Variada semana musical en Miami
De Merula a Britten, de Glière a Ravel, de Vivaldi a Bartók, la primera semana de marzo mostró la consistente variedad de la oferta musical que contra viento y marea ofrece Miami.
En primer término, la sensacional actuación del conjunto Il Giardino Armonico en el marco del Festival Bach local. Dirigido por Giovanni Antonini, sus siete miembros brindaron un periplo veneciano con un muestrario de composiciones del barroco temprano que culminó en el «moderno» Antonio Vivaldi. Más que apabulllante, la palabra que les cabe es tan italiana como ellos: «Strabiliante», con la misma gozosa sonoridad, en especial si se aplica al desempeño de Antonini que exhibiendo gracia y virtuosismo sin par en flauta dulce y flautín dejó al público sin aliento en tres conciertos de “il prete rosso”. Al mismo empinado nivel, estuvieron los miembros restantes del grupo en obras de Legrenzi, Buonamente y Galuppi, con una mención para el notable laudista Luca Bianca en la chacona de Tarquinio Merula. Un hito memorable de la temporada.
El Frost Opera Theater de la Universidad de Miami se atrevió con Albert Herring, ópera de cámara ideal para un grupo universitario con agallas. La tarea que viene cumpliendo el equipo integrado por Dean Southern (director de escena) y Alan Johnson (director musical) es ejemplar desde todo punto de vista: con bajo presupuesto e ideas innovadoras aportan un repertorio apenas frecuentado, tan impostergable como necesario.
La irónica comedia de Benjamin Britten significó un paso adelante no exento de riesgos de los que el grupo íntegro salió indemne. Bien marcados, sin las exageraciones fáciles a las que tienta toda parodia y con la astucia de proyectar los subtítulos sobre la funcional escenografia – otro avance a destacar – convenció lo ajustado de un elenco donde sobresalieron David Tayloe (Albert), Lindsey Rollins (Lady Billows) y Judy Marchman (Miss Wordsworth). Los doce instrumentistas liderados por Alan Johnson hubiesen deleitado al compositor de este «Rey por un día».
La segunda actuación de la residencia invernal de la Orquesta de Cleveland trajo al podio al flamante director principal para Miami, el nicaragüense Giancarlo Guerrero en un programa tan transitado como previsiblemente exitoso a juzgar por el lleno total y el recibimiento por parte de la audiencia. El joven violinista Augusto Hadelich entregó una excelente interpretación del Concierto para violín de Mendelssohn que hace apenas días tocó Isabelle van Keulen con la NWS en la misma sala. Más personal que la holandesa, el carismático italiano le imprimió estilo, intensidad y sentimiento para luego regalar como bis el diabólico Capricho 24 de Paganini con su Stradivarius de 1683.
Había iniciado la noche, la festiva (e inocua) Obertura de Colas Breugnon de la ópera homónima de Dmitri Kavalevsky, seguidas por las Variaciones Enigma de Elgar que fueron objeto de tempi extremos por parte del director quien al favorecer esta dinámica exploró las posibilidades de la orquesta – con soberbias participaciones de viola y cello en las variaciones Ysobel y B.G.N. – pero también restó cierta cuota de lirismo y atmósfera.
Como gran final el Bolero de Ravel, magistral ejercicio orquestal para el ballet de la Nijinska que por su innegable atractivo popular ha pasado a eclipsar a otras piezas más trascendentes del compositor francés. El enérgico Guerrero supo imprimir la espectacularidad requerida al gigantesco crescendo orquestal al que se añadieron solos de la orquesta luciéndose a su debido turno. En la misma vena, el director no se hizo esperar y como bis ofreció la Farandole de La Arlesiana de Bizet.
Una velada de entretenimiento y en última instancia, triunfal para la entidad que no obstante, motiva una reflexión y anhelo a propósito de la interesante gestión iniciada con tan buen ánimo por Guerrero. Ya que Miami se da el lujo de acoger a una de las mejores orquestas del mundo – célebre por sus Bruckner, Dvořák, Shostakovich, Respighi por citar apenas cuatro – sería atinado una programación más imaginativa, capaz de atraer al novato curioso pero también estimular al aficionado paciente y fiel.
En una tesitura opuesta en cuanto a programación (más enfocada en los rigores del entrenamiento), la New World Symphony mostró en su “showcase” anual, el destacado nivel de sus noveles integrantes desempeñándose como solistas en obras escogidas para vehículo de lucimiento personal. En el concierto del sábado 5 de marzo, los cuatro elegidos, literalmente, brillaron en esta suerte de maratón bajo la atenta dirección del experimentado Alasdair Neale, cuya labor como director invitado estable confirma a través de los años una solidez y un entendimiento con la orquesta (y su misión) de rara afinidad.
El Concierto para corno de Reinhold Glière – baluarte del suscinto repertorio para ese instrumento – exhibió el sobresaliente nivel de James Ferree (25) que fue capaz de interesar por sobre la obviedad de la pieza. También Elizabeth Breslin (25) cumplió con creces en el arduo Concierto para viola que Bartók dejó inconcluso como opus póstumo, encargada por William Primrose la obra fue terminada por Tibor Serly.
Durante la exquisita ejecución del Segundo concierto para violín de Prokofiev, Will Haapaniemi (26) resolvió con prestancia y aplomo singular un accidente serio del instrumento (lo que pareció una cuerda rota fue una rajadura del cuerpo del violín), intercambiándolo velozmente por el del concertino sin siquiera ser advertido por gran parte de la audiencia. La Fantasía sobre Carmen de Bizet debida a Franz Waxman – una versión à la Hollywood de la de Sarasate – contó con el virtuosismo ganador de Ko Sugiyama (26). Digno corolario para una noche de promesas que ya son realidad ☼
Sebastian Spreng ©