Munich & Bayreuth, metáfora del mar ausente

Der fliegende Holländer, Enrico Nawrath/Bayreuther Festspiele

Der fliegende Holländer, Enrico Nawrath/Bayreuther Festspiele

Difícil no comentar la televisación de Tristan e Isolda y El holandés errante desde Munich y Bayreuth respectivamente donde volvió a evidenciarse la abismal distancia entre renglón musical y escénico en la lírica actual.

En ambas versiones fue muy significativa la ausencia del mar. Ese mar que en El Holandés conlleva inspiración directa y en Tristan es ominosa presencia subyacente. Obras oceánicas totales, donde la orquesta refleja el vasto espectro marino de calma chicha a feroz tempestad, donde el agua es vector del drama, transporta a Isolda y deposita al Holandés en puerto. Es otro de los líquidos del que el compositor se adueña como bien describe Susan Sontag en su referencial “Los fluidos de Wagner”. También ese ámbito añorado por una cultura de espaldas al mar, la germánica, que sueña con la luz mediterránea y evoca al Kennst du das Land de Goethe. El mar es un desconocido presentido y anhelado, sentimientos fundamentales que sustentan al Holandés y Tristan.

Olvido a drede obvio signo de estos tiempos. No es la primera vez, ni será la última, asola desde hace décadas como otra pandemia. Regodeados en la ensalzada cultura de la fealdad los exasperantes trabajos de los niños terribles Krzysztof Warlikowski (Tristan) y Dmitri Tcherniakov (Holandés) reflejan un desdén casi infantil donde prescindir del mar es lo de menos, sino sumergir al espectador en una pesadilla sin pies ni cabeza, sumando muñecos e inventando personajes en un aquelarre que nada aporta, que clama por el reservado abucheo, otro clásico a estas alturas sin gracia alguna. Este ensañamiento se traslada a los pobres cantantes que resignados no tienen suficiente con las sobrehumanas exigencias musicales wagnerianas sino que deben asimilar elucubraciones demenciales para dar asidero a la pretensión del jefecito de turno, vehículo para su ego y síntoma de decadencia por mas que algunos alaben tan sesudos “descubrimientos”. Olvidan que no podrían sostenerse sin la música, casa que sirve de estructura y que amablemente los cobija.

Tanta desprolijidad, falta -o rechazo- de conocimiento, ausencia de ideas, tanto capricho por domesticar y minimizar al clip de MTV aburre, desgasta, decepciona y entristece. Frente a este desprecio por el pasado y futuro, esta terca única validación del presente acaba por deshacer la validez del legado artístico, que a ellos los tiene sin cuidado. Frente a trabajos responsables, rigurosos, sólidos, que perduran por una estética que aporta al discurso musical  – y valga mencionar a Wieland Wagner, Ponnelle, Chereau, Carsen entre otros – estos pataleos son las ropas del emperador

En las antípodas, el renglón musical exhibe niveles simple y llanamente memorables, digno testimonio de años de progreso hacia un perfeccionamiento indiscutible. Versiones que perdurarán por su mérito musical, sientan cátedra ambas orquestas; la del festival dirigida brillantemente por la joven Oksana Lyniv, que rompe lanzas como la primera directora en la historia de Bayreuth, y la muniquesa por el gran Kirill Petrenko regalando un Tristan de transparencia y lirismo conmovedores. Asimismo Jonas Kaufmann en su primer Tristan convence como el torturado héroe en todas sus facetas, en la tradición mas lírica Anja Harteros entrega una espléndida Isolda, el notable John Lundgren un Holandés de ley mientras que la kamikaze Asmik Grigorian deslumbra como Senta mas allá de sus remanidos artilugios actorales.

Como si una grieta insalvable se hubiera instalado entre ambos planos ya ni cuenta la esencial palabrita “und” que une a los amantes (…Tristan ya no es mas Tristan, Isolda ya no es mas Isolda, ya son el otro…) sino un abismo nada místico que suena a conspiración contra todo lo bello, contra ese mar que se ha olvidado pero que no olvida, que tarde o temprano recuperará lo suyo; ese mar que embiste, inunda, se retrae y que ganará transformado en torrente apocalíptico y redentor como la música de Wagner donde el hecho estético redime a ese hombre cuestionable. 

Hoy apenas vaga metáfora, ese mar inexorable rescatará lo que le pertenece para volver a apuntar a la genuina Gesamtkunstwerk y a no estas payasadas que avivan la pregunta de Isolda a Brangania  “Wo sind wir?”.

 

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Tristan und Isolde, Bayerische Oper © Wilfried Hösl