas heroínas de bolsillo alejadas de reinas y princesas. De una redondez  que desmiente toda traza de acero eslavo, es una voz reconocible, personal e impactante. El principal reparo es que Netrebko no diferencia demasiado entre los personajes, emergen homogéneos sin un enfoque distintivo; además – y al estilo de su antecesora Eva Marton – prima el torrencial caudal sonoro, semeja usar todo su capital en cada intervención, en vez de sólo el interés, sabia máxima de grandes predecesoras.

De ahi que Butterfly se parezca a Turandot, ésta a Manon y Adriana, remitiendo al referencial recital Puccini de Callas, donde cada personaje está plasmado como una criatura única. Si Turandot parece ser su meta próxima quizá tenga el buen tino de intentarlo sólo en discos como hizo Joan Sutherland, aunque la tentación es grande.

Por lo pronto, impresiona el despliegue vocal y sus fans quedarán más que satisfechos, el ímpetu ruso y la italianitá parecen conjugarse para encender la receta de su primer recital discográfico en tres años. La tersura del instrumento recuerda a la joven Anna Moffo, el lustre de Margaret Price y en su poderío vocal al recital italiano de Régine Crespin de 1963 donde la francesa abordó algunas de las mismas arias. La evocación viene a cuenta del espléndido Un bel di vedremo de ambas, lejos de la piccina moglietina de Scotto o De los Angeles, es una lectura grandiosa, heroica. Asimismo – y como Crespin entonces – el L’altra notte de Mefistofele de una generosidad inobjetable asi como el Suicidio de La gioconda, menos convincente resulta como Nedda y Liú, que ya le quedan demasiado livianas.

Lejos de las temperamentales divas del periodo como Rasa, Storchio, Raisa, Caniglia, Cigna, Muzio o Pacetti (y la inimitable Magda Olivero), las otras tres arias bien asociadas con grandes intérpretes del verismo a partir del belcanto – léase Callas, Scotto, Caballé, Freni – reciben solventes lecturas gracias a su voz chocolatada: Ebben, ne andro lontana, La mamma morta y Io sono l’umille ancella coronado con un eficaz pianisimo. Un esperado e infaltable Vissi d’arte promete una Tosca en ciernes de gran potencial y el In questa reggia muestra una candente princesa de hielo, de timbre redondo, pleno e imperioso, esta Turandot es una zarina al mando de una armada. Claro que si de verismo se trata, se extraña no escucharla en un Voi lo sapete de Cavalleria, Lodoletta, Iris, Loreley, L’amico Fritz, Risurrezione o Fedora, por citar sólo algunas; en cambio, todo el fin del álbum es para Manon Lescaut, In quelle trine morbide y el acto cuarto secundada por su marido, el tenor Yusif Eyvazov, donde la dulzura de la heroína contrasta con la emisión acerada de su Des Grieux.

La orquesta y coro de Santa Cecilia bajo Antonio Pappano brindan acompañamiento de lujo en todo momento para una grabación reberverante que permite disimular cierta dicción resbalada o alguna nota fuera de control. Afortunadamente no hay preludios ni oberturas de relleno como viene sucediendo ultimamente, ni otro O mio babbino caro

La portada merece párrafo aparte ya que parece a propósito, un ardid para provocar, gustar o irritar. En las antípodas del verismo, podría ser una Turandot alada de Samarkanda (mas cercana a la Emperatriz straussiana) o hasta una posible humorada homenajeando a los disfraces de la inefable Florence Foster Jenkins.

En definitiva, queda el testimonio de una voz bellísima para un álbum de literal verismo virtual que refleja la inmediatez de nuestro mundo y de la que Netrebko es su reflejo. 

* VERISMO, NETREBKO, PAPPANO, DGB0025289-02