Cleveland en Miami, espléndidas sorpresas
En sus dos primeros conciertos del 2017 la Orquesta de Cleveland en Miami brindó una programación acorde con la fama del ensemble, en ese renglón pareciera estar levantando definitivamente su puntería para su residencia invernal en nuestras costas, más una gala con caballitos de batalla y la presencia de un solista estelar: Yo Yo Ma.
La idea de reunir Bach y Bruckner en un programa resultó una atractiva novedad para Miami, la orquesta se unió al coro Seraphic Fire, agrupación local que celebra su decimoquinto aniversario con merecido éxito, sumándose la ventaja de fusionar dos sectores de público con los consecuentes beneficios para ambos. En esta ocasión, el coro seráfico se integró con veinticinco voces (usualmente son una docena) ubicándose detrás de los Clevelanders bajo la dirección de Franz Welser-Most, hecho que contribuyó a una mejor impresión general pero que en instancias tendió a opacar las voces. La cantata 34 – O ewiges Feuer, o Ursprung der Liebe – fue el núcleo de la primera mitad del programa además del Gloria in excelsis de la cantata 191 y Wir danken dir Gott de la cantata 29. Eficaz la participación de la mezzo Jennifer Johnson Cano en el aria Wohl euch, ihr auserwähiten dir e irreprochable la actuación del coro creado por Patrick Dupré Quigley donde brilló la participación del bajo James Bass y el tenor Stephen Soph. Una feliz idea que debería fructificar en futuras temporadas. Hay mucho material y posibilidades para explorar juntos y el beneficio de uno redunda en el del otro.
Junto a la Cuarta (¨Romántica”), la Séptima de Bruckner es la mas conocida de las nueve del solemne austríaco y Franz Welser-Most ha cumplido como compatriota – de hecho, ambos oriundos de Linz – en interpretarlo en Miami con su orquesta. La Séptima con su bagaje de sombras y luces (y en el primer movimiento la melodía que “evoca” a un famoso musical sobre una argentina célebre) le va como guante a la elegancia y suntuosidad de los Clevelanders, especialmente las cuerdas lideradas por el venerable William Preucil. Fue una versión espléndida, técnicamente inobjetable, con un tratamiento singular por parte del director quien se aproximó más a la diafanidad de un Ivan Fischer o Claudio Abbado que a la majestuosidad de Celibidache o Furtwängler. El célebre Adagio, quizás lo mas trascendente del legado bruckneriano, cobró una transparencia inolvidable que dejó a un lado las funestas referencias que se le achacan con las horas mas terribles del siglo XX. Ese fin de la historia fue en cambio transformado en un canto pastoral, mas optimista, sin la carga emocional acostumbrada, con un Welser Most en absoluto control de balances y transiciones. Para aquellos acostumbrados a una Séptima mas carnosa y temperamental, faltó emoción y profundidad; no obstante, fue uno de los mejores conciertos ofrecidos por la orquesta y un apropiado despertar para su público al compositor de San Florian. Por que haya más, y pronto.
El segundo concierto también ofreció un programa notable con un rendimiento incluso superior al primero. El as en la manga fue un solista de lujo, el violinista danés (de origen judío-polaco) Nicolaj Znaider. El eximio intérprete era recordado por un excepcional Brahms con la orquesta en una de sus primeras temporadas y en este regreso brindó una obra de la que es paladín y que conoce mejor que nadie, el Concierto para violín de Carl Nielsen. La pieza del máximo compositor danés representa un desafío para intérprete y audiencia. Es muy extensa y multifacética, requiriendo del solista un virtuosismo sobrehumano en sus tres – si, tres – cadenzas y una adaptación camaleónica en cada movimiento donde debe adoptar un carácter diferente y en el que no está excluído el humor. El “toque Znaider” se advirtió en la exquisita serenidad del Largo y en la absoluta identificación con cada instancia del concierto. Si bien no es una obra del nivel de predecesores como Sibelius, Bruch o Mendelssohn, mereció incluirse en la temporada especialmente al contar con un artista de su talla. Una inmejorable introducción a la pieza que fue enmarcada exitosamente por orquesta y director.
La Segunda de Sibelius, tanto mas popular que el Nielsen, tuvo a la orquesta en literal estado de gracia superando la marca de la semana anterior con Bruckner. Las cuerdas – sin el dramatismo sobrecogedor de un Bernstein o aquel corte visionario del legendario Barbirolli – acariciaron el primer movimiento con una delicadeza de brisa veraniega. Asi se sintió en la soberbia acústica del Knight Hall. Cuerdas que brillaron con sedosidad única a través de la sinfonía íntegra en perfecta rivalidad y concordancia con los metales, flautas y demás instrumentos. La Cleveland se impone como maquinaria sonora en obras como estas, fogueadas por el mítico Szell y a no olvidar, von Dohnanyi. Welser Most fue un hábil constructor de climax dejando para el final una resolución menos espectacular que la habitual pero con frescura y liviandad innegables.
El último concierto fue el mas breve y concurrido – mucho público primerizo que aplaudió entre movimientos para agrado del sonriente solista – debido a la presencia de Yo Yo Ma. Después de una vertiginosa obertura de La novia vendida de Smetana, el programa continuó en el centro de Europa con el bellísimo Concierto para Cello de Dvorak. Una de las especialidades de Ma, que volvió a deslumbrar con una ejecución impecable, plena de pasión y esmalte centroeuropeo. Ante los aplausos, el solista regaló Bosques silenciosos de Dvorak, en la misma vena y con igual perfección. Luego de haber saludado junto a Ma – que lo sorprendió al tomarlo de los brazos sometiéndolo a un vals que causó la risa de todos, incluso del serio director – Welser Most cerró la fiesta con un colorido Capricho Italiano. Sin ser la mejor opción fue lo suficientemente festiva para concluir la gala.
La orquesta y director regresa el 24 y 25 de marzo para concluir su residencia invernal con un luminoso programa italiano que incluye la Cuarta de Mendelssohn más Verdi y Respighi.
información al 305-949-6722 o http://www.arshcenter.org/cleveland