NWS: vientos románticos espléndidamente liderados

Inor Barnatan – foto Marco Borggreve

La prueba de que un concierto a primera vista convencional y previsible puede convertirse en uno memorable tuvo lugar el último fin de semana en la New World Symphony con el director finlandés Osmo Vänskä y el pianista israelí Inon Barnatan. Una combinación programática e interpretativa que funcionó de maravilla en esta función del abono regular.

Pero antes, Winter Sky de la finlandesa Kaija Saariaho fue capturado en toda su helada transparencia por Dean Whiteside, fellow de dirección orquestal, quien supo definir el carácter de la obra en un pianisimo que mediante etéreas texturas sonoras se agigantó imperceptiblemente hasta alcanzar un crescendo abismal.

De la contemporánea Saariaho, misteriosa y accesible, al Sturm und Drang más rancio y representativo del Romanticismo germánico con Schumann y Mendelssohn al frente. En calidad de solista, el joven pianista residente en Nueva York es conocido por presentar programas “curados” altamente originales, léase periplos por la historia de la música a través de miniaturas, asi como sus versiones del Schubert tardío además de un amplio repertorio. Si Barnatan es un poeta e intelectual de raro y bienvenido enfoque en esta época de meteoros, su lectura del siempre bello aunque trillado Concierto para piano de Schumann fue una revelación. Bajo su óptica, la obra emergió fresca, lozana y con toda la poesía requerida y por sobre todo, exhibiendo la gama cromática y de matices que la redimen del mas mínimo reparo, para quien los tenga. No faltaron ni sutilezas ni delicadezas ni tampoco poderío en Barnatan que fue secundado por una orquesta en estado de gracia bajo Vänskä que obtuvo un notable rendimiento de las cuerdas y metales.

Como generoso bis, Barnatan regaló el Rondo capriccioso de Mendelssohn, gentil antesala a la segunda parte, interpretado con una exquisitez y virtuosismo preclaros, la evocación de las canciones sin palabras, de Bach tan caro al compositor y el siempre tácito Schubert. En siete minutos fue un compendio de épocas y del talento de un pianista para seguir de cerca.

Resultó estimulante y vigorosa la lectura de la Sinfonía Escocesa de un Mendelssohn de pura cepa que ocupó la segunda mitad de la velada. Otra vez Vänskä llevó las riendas con una precisión y pasión espléndidas, con cuerdas vigorizadas al máximo, diríase al filo de la navaja y una visión romántica de épicos contornos -a la Beethoven- sin dejar de lado el lustre mendelssohniano que debe caracterizarla. Sin pausas, flexible y volátil pintó los episodios del paisaje escocés plasmado por el hamburgués reconciliando ejemplarmente dos enfoques, el tradicional y el historicista, aplicando un empaste rústico y a la vez delicado, otorgando una liviandad y urgencia significativas en todo momento. En la heroica coda final emergió Handel jubiloso dando término a un viaje para el recuerdo.

En Vänskä se confirma un director plenamente consustanciado con sus músicos, en este caso alumnos de la Academia Orquestal Americana, que hace música para y con ellos más que para la audiencia que en todo caso respondió arrobada.

Osmo Vänskä