Todo domingo acaba en lunes
Y este parecería uno negro y tormentoso; con alguna suerte, uno gris y triste. Ironías aparte, triste porque se trata del tenor mas completo del siglo XX, artista total, voz de bronce, presencia magnética, actor inmenso que provocó el comentario del mismísimo Laurence Olivier («Este hijo de su madre hace Otello mejor que yo y encima, lo canta!»); prodigio musical que hizo gala de envidiable plenitud por décadas hasta que en vista de la lógica declinación de medios decidió «convertirse» en barítono, algo que no es, para ofrecer lo que aún puede: musicalidad y experiencia además de carisma intacto y el redituable, hasta ahora, incondicional apoyo de las casas de óperas con las que traba complejas, indisolubles relaciones, en unas como director de orquesta y en otras incluso como director artístico.
Mientras sus contemporáneos han pasado a retiro (o a mejor vida), él insiste en una suerte de desafío consigo mismo sabiendo mejor que nadie que le hubiera convenido retirarse hace un tiempo, saber hacerlo evita problemas. Es un personaje único que puede darse el lujo de llamarse «inoxidable», también un adicto a batir récords que colecciona ávida casi compulsivamente. Ciudadano del mundo, amigo querido y generoso, premiado, filántropo, altruista, recuérdese su conmovedor desempeño durante el terremoto de México o su valiente actuación en Buenos Aires en plena guerra de Malvinas mientras otro célebre tenor cancelaba temeroso. Las virtudes abundan, diríase que sobran. Y si las audiencias lo adoran con razón, hace dias esas mismas audiencias vieron espantadas la posibilidad de que la venerada deidad adoleciera del mortal Talón de Aquiles acercándolo al resto de los humanos. Sólo esa posibilidad, heló la sangre.
Amén del posible serio problema que haya padecido – o aún padezca – fascina ver el espectro de reacciones que ha provocado. Desde compañías de ópera dispuestas a propinar un castigo ejemplar enraizado en una doble moral tácitamente aceptada por todos, a otras mas permisivas cuando no condescendientes por lo que el artista fundamentalmente representa en términos de divisas. Mas asombrosas aún fueron las reacciones de público y crítica justificando conductas, alivianadas con términos como “incorregible seductor”, “mujeriego indoblegable”, “galán empedernido” o un hoy inadmisible «Secreto a voces, tarde o temprano…”.
La realidad no es la escena, allí también se condena al Don Giovanni – il dissoluto punito que susurra a Zerlina «la nobiltà ha dipinta negli’occhi l’onestà»– , otro personaje que de ser entrevistado aseguraría que en estas relaciones «creyo que siempre fueron consensuadas”. Un sector de la prensa ha reaccionado cual toro herido, como un padre que ni se permite cuestionar la posibilidad de que su hijo tenga problemas de conducta. Sean por amistad, caballerosidad, admiración, cariño, solidaridad o mera conveniencia ostentan un matiz cuestionable, más todavía que la de algunos fanáticos que muestran reacciones desbordadas de ribetes infantiles, como aquella película Goodbye Lenin, donde el hijo debe disfrazar la realidad ante el soponcio que le causaría saberla a su madre recuperada de un coma. En ese impulso a título personal que puede ofender a las presuntas víctimas o encubrir al presunto victimario no se advierte que no se trata del personaje en cuestión sino de nosotros mismos, de nuestra incapacidad en asumir y aceptar un veredicto para bien o para mal. De carne somos, todos, y no es una justificación sino una obviedad. «Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio» reza la canción de Serrat y este es un asunto triste para todos.
Los hechos – por ahora – sucedieron hace mucho tiempo, la llaga queda y «si no saltó antes» es porque no estaban dadas las condiciones. Hoy la denuncia apunta al personaje y cuestiona a las compañias que hicieron la vista gorda. Asi lo escribe mi colega Rafael de Acha «… hombres poderosos que pueden haberse valido de su influencia en el mundo de la música para salirse con la suya están siendo acusados. Algunos ya han perdido más que su reputación, convirtiéndose en intocables tóxicos debido a su comportamiento, ya sea reciente o en el pasado distante. Y bien, deberían hacerlo si de hecho son culpables de usar su poder para forzar a miembros de su sexo o al opuesto. Pero una cosa que a menudo queda enterrada debajo de las alfombras rojas de las salas de concierto y los teatros de ópera es la complicidad silenciosa de las orquestas y compañías de ópera que contratan y luego emplean a estos hombres sabiendo muy bien en muchos casos lo que sucedía detrás de las puertas cerradas de los camerinos y optan por mirar hacia el otro lado. Esto ha estado sucediendo no sólo en el mundo profesional de directores e instrumentistas y cantantes, sino también en los augustos pasillos de los conservatorios.»
Si aquí las voceras han sido nueve veteranas «valquirias» – otros las tildan de «feminazis» – tanto mejor que no quedaran por cantar Woglinde, Wellgunde, Flosshilde, Freia, Sieglinde y la pájara del bosque sin contar con el reproche augusto de Fricka. Será porque el que calla otorga, hordas femeninas han reaccionado con una vehemencia emocional – y emocionante- aunque tanta solidaridad bienintencionada podría resultar un tanto sospechosa a un público que en vista de las noticias hoy cuestiona todo. Asimismo, demasiados dueños de mentes supuestamente preclaras dejan traslucir un machismo solapado tan inextirpable como irrefrenable; quizás en secreto festejen el legendario apetito sexual largamente atribuído a los tenores. Pero no es el momento de recordar aquellos famosos no sólo por su canto, sino señalar que en esta sociedad donde parecería que todos tenemos la obligación de ser felices, exitosos y correctos, son numerosos los que no se resignan a aceptar que un dios pueda tener los pies de barro, no inimputable sino falible. También lo fueron Wagner, Leonardo, Caravaggio y otros genios de quienes hoy esencialmente recordamos sus aportes artísticos.
Con su ironía sinigual Rossini, el autor de la justamente célebre La calumnia e un venticello puso en boca del sabio Alidoro (Cenerentola) «Il caso e bello» para rematar con «La pillola è un po’ dura: ma inghiottirla dovrà; non v’è rimedio” . Por eso, mas allá del resultado de este caso donde el acusado -que ha manifestado «Reconozco que las reglas por las que hoy nos medimos son muy distintas de cómo eran en el pasado»- debe enfatizarse y repetirse, es inocente hasta que se pruebe lo contrario, reconforta comprobar que en todos los ámbitos se está presenciando un tan demorado como necesario cambio en la moral de nuestro tiempo, un imparable cambio en ese «orden patriarcal», ya era hora. Las cartas están echadas, ciegos serán los que no quieran ver.