Alasdair Neale: llave de Britten y Elgar
El concierto de la New World Symphony del domingo 27 de marzo volvió a demostrar la afinidad de Alasdair Neale con el repertorio de las islas británicas, señalando otra notable actuación del director inglés con una orquesta a la que conoce desde adentro.
En la Sinfonía Nº25 de Mozart que inició la velada, hubo deslices en los metales; no obstante, se tuvo una versión precisa, plena de encanto y vigor, con las cuerdas enfatizando la frescura y urgencia del joven prodigio salzburgués.
Con excepción del reciente Albert Herring del Frost Opera-UM, son contadas las oportunidades en Miami de apreciar la obra de Benjamin Britten. Más todavía si se trata de Las iluminaciones, ese magnífico ciclo sobre poemas de Rimbaud que sintetiza su obra vocal mientras preanuncia a “Peter Grimes y Compañía”.
«Sólo yo tengo la llave de este desfile salvaje» proclama el poeta y Britten enmarca con cuerdas la voz de los poemas. Estrenada por Sophie Wyss, la obra es más popular en el registro tenor, se trate del inevitable Peter Pears o las más recientes grabaciones de John Mark Ainsley o Ian Bostridge pero, en la intervención de Karina Gauvin no se extrañó en absoluto la sonoridad de aquellos.
La soprano canadiense hizo gala de lirismo y caudal vocal al llenar sin esfuerzo el recinto de Frank Gehry. Exquisita en Being Beauteous (dedicada a Pears), en el erotismo latente en Antique, delicada en Phrase y con la adecuada mezcla de nostalgia y abandono en Départ, entregándose en los pasajes más comprometidos como Villes, Royauté o Parade.
Al mismo nivel, director y orquesta contribuyeron con un marco ideal, desplegando en Interlude el más hondo y auténtico Britten; otra vez, con los perturbadores, ecos ambivalentes de Grimes. Una lectura que hizo añorar por una mayor presencia de ciclos vocales en la programación local, como por ejemplo su lejano pariente berlioziano Les Nuits d’Eté.
En cambio, si una obra no faltó en la temporada 2010-11 fueron las Variaciones Enigma. Afortunadamente, la versión de Neale con la NWS, exhibió admirable musicalidad y tersura sonora. Cada retrato (proyectado en las pantallas de la sala) fue plasmado como en un desfile frente al público -con la necesaria pompa y circunstancia– para develar el «enigma» de cada identidad, con el toque justo de color, circunspección, humor o solemnidad según el caso. Nuevamente, Alasdair Neale tuvo «la llave del desfile» sólo que ésta vez no fue salvaje, sino de la más noble cepa elgariana ☼
Sebastian Spreng©