Aquella Viena que fue, desde aquí

 

Un cuarto de siglo entre siglos, y qué siglos, el fin del XIX y el principio del XX, un «fin de partida» (gracias Beckett) que señala el de una era tumultuosa, apasionante y que en el caso de Viena, mas que en ninguna otra, se fue apagando en estertores como dorado otoño, exquisito y agridulce. En esa vena expresiva, como salida de una pintura de Gustav Klimt pero sin ocultar, mas bien subrayando, los fantasmas de Egon Schiele y Oscar Kokoschka, irrumpe la bella Barbara Hannigan con un recital espléndido que se debía a sí misma después de sus incursiones en Dutilleux, Zimmermann, Benjamin, Gershwin y Ligeti.

Especialista en metamorfosis, esta genuina sacerdotisa del canto contemporáneo se interna en canciones compuestas entre 1888 y 1915, las primeras – Hugo Wolf y su Mignon de Goethe – son la últimas del recital, significativamente Kennst du das Land lo concluye como grito hacia un pasado que no volverá, a ese hogar al que se añora volver. Es el encantador guiño final de un disco preclaro.

La notable soprano canadiense – y de un tiempo  esta parte directora que cantará y dirigirá a la Cleveland Orchestra en Miami el próximo 1 y 2 de febrero 2019 – vuelve a unirse a su veterano mentor Reibert de Leeuw después de su disco Erik Satie de 2016, para explorar diferentes vertientes del modernismo vienés. Los tres fundamentos de la Segunda Escuela Vienesa estan bien representados en obras de juventud diríase embrionarias del movimiento: Arnold Schönberg con las Cuatro Canciones del Opus 2, las Cinco Canciones sobre poemas de Richard Dehmel – inspirador de Noche transfigurada del primero- de Anton Webern y las hoy clásicas Siete Canciones Tempranas de Alban Berg. Amén de Hugo Wolf, enmarcando la obra de estos tres, el inevitable Alexander Zemlinsky con siete ejemplos memorables y cuatro de su discípula – y amante – Alma Mahler, símbolo de la época aunque lo más anecdótico y menos suculento.

Es un viaje por y al filo de la navaja, como lo es la voz de la soprano, flexible, límpida, temeraria, angelical, tan capaz de encarnar fragilidad como reciedumbre intelectual. Es la intérprete ideal desde este lado de la historia, con una mirada perspicaz y envolvente a la vez, examinando, cuestionando, en última instancia, manifestándose.

En su bienvenido enfoque álgido alimentado a latente fuego lento, el fin de siglo avanza sinuoso, hipnótico, con una peligrosa liviandad que acaba por inquietar; lejos de la opulencia vocal de una Jessye Norman o Christa Ludwig o del poder evocativo de una Evelyn Lear o Anne Sofie von Otter, sin contar a los barítonos acostumbrados, la fenomenal Lulu de este siglo XXI se desliza por el material elegido como las elusivas serpientes acuáticas que pintó Klimt. Segura, incisiva, mordaz. Mas cerca de Freud que del Café Mozart (o en su defecto Sacher), el equipo Hannigan-de Leeuw exhibe la imaginación, arrojo y coherencia acostumbradas.

De la mano de ambos, muñidos de estilo riguroso, sin amaneramientos, sino reveladores es una virtual visita a un museo de creadores que en la ciudad más clásica apostarían a la transformación radical, decidiendo acabar con todo, a quebrar las reglas impuestas y lanzarse al siglo XX, prescindiendo de la tonalidad, abrazando nuevos lenguajes y posibilidades. Aquella Viena moría, era el estertor de un mundo que se apagaba para abrirle la puerta a un siglo que engendraría dos monstruos bélicos y aún mas. Cronológicamente la última canción data de 1915, la Primera Gran Guerra estaba en marcha. El mundo no volvería a ser el mismo, ni el arte tampoco.

*VIENNA FIN DE SIÈCLE, HANNIGAN, DE LEEUW, ALPHA 393